lunes, 22 de febrero de 2016

La caverna del embrujo

















LA  CAVERNA  DEL  EMBRUJO









Novela juvenil, ecológica  y romántica








Sin escenas de violencia  ni de sexo








Antonio Silva Mojica









É R A M O S   N I Ñ O S


Íbamos descalzos al amanecer por la pradera salpicando el rocío; mi hermana Iris y yo, Milton.  Delante de nosotros, en la yerba, las gotitas de rocío iluminadas por el sol brillaban con guiños de irisados colores: guiños  rojos que se tornaban verdes, luego amarillos, azules, anaranjados, violetas... los siete colores del arco iris.  ¡Íbamos pisando pedrerías!

El viento alegraba los ramajes y alborotaba los cabellos rubios y ensortijados de la niña. Con la brisa llegó volando una bella mariposa monarca. Revoloteaba encima de nosotros y al fin se posó en la orquídea que adornaba los bucles dorados de mi hermana. La niña se quedó quieta, extasiada, con una risita de hoyuelos.

Enseguida llegó también un precioso pajarito de copete rojo y pecho amarillo; era un insectívoro que venía persiguiendo a la inocente  mariposa.   El pajarito revoloteaba encima de nosotros y al fin se posó atrevidamente en un hombro de mi hermana.

Yo, que gozaba cuidando periquitos australianos y les conversaba como si fueran  personas,  le advertí inmediatamente al pajarito: 

    -  Belleza, prohibido comer mariposas monarca. ¡Vete a perseguir avispas!  Y lo espanté. Salió volando. 

A los pocos minutos regresó con una avispa en el pico, se la comió  y se puso cantar, y nosotros a escuchar.

Cuando terminó la canción le pregunté: 

    -  Mi amor ¿qué nos quisiste decir con ese trino?  En respuesta el pajarito entonó otra canción, terminada la cual salió volando  y ya no volvió más.  Iris y yo quedamos pensativos.

    ¿Qué nos querría decir con esos cantos?  le  pregunté a mi hermana.

-        Solamente lo sabremos en el Cielo, respondió la niña.

Huyó también la mariposa y se alejó revoloteando por encima de las flores. Nosotros continuamos nuestro paseo matutino al través de  la hermosa pradera  florecida. Tomados de la mano y haciendo caballitos, arribamos a una quebrada cristalina, espumante y bulliciosa;  se trasparentaban las piedrecitas pulidas de diversos colores.

Fuimos entrando descalzos en el agua fría que nos daba primero  a los  tobillos... luego a la rodilla... A medida que avanzábamos la niña con ambas manos se iba levantando la falda celeste y  al fin la soltó y dejó que se mojara. Nos bañamos vestidos con inmensa alegría.






LOS BÚHOS HECHIZAN A MI HERMANA


En la cabecera del pozo lucía una cascada como una cortina de vidrio transparente, y por detrás de ella quedaba espacio para caminar.

-        Juguemos al escondite,  me propuso Iris.  Yo acepté con una venia.

Se adelantó ella, salió a la orilla de la quebradas, y antes de esconderse quiso mirarme al través de la cortina de cristal.  Se transparentaba el rostro alegre de la niña: sonrisa de hoyuelos, ojos turquesa, pelo  rubio ensortijado  y en los crespos una orquídea.  Carialegre y menándose al ritmo de su dicha me cantó  

Soy hermana de la espuma, de las garzas,
de las rosas y del sol.
Y por eso tengo el alma como el alma primorosa
del cristal, del cristal.

Y corrió a esconderse. Yo salí del pozo y empecé a buscarla. Cuando  me vi  solo sentí miedo, sentí una repentina angustia, un presentimiento de que  algo  extraño iba a suceder. La grité nerviosamente: ¡Iris!

-        ¡Iris!  respondió  un eco profundo, encajonado. Me latía con fuerza el corazón. 

Caminando por entre las rocas descubrí la entrada de una cueva  escondida entre malezas. Fui entrando a esa gruta con precaución y miedo, estaba oscura.   Poco a poco fui distinguiendo dónde me encontraba: en una amplia caverna que se ramificaba en muchas galerías. Volví a gritarla: ¡Iris!

Y ya no me respondió un solo eco sino múltiples ecos escalonados: ¡Iris…IrisIrisEcos cada vez más débiles como si vinieran desde diversas lejanías.


De pronto empezaron a salir murciélagos, nubarrones de murciélagos en confusa chillería… Yo manoteaba para defenderme. Cuando acabaron de salir los murciélagos empezaron a salir lechuzas en silencio, planeando con gran elegancia y sin hacer el menor ruido, como si estuvieran hechas de solo plumas. Me tranquilicé mirando esa belleza de aves tan divinas.

Una plateada lechuza, la más linda de todas, al salir a contraluz se encandiló, desaceleró su vuelo y se posó en mi hombro. Yo, que en mi casa tenía por mascota un hermoso búho llamado Zoroastro, no sentí el menor miedo sino más bien satisfacción y confianza.  Le ofrecí a la lechuza mi dedo índice como lo hacía con mi precioso búho, y el ave subió a mi dedo. Cuando tuve  la lechuza frente a mí le pregunté:

       Belleza, dime dónde se escondió mi hermana Iris.

La lechuza abrió más esos ojazos redondos y se quedó mirándome sin parpadear. Sentí un escalofrío al notar que los ojos de la lechuza eran los mismos ojos de mi hermana, de color aguamarina. Tuve la convicción de que mi hermana se había convertido en esta hermosa lechuza plateada. Sentí que se me erizaba el pelo. ¿Para qué buscar ya a mi hermana si la tenía en mi mano convertida en lechuza?

Sin embargo esto pudiera ser una absurda sugestión mía. Me propuse registrar a fondo la caverna; no podía regresar a casa sin mi hermana. Me arriesgué a penetrar hasta el último rincón y volví a gritarla: ¡Iris!

-        ¡Iris! respondió la lechuza en mi mano.

-   ¡Las lechuzas no hablan, qué miedo!  Sacudí la mano instintivamente y la lechuza huyó.

Presa del terror salí corriendo hasta las afueras de la caverna, llegué al pozo donde nos habíamos bañado alegremente;  lo crucé a nado.  Salí del agua y antes de marcharme dirigí una última mirada a la cortina de agua trasparente y grité: ¡Iris!

¡Oh bella sorpresa! Detrás de la cascada lucía otra vez el rostro alegre de mi niña: sonrisa de hoyuelos, ojos garzos, cabello rubio ensortijado. Brinqué de alegría. Iris saltó al pozo y se vino nadando. Le ayudé a salir de la quebrada. En la orilla nos abrazamos y besamos apretadamente, y ambos con agüita en los ojos.

-        ¡Perdóname que te asusté! me dijo arrepentida.  No fue la lechuza la que te respondió, sino yo misma, escondida en un rincón de la caverna.

-        ¿Por qué tardabas tanto en salir y en contestarme?  le  pregunté.

-        Porque las lechuzas revoloteaban a mi alrededor como si se hubieran enamorado de mí, querían comerme a picos. Y sonreía.

Mirando yo la cabeza de la niña noté que entre los bucles dorados se veían platear dispersas plumas  de lechuza. Me encantó el contraste de oro y plata y sonreí, pero disimulé mi sorpresa; mejor era que después ella misma se mirara en el espejo.

Cuando regresábamos al hogar Iris me confió que por haber convivido durante media hora con las lechuzas le habían comunicado la sabiduría de los búhos, y que tenía poder sobre los animales. Yo respeté la confesión de la niña y empecé a sospechar que mi hermanita era especial, quizás tenía  facultades síquicas fuera de lo común.





BODAS DE PLATA MATRIMONIALES


A casa llegamos preciso cuando empezaba la fiesta de familia. ¿Qué fiesta? Papá y mamá estaban celebrando sus Bodas de Plata Matrimoniales. Bodas de Plata quiere decir 25 años de amor y comprensión, de alegrías y tristezas, de risas y de lágrimas. Mis padres se llamaban Germán y Magdalena.

Resonaba música bailable y se oían charlas y risas.  Habían venido nuestras 6 primas carialegres, cantantes, bailarinas y bonitas. Y nuestros  4 primos también cantantes y fiesteros. Llegaron además tíos y tías, abuelitos y abuelitas. La casa lucía muy bella, engalanada con globos y festones que se mecían alegremente con la brisa.

En la mitad del patio, sobre una mesa con mantel de encaje, el ponqué de 5 pisos. Mamá vestida de novia pero sin velo ni larga cola ni azahares. Ramo de flores en la mano. El novio, mi papá, disfrazado de astronauta, o sea con escafandra, porque había dicho  por broma que su viaje de luna de miel  sería rumbo al planeta Marte con todos nosotros. Él era humorista.

Nosotros los hijos, ilusionados y felices porque en Marte no habría  colegios  ni clases; ni nos  mandarían a lavar platos ni a brillar pisos. Allá la diversión sería patinar en el hielo de los polos marcianos aprovechando la energía eólica, o sea la fuerza  del viento. Un tío nuestro, sacerdote, les hizo repetir a papá y a mamá la fórmula del matrimonio:

Prometo serte fiel en la alegría y en el dolor,
en la salud y en la enfermedad,
en la pobreza y la prosperidad.
Para amarte y respetarte
 todos los días de mi vida.
Amén.

 ¡Amén! gritamos todos y soplamos burbujas de jabón tornasoladas, que revoloteaban entremezclándose con los asistentes.

El problema se presentó cuando los novios, o sea papá y mamá, se fueron a dar el beso nupcial, pues a papá se le trabó el casco de astronauta, no se lo podía zafar, y mi madre tuvo que besarlo por encima del acrílico trasparente de la máscara. Fue para risas. Por fin pudo zafarse el casco, y se volvieron a besar en vivo y en directo. Aplausos y gritería.

A continuación, partir el ponqué y distribuirlo. Cada uno con su tajada y su champaña. Brindis a cargo del curita. Chocar las copas de cristal. Mientras tanto, música de fondo.

Una vez terminado el brindis, la champaña y el ponqué, las niñas recogieron platos, copas, tenedores y servilletas y los llevaron a la cocina. Los hombres retiramos la mesa, quedó la pista despejada. Y empezó el baile infantil, juvenil y abuelil. Entremezcladas las 3 generaciones, que ocupaban todo el patio y los corredores,  ¡qué locura! Todos disfrazados, inclusive los adultos. Mi hermana Iris luciendo sus rizos de oro entremezclados con plumas de lechuza plateadas. Todos la miraban y se reían.

 ¿Dónde te arreglaron tan lindo ese peinado? le  preguntaban las niñas.

-   En mi salón de belleza, contestaba Iris. Mi salón se llama 
     “La caverna del embrujo”. Algún día las llevaré.






ESPELUZNANTES  SORPRESAS


        El baile terminó al amanecer. Cuando los invitados se 
        disponían a despedirse, mi madre tomó la palabra y dijo:

-  Amable concurrencia, cumplo con el encargo de trasmitirles una alegre invitación y es esta: nuestra  hija Iris tiene el gusto de convidar a todo el público juvenil e infantil a explorar la Caverna del embrujo. Pueden salir ahora mismo, así disfrazados como están.

         Aplausos y gritería. Las niñas brincaban y brincaban.

Mi hermana Iris sugirió que a la caverna entráramos descalzos para hacer contacto directo con el suelo y así poder captar la energía positiva de la tierra. Dejamos zapatos y medias en un rincón y salimos descalzos a la calle. Íbamos trotando pero en silencio para no interrumpir el sueño de los habitantes, serían las 5 de la mañana. Una vez en las afueras de la población, recorrimos en pocos minutos la pradera florecida y llegamos pronto a la quebrada.

-        ¡Baño obligatorio! Anunció Iris,  pero nadie se desviste.

Saltamos al pozo, lo atravesamos a nado y fuimos a escondernos detrás de la cascada cristalina. Estábamos  fascinados palpando con las manos esa cortina trasparente, cuando de pronto escuchamos aullidos de lobos, aullidos que salían de la caverna.

-        ¡Síganme sin miedo!  convidó Iris, y se adelantó a penetrar por entre las rocas, resuelta a desafiar toda clase de peligros. Luego añadió:

-  Todos tenemos que entrar aullando como lobos para ahuyentar a las fieras.

Entramos aullando:  ¡uuuuuuu!  Cada uno de nosotros, ahuecando las manos delante de la boca, formaba una especie de megáfono. Nuestros aullidos resonaban en la caverna como en una concha acústica y se amplificaban de un modo impresionante. Nos asustábamos con nuestros propios aullidos. Éramos 18  lobos aulladores.


Empezaron a salir otra vez murciélagos, nubarrones de murciélagos en odiosa chillería. Manoteábamos para que los bichos no fueran a aterrizar en las cabezas. Cuando acabaron de salir los murciélagos empezaron a salir lechuzas en completo silencio. Luego libélulas como avioncitos de cristal. Después golondrinas, que piaban en confusa gritería. Y al fin quedó todo en silencio. Pensábamos que ya no saldrían más volátiles, pero faltaba la especie más temible: las abejas africanas.

-        No les tengan  miedo, dije yo, Milton, las abejas salen a buscar flores.
           Y así fue,  el enjambre salió zumbando pero no picó a ninguno.

-        ¡Ahora listos! advirtió Iris. Llegó el momento más traumatizante. Listos porque ahora van a salir los reptiles venenosos. Por favor, niñas, no vayan a hacer aspavientos, dominen los nervios. Quédense  quietas como estatuas. Si alguna se mueve, no respondo. Suspenso…

De pronto escuchamos castañuelas de ofidios y vemos que del fondo de la caverna viene reptando por el suelo una oleada de serpientes trazando eses y ochos, sacando lenguas bífidas y agitando cascabeles. Quedamos fríos de terror y se nos erizó el pelo. Las serpientes rozaban nuestros pies descalzos con sus cuerpos lisos y húmedos. Las niñas gritaban agudamente, histéricas, y no podían tener quietos los pies, con lo cual las serpientes se les enroscaban en las piernas. Varias niñas se mojaron del susto. 

Por fin acabó de pasar la oleada de culebras y quedó todo en silencio. Respiramos tranquilos, pero nuestro cabello se había blanqueado por la descarga de adrenalina. 

-        Y por último, anunció Iris,  ahora empieza la “Fiesta de la Luz”.

Entonces invadieron el recinto millares de candelillas o luciérnagas como un recreo de chispas en la oscuridad. Revoloteaban por los techos, las paredes, los rincones. Luminiscencias fosforescentes como luces de Bengala. Desapareció la oscuridad, se convirtió en  amanecer. Lucieron en la techumbre las estalactitas y en el suelo las estalagmitas. Era un mágico laberinto de columnas de alabastro.

-        ¡Todos a bailar!  ordenó Iris. 

         Inmediatamente nos cuadramos por parejas de primos y de primas.  Brincábamos          y bailábamos al ritmo de nuestra improvisada alegría.

-        ¡Falta la orquesta!  gritó Myriam.

-        Ya viene la orquesta, anunció Iris.

Miles de chicharas ocultas en las grietas empezaron a cantar con gritería ensordecedora, amplificada por la concha acústica de la caverna. La estridencia subía de volumen en  crescendo, se nos reventaban los tímpanos. Salimos en desbandada con los dedos en los oídos y solamente los destapamos cuando estuvimos fuera de la caverna, debajo de la cascada.






¡SÁLVESE  QUIEN  PUEDA!


  ¡Vienen los tábanos! gritó Iris. (Tábanos son unas super-avispas de picadura mortal).

Saltamos al pozo y nos hundimos.  Mientras tanto los tábanos pasaban  y pasaban zumbando por encima de la quebrada. Dos minutos pasando tábanos, y dos minutos nosotros aguantando sin respirar debajo del agua.

-     ¡Salgan, salgan,  ya pasó el peligro! exclamó Iris palmoteando para que a través del agua cristalina distinguiéramos la señal.

Sacamos la cabeza del agua y respiramos a pleno pulmón. Salimos luego a la orilla de la quebrada; chorreaban agua nuestros disfraces.

-      ¡Falta Edwin!  gritaron a coro Maryluz y Marysol, mellizas.

¡Pánico inmediato! Todos buscábamos a Edwin entre los matorrales y detrás de las rocas y detrás de la cascada. Edwin, de 10 años, hermano mío, era el pequeño novio de las gemelas Maryluz y Marysol, de 11 años, primas nuestras. Por eso ellas cayeron en la cuenta de que no aparecía su niño preferido.

-     ¡Mírenlo en la moya!  gritó alguno.  Moya  llamábamos la parte más honda del pozo. Y en efecto, en esa moya reposaba el cuerpo de Edwin, mimetizado con las arenas del fondo.


Las dos novias se lanzaron al agua de cabeza. Como en el agua los cuerpos pesan menos, fácilmente alzaron el cadáver del niño y lo sacaron a la playa, donde lo tendieron bocarriba. La cara del niño, amoratada; los ojos cerrados, la boca entreabierta. Al niño no se le percibía pulso ni respiración.

-     ¡Nosotras dos le hacemos la respiración!  reclamaron las mellizas, pero  no se atrevieron a decir  "boca a boca"  porque les daba pena. Los demás del grupo, en círculo alrededor, observábamos la aplicación de los primeros auxilios.

Las dos niñas se arrodillaron a lado y lado de Edwin. Cada una quería ser la primera en aplicar la boca sobre los labios del niño. Pero ¿qué sucedió? Que al agacharse ambas al mismo tiempo, se dieron un  tope las dos cabezas en el aire, con lo cual se despertó el chico asustado y se agarró de las trenzas de las niñas. Estallamos en risas y en aplausos.

      -  ¡Resucitó, resucitó!  gritábamos emocionados.

Las dos novias, sonrojadas del gusto y la sorpresa,  le ayudaron al niño a levantarse del suelo y  se lo comieron a picos. Nosotras aplaudíamos.






GRANIZADA INCREÍBLE



Cuando regresábamos por la llanura se desgajó una granizada blanquísima. Nos llovían granos de hielo, granos que alzábamos con delicia y los llevábamos a la boca, por el gusto infantil de saborear unos cristales que se convertían en agua helada. A los pocos minutos la pradera blanqueaba como un glaciar. Pero así como empezó de improviso, también escampó de improviso. Iris ordenó:

-   Todas tenemos que llegar a casa luciendo un collar de perlas. No digo más, inventen.

Las niñas recogían granizos, juntaban grano con grano presionándolos, y los granizos se soldaban entre sí con su mismo hielo, formando sartas. Y cada chica se rodeaba el cuello con un collar de perlas blanquísimas y frigidísimas. Los hombres también nos divertíamos soldando granizos y poniéndonos collares de hielo.

  ¿No les da vergüenza ponerse adornos de mujer? nos reprochó Yesid, de 16 años, primo nuestro y novio de Laritza, mi hermana quinceañera.

-   ¿Cómo vos no te avergonzás, le reviró Laritza.  No te avergonzás de usar aretes, pirsin, moño y tatuaje de muchacha?

Yesid se coloreó y no pudo contestar.  Y empezó él también a ensartar granizos. Yesid terminó un lindo collar de perlas y con él rodeó el cuello de su dama. Entonces fue Laritza la que se ruborizó. Las niñas le cantaron:

Collar de perlas finas quiero ser
para estar entre tus sueños.
Quiero ser tu mero mero dueño
pa tener derecho a tus derechos.

       A continuación Fránklin, situándose delante de la pareja de novios y remedando a un sacerdote, proclamó en tono solemne:

-        Yo los declaro marido y mujer, pueden besarse.

Yesid y Laritza se besaron. Aplaudimos y reímos. Solo faltó una cámara.

Reanudamos la marcha y nos dirigimos al pueblo. Pero mientras caminábamos nos sucedió algo inesperado y tragicómico, y fue lo siguiente. Que como el frío había descendido por debajo del cero de congelación, nuestros disfraces húmedos se congelaron, se entiesaron, quedaron tan frágiles y quebradizos como si fueran de vidrio. Al caminar iban resquebrajándose y cayéndose a pedazos. Entonces aceleramos la marcha y entramos al pueblo. Las calles, blancas de granizo. La gente se asomaba a los balcones y se reía de nuestro apuro.

Mis hermanas y mis primas, que habían venido al paseo con faldilla blanca de balé, parecían pirinolas de porcelana. Y esas faldillas cristalizadas iban resquebrajándose y cayéndose como si fueran de hojaldre. Las chicas corrieron a esconderse, atacadas de vergüenza, de nervios y de risas.









SEGUNDA EXPEDICIÓN A LA CAVERNA


Al domingo siguiente mi hermana Iris entró en estado de trance. Trance  es cuando una persona se concentra y se pone en comunicación con los espíritus. Iris madrugó en faldita blanca de seda, caminó hasta la mitad del patio y allí se detuvo. Juntó las manos para orar, cerró los ojos, inclinó la cabeza y se concentró en adoración.

Mi hermana menor Ibet, de 5 años, se sorprendió al ver a Iris inmóvil como una imagen y corrió a decírselo a mi madre:

-        Mamá, llegó la Virgen de Fátima, ahí está parada en la mitad del patio.

-        ¿Cómo está vestida esa Virgen de Fátima?  le preguntó mi madre.

    De minifalda.

-       Entonces no es la Virgen.

-       Asómate y verás.

Cuando mi madre se asomó al patio, Iris no pisaba el suelo, estaba en levitación a medio metro de altura. Levitación es cuando una persona se eleva del suelo, de tanto pensar o meditar. Esto les sucede solo a los santos y a las santas.

Salieron al patio mis hermanas Laritza, Ibet y Zusy. Salieron mis hermanos Edwin, Héctor y Álvaro. Se asomó también mi padre Germán. Todos en silencio observábamos el fenómeno. Nuestros  dos perros dálmatas le ladraban a Iris, la desconocieron.

De pronto se oyó en la calle un bullicio de risas y de charlas. Era la pandilla de mis primas las locatas, que acababan de llegar sin previo aviso. Entraron en desorden al patio y preguntaron en coro:

-       ¿Para qué nos llamaron?

-        Nadie las ha llamado, les aseguró mi madre.

-        Yo las llamé, dijo Iris descendiendo de su altura y pisando nuevamente el suelo. Yo las llamé por telepatía. (Iris era una niña especial, clarividente).

-        Hoy vamos a ir otra vez a la caverna, invitó Iris.

-        ¡No más cavernas! sentenció mi madre. ¿Para que vuelvan con el pelo blanco y con  plumas de lechuza  en la cabeza?¿Y para que destrocen los disfraces que estaban estrenando? ¡Juicio, por Dios! Pónganse a estudiar.

-        Mamá, le contestó Laritza,  precisamente a la caverna vamos a estudiar. A estudiar geología, arqueología y mineralogía.

-        Y majadería,  terció mi padre; nos reímos.

-        Bueno, dijo Iris, les hago una propuesta: que papá y mamá nos acompañen a la caverna.

-        No quiero canas antes de tiempo, respondió mi madre. Bueno, si ustedes me garantizan que no se me blanqueará el cabello, podríamos aventurarnos.

-        Mija, le dijo mi padre a mamá, ya que pronto nos iremos para el Planeta Marte, ensayemos esta última experiencia con terrícolas.

-        Con cavernícolas, corrigió Elvia, una de las primas.

-        ¡Fila india!  mandó Iris, por orden de estatura.

Nos organizamos de menor a mayor. Éramos 18 excursionistas: 10 por parte de mis primas y 8 por parte de nosotros. Nos daba pena salir a la calle con el pelo blanco     (se nos había encanecido con el susto de las serpientes en la cueva). Pero como en el pueblo ya era común ver niñas y niños disfrazados y pintados, pensarán que nos teñimos el cabello, punto.

-        ¡De frente, ordenó Iris, con compás, mar! Salimos a la calle marchando.

-        Se salió el manicomio, cuchicheó una señora en su balcón.

Papá y mamá nos seguían en bicicleta. En las parrillas iban las canastas con nuestra merienda. En los manubrios de mi madre iba nuestra pareja de búhos: Zoroastro y Zaratustra, de grandes ojos negros redondos y de pico ganchudo. A veces Zoroastro giraba la cabeza y se quedaba mirando fijamente a mi madre. Mamá se impresionaba con eso ojazos y casi perdía el equilibrio.

En los manubrios de mi padre iba nuestra guacamaya Cleopatra, gritando: ¡Izquierda, derecha;  izquierda, derecha! Los dos  perros iban a pie, naturalmente; y los dos micos a caballo en los perros, naturalmente.

-       ¡Allá va el circo!  gritó un muchacho callejero al vernos desfilar. Nos reímos.

Cuando llegamos a la pradera, esta parecía  una laguna congelada, porque el granizo se había compactado y nivelado.  Parecía una pista de patinaje sobre hielo. Hasta aquí llegaron papá y mamá. Dieron vuelta a sus ciclas y regresaron al pueblo, llevándose a Cleopatra, a Zoroastro y Zaratustra. Y llevándose también, por inadvertencia, las canastas con nuestro refrigerio. Los perros se vinieron detrás de nosotros con sus jinetes, o sea los micos.     Los perros se llamaban Cásor y Pólux, nombres de dos estrellas del cielo.

No nos atrevíamos a caminar por encima del hielo, por el peligro de resbalones y fracturas. Dimos un rodeo y al fin llegamos al pozo de Edwin  (así empezamos a llamar el pozo). Esta vez no nos bañamos ni nos escondimos detrás de la cascada, sino que nos dirigimos directamente a la caverna. Empezamos a escuchar otra vez aullidos de lobos.

-        Tranquilos, advirtió Iris, tranquilos,  que no son aullidos de amenaza sino de angustia, o sea que hay lobos en apuros y piden auxilio; ayudémoles.

-        Primero los perros, dije. ¡Adentro, hucha! Y los dálmatas se internaron en la caverna corriendo y  ladrando, y los micos encima de los perros chillando.

Al rato regresaron los perros sin los micos. ¿Qué habría sucedido?  ¿Los lobos devoraron a los micos? Mis dos hermanitas menores, Ibet y Zusy, rompieron a llorar inconsolables, pues eran las dueñas de los micos, sus mascotas, a quienes llamaban  Lucero y Estrella.

-        ¡Hablen!  les mandó Yesid a los perros. ¡Hablen, informen! ¿Y si no  para qué los trajimos? ¿Qué pasó con los micos? ¿Se los comieron los lobos? ¡Ustedes son unos irresponsables!

Los dos perros dálmatas, sentados en las patas traseras, aullaban lastimeramente. Se callaban un rato y volvían a llorar, inclusive se les humedecían los ojos. En esas vimos que desde el fondo de la caverna venían los  micos caminando en dos pies y alzando en brazos un bultico. ¿Qué traerían en brazos?

Cada mico traía en brazos un lobezno bebé que parecía de peluche. Las niñas corrieron y alzaron esas criaturas, las acariciaban y besaban como si fueran gaticos.


-  ¡Klim!  les mandó Iris a los dálmatas; y ellos salieron a la carrera para el pueblo. Estaban amaestrados para cumplir esa orden. Klim era una clave secreta.

Esta vez traíamos un reflector, el de la cámara de filmaciones en manos de Yesid. Fuimos avanzando hacia donde se oían los aullidos de lobos. Llegamos a una guarida y ¿qué vemos? Sobre un raído cuero de res yacía una loba moribunda y quejumbrosa, con una herida de bala en un  costado. Su compañero, el lobo gris, sentado en las patas traseras aullaba triste y prolongadamente.






SÉXTUPLES  HUÉRFANOS


Cuatro lobitos bebés acompañaban a la madre agonizante; cuatro lobitos que procuraban succionar leche de las ubres resecas de la madre. Las niñas alzaron también esos bebés y los acariciaban con cariño y compasión. Ya eran 6 lobeznos en total: séxtuples huérfanos.

-    ¿Y ahora qué hacemos con la loba herida? preguntó Elvia.

-        ¿Qué se les ocurre?  preguntó a su vez Iris. Y empezamos a hacer propuestas:

-        Llamar a la policía, sugirió Ludvin.

-        Llamar al Cuerpo de Bomberos, propuso Edwin.

-        Llamar a la Cruz Roja.

-        Llevar la loba a “Urgencias” del hospital.

-        A “Urgencias”  no, sino a “Maternidad”.

-        Llamar a la Sociedad Protectora de animales.

-        Llevar la loba a donde un veterinario.

-        Es lo mejor, aprobó Iris. Llevar la loba a un veterinario para que la cure. ¡Vámonos!

En esas regresaron del pueblo Cástor y Pólux, cada uno con un tetero en el hocico. Habían cumplido la orden de Klim. Con tales teteros habíamos amamantado a los dos micos el año anterior, cuando los adoptamos  huérfanos. Inmediatamente las niñas se disputaron el oficio de niñeras para darles chupo a los lobatos.

Como la loba madre estaba tendida sobre un cuero de res, la arrastramos con todo y cuero, con cuidado y con cariño, hasta la salida de la caverna. El lobo padre nos acompañó en el recorrido sin mostrar disgusto y sin amenazarnos.  Los animales tienen inteligencia y sensibilidad.

Ludvin y Edwin pidieron que colaboráramos prestando unos cinturones, sin decirnos para qué. Inmediatamente varios chicos nos quitamos la correa y la entregamos para la emergencia. Y quedamos con pantalones descaderados como los que usan las muchachas; se nos veía el ombligo,  las niñas se reían.

Ludvin y Edwin con esas  correas y con el cuero de res inventaron un trineo. A falta de perros chau-chau (perros esquimales que remolcan trineos), les pidieron el favor a Cástor y Pólux. Ellos respondieron batiendo la cola. Una vez hechos los amarradijos, la yunta de perros empezó a tirar el trineo sobre la blanca superficie del hielo (del hielo de la pradera congelada).

Pero nuestro gozo en un pozo. Los perros se rindieron y se sentaron. Tal vez protestaban porque los habían obligado a trabajar horas extra.  O tal vez se sentían humillados con el oficio, creyéndose ellos del estrato seis. Hubo que añadir un tercer perro; y ese tercer perro era el lobo padre. Cuando lo fuimos a sujetar descubrimos un anillo metálico en una de las patas traseras. En ese anillo decía “Trixy”.

Entonces recordamos. Trixy era el lobo ruso amaestrado, perteneciente al  circo ambulante que había venido al pueblo el año anterior.  Trixy se había fugado del circo y se había refugiado en la caverna. Allí simpatizó con esta loba. Felices convivieron en unión libre y formaron un lindo hogar de seis criaturas: tres niñas, tres niños. Seguramente Trixy le había prometido a su esposa serle fiel, amarla y respetarla todos los días de su vida. (Hasta que la muerte nos separe…)

Enganchado Trixy,  iba de puntero delante de los dálmatas. El lobo remolcaba el trineo a conciencia y con  responsabilidad, viendo que se trataba de salvar a su digna esposa. “Los brutos tienen corazón sensible”  dijo un poeta.

Acompañando y dirigiendo el trineo iban Ludvin y Edwin. Ellos presentarían la loba al veterinario y avisarían a la Sociedad Protectora de Animales para que se encargaran de la pareja de lobos. Los demás niños y niñas nos quedamos en la quebrada, felices por haber cumplido una obra de caridad con esa loba y su familia. Estábamos acatando el Derecho Internacional Humanitario.








NATACIÓN Y BUCEO


-     ¡Merecemos un premio!  proclamó Iris. ¡Todos al agua!

Las niñas se desvistieron rápidamente y quedaron en bikini (venían prevenidas).   Los hombres, en descaderados. Nos lanzamos al pozo. Jugamos a bucear. Entre las piedras del fondo recogimos cuarzos, que nos servirían para sacar chispas  frotando uno con otro.

Después de dos horas de natación y diversión salimos a la orilla  tiritando de frío  y de hambre.  Nos sentamos en las grandes piedras de la quebrada para  calentarnos al sol.   

De pronto escuchamos que por allá lejos ladraban nuestros perros, nos asomamos a ver: por la llanura congelada venían  los  dálmatas a la carrera, felices arrastrando el trineo.  Llegaron pronto a la quebrada. En el trineo venía una canasta, y en la canasta nuestro refrigerio.

-       ¡Que vivan las mamás, que se acordaron de nosotros!  gritó Ibét.

-       ¡Que vivan!  gritamos todos y mandábamos besitos soplados a nuestras madres ausentes.

Y procedimos a desempacar, repartir y devorar. Empanadas  calientes y  naranjada fría. Compartíamos nuestro fiambre con las truchas del pozo, que brincaban fuera del agua y agarraban el bocado al aire.  Compartíamos con las mirlas que  picoteaban por ahí, y después nos daban las gracias con sus trinos. Llegó volando una lora mansita,  escapada talvez de alguna casa.

-        Es la lora de doña Carmen, dijo Laritza, que se le perdió desde hace un mes. Laritza  le ofreció a la lora un grano de maní; la lora lo agarró con una pata, se lo llevó al pico y empezó a desmenuzarlo. 

Al olor de las empanadas  apareció una gata angora rubia, esponjada y consentida. Haciendo arrumacos y maullando nos rozaba las espinillas con ánimo de lucro. Esa gata nunca la habíamos visto en el pueblo, no fue traída  por el circo ni por los gitanos.

-   ¿Usté  quién es?  le preguntó  Myriam a la gata. ¡Identifíquese! ¡Hable por favor! Y si no, no hay pollo para usté. ¡Hable, se lo mando!

    -    Los animales no hablan, le recordé   a  Myriam. Y se lo repetí en voz más fuerte: ¡Los animales no hablan!

     -      ¡Sí hablamos!  dijo inesperadamente la lora. Soltamos la risa.

Entonces  Elvia, prima nuestra de nueve años, se acordó de que esos gatos finísimos  angora eran originarios de Asia, y preguntó:

 ¿Cómo pudieron los gatos pasar  del continente asiático al continente americano?

-        Por el estrecho de Béring,  respondió Alvaro.

-        Bueno, vinimos a explorar de nuevo la caverna, dijo Iris. Vamos adentro.





GRATAS  SORPRESAS


Las chicas se vistieron sus ropas encima del  bikini mojado. Y desfilamos hacia la cueva con perros, gata, lora, micos y lobaticos. Entramos a la caverna. Caminábamos mirando con precaución a todas partes. De pronto uno de nuestros micos saltó a una columna-estalagmita y  subió por ella.  Agarró algo y lo trajo en una mano; bajó y nos lo mostró: era un nido de colibríes o tominejos con tres pichoncitos preciosos, de plumaje tornasolado, o sea que cambiaban de color según el ángulo desde donde los miráramos.

-        ¡Ay, divinos,  exclamaron las niñas,  llevémolos  para la casa!

-        De ninguna manera, prohibió Iris, se frustrarían los padres.

-        Mis padres no se frustran porque les lleven pájaros, afirmó Eugenia.

-        Tus  padres no se frustrarán, explicó Iris, pero sí los padres de 
      estos pichoncitos.


El mico volvió a escalar la columna  con el nido en una mano y lo dejó donde lo había encontrado. Mientras tanto el otro mico, que se había extraviado, se presentó a caballo en una cabra.  Montado en el cuello del animal, con ambas manos  agarraba  los dos cuernos de la cabra. El mico nos hacía muecas chistosas, parecía reírse mostrando toda su dentadura, y nos hizo reír.

De pronto la cabra emitió un balido fuertísimo que hizo fruncir a las niñas y lanzó  al mico a tierra. Tras el balido llegaron corriendo sus dos cabritos mellizos; se arrodillaron a lado y lado de la cabra y empezaron a mamar  batiendo las colas en señal de alegría. Sonreímos ante una escena tan tierna y linda de la naturaleza, mejor dicho de Dios. Iris e Ibet aplaudieron.

-        Ya está la solución para alimentar a los  lobitos, sugirió Amalia:   pues  que la cabra  los amamante , que sea su nodriza.

-        Muy fácil decirlo, protestó  Myriam,  pero entonces ¿quién  amamantaría a los cabritos?

-        La cabra da para todo, afirmó Wilson. Más bien sobrará leche para hacer   quesos y mantequilla. Y empezamos a trazar alegres planes.

-        La mantequilla para nuestro desayuno, con tostadas.

-        Los quesos para vender.

-        Con la plata de los quesos compraremos  una vaca lechera y su ternero.

-        A los tres años tendremos  un lote de ganado vacuno.

-        Con ese capital nos costearemos  el bachillerato.

-        Y después la universidad en el extranjero.

-        Muy lindos planes, expresó Iris, pero ¿quién dijo que podíamos disponer de la cabra sin más ni más? Ella sin duda tendrá su propietario.

Entonces la cabra,  que había estado oyendo atentamente la conversación como si entendiera lo que estábamos  planeando hacer con ella, salió huyendo con sus mellizos. Tras la cabra  salieron los perros ladrando, los micos chillando, la lora volando. La gata desapareció.

-        ¿Qué se hizo la gata?  preguntó Héctor.  ¿Qué se hizo la gata angora?

-        Se habrá ido  para el estrecho de Béring,  sugirió Amalia.

Una vez que salieron todos nuestros animales, continuamos  la exploración de la caverna. Caminábamos mirando con prevención a lado y lado. De pronto vimos brillar en el fondo oscuro  un par de  ojos de fiera.

-        ¡Un tigre!  clamó  Edwin.

-        ¡Un oso!  gritó Alvaro.

-        ¡Una pantera!  sentenció  Ibét.

-        Es una danta, expliqué yo.    Las dantas son herbívoras.

-        ¿Herbívora es lo mismo que vegetariana?  preguntó Eugenia.

-        Casi lo mismo, respondí  yo. Lo malo es que los vegetarianos de vez en cuando  comen carne,  y no sabemos si a esta danta  le provoque ahora comer carne de niñas.  

Las niñas, asustadas, se agarraban de nosotros los hombres. Como la danta ocupaba casi todo el pasadizo por donde teníamos que seguir, Yesid nos aconsejó diciéndonos:

-        La danta está encandilada por el reflector, aprovechen y pasen rápido, con cuidado.

Pasamos a la carrera y seguimos adelante por un túnel rocoso. De  pronto sentimos pasos de animal grande y volteamos a mirar para atrás: la danta venía persiguiéndonos.

-        ¡Nos va a devorar, nos va a devorar!  gritaron las niñas.

Yesid le enfocó el reflector y la danta se encandiló de nuevo y se detuvo. Respiramos, pero el túnel terminaba ahí, contra un muro de roca, no podíamos avanzar más, tendríamos que regresar por junto a la danta carnívora,  ¡qué miedo!

En esto se apagó el reflector de la cámara debido a un corto, quedamos a oscuras. Notamos que el traje de seda blanca de Iris mantenía una luminiscencia, como cuando se apaga  un tubo de luz  neón y el tubo sigue luminiscente. También hay unas imágenes de la Virgen  que  fosforecen por la noche. De pronto vemos que Iris, nuestra  virgencita  fosforescente,  va penetrando a través del muro rocoso... y al fin desaparece...

Quedamos asombrados y asustados.  ¿Volverá  o no volverá la niña? Nos sentimos desamparados e  impotentes. Con Iris todo era alegría y paz y seguridad. Se nos evaporó nuestra hermanita  especial. Las niñas lloraban. Esperamos  una eternidad de minutos, y a oscuras. Suspenso...


De pronto vemos que asoma otra vez por el muro el traje blanco y luminiscente de nuestra guía. Se encendió de nuevo el reflector. Reapareció la niña carialegre, sonrisa de hoyuelos. Corrimos a abrazarla y besarla. Llorábamos de la felicidad.






HALLAZGO  IMPREVISTO


-        Hay un túnel secreto,  reveló  Iris, busquen piedras.

Alzamos piedras del tamaño de un puño.  Iris añadió:

-        Vayan  golpeando los muros con las piedras  hasta encontrar el muro falso.

Empezamos a golpear los muros con las piedras.

-        ¡Aquí suena falso! exclamó Wilson.

Corrimos todos a golpear ese sitio donde sonaba falso.

De pronto se desmoronó esa parte del muro   y apareció un gran hueco de la altura de una puerta.  Entramos por ese hueco.  Lo que  parecía otro túnel era el interior de un gran esqueleto de ballena antediluviana petrificada. Explorábamos todo con el reflector. Lo que parecían  arcos de cemento que sostenían el  túnel, eran las costillas fosilizadas de aquel monstruo. Monstruo de cien metros de longitud y de cien millones de años. Lo que menos esperábamos. ¡Hallazgo  imprevisto!

-        Explícanos este misterio, le pidió Fránklin a Laritza. ¿Cómo un pez del mar pudo subir a este hueco de la cordillera?

-        No es que el mar haya subido hasta aquí, explicó Laritza, sino que esta loma estaba sumergida en el fondo del mar hace millones de años.  Después sobrevino un cataclismo  y el fondo del mar se levantó con todos sus fósiles y formó esta cordillera.

 
--  -  ¿Qué haremos con este fósil de cien metros de longitud?  preguntó
Franklin.

-        Llevarlo  a un museo, sugirió Ibét

-        Más bien traer el museo a este fósil, corrigió Wilson.

-        Por lo pronto, dijo Iris, ¡Vamos a informar a nuestros padres, a las autoridades y a todo el mundo que acabamos de descubrir un monstruo antediluviano!

Emprendimos el regreso al hogar, salimos de la caverna. La danta ya no estaba por ahí. Estaban Cástor y Pólux, nuestros dos dálmatas,  esperándonos. Cuando llegamos al glaciar, es decir a la llanura congelada, enganchamos nuevamente los perros al trineo y en  él  sentamos a Ibét y a Zusy,  las niñas más pequeñas.

-  ¡Agárrense de las riendas!  les dije.  Y arrancaron…Mientras el trineo se deslizaba por la blancura del glaciar tirado por los dálmatas, nosotros aplaudíamos y gritábamos.






SE  ARMA  EL  ESCÁNDALO


La noticia del megafósil se regó por el pueblo y por todos los pueblos circunvecinos, por toda Colombia, le dio la vuelta al mundo. Noticia exagerada y  tergiversada por las emisoras de radio y de televisión y por las primeras páginas de todas las revistas y periódicos.

“Que unos niños habían descubierto el fósil de una ballena encuevada. Que aparecieron misteriosamente una gata angora y una cabra también angora. Que ambas criaturas habían venido a pie desde Alaska, después de atravesar el Estrecho de Béring.

“Que los niños tuvieron que enfrentarse con una danta carnívora. Que en la caverna hallaron búhos parlantes, o sea lechuzas que hablaban. Que la ballena estaba custodiada por serpientes cascabeles y por tábanos. Que una niña especial, clarividente y milagrosa, engatusaba a todo mundo”.

Al pueblo llegó una avalancha de fotógrafos y camarógrafos. De periodistas, políticos, alcaldes, congresistas, gobernadores, policías y soldados. Reinas de belleza, futbolistas, patinadoras, cantantes. La Cruz Roja, el Cuerpo de Bomberos, las Damas Grises, las Damas Rosadas y las Damas Sonrosadas.

Flotas de buses y busetas inundaban los potreros. Centenares de taxis amarillos. Motocicletas, bicicletas, caballos de paso fino, coches de caballos. Mientras tanto por el cielo revoloteaban helicópteros, parapentes, cometistas y paracaidistas.

Multitudes de campesinos se arremolinaban por los senderos en dirección a la Caverna, parecían caminos de  hormigas.  Miles de turistas de bluyines, tenis y morral a cuestas iban entrando con precaución y asombro a la primera galería subterránea, fuertemente iluminada por potentes reflectores. Todos admiraban el grandioso costillaje del cetáceo, petrificado desde hacía millones de años. Todos disparaban sus cámaras en todas direcciones. Todos recogían del suelo diminutos esqueletos de pescados, los que había devorado la ballena en el océano. 

Pero dejemos que la multitud aprecie y disfrute de tan increíble misterio biológico y geológico, y asomémonos al pueblo a ver qué novedades encontramos. 






LLEGA EL SUMO PONTÍFICE DE ROMA


Se acercaba un helicóptero especial, plateado. En él venía el Papa de Roma, quien piloteaba personalmente su autogiro. Aterrizó en el polideportivo. Cuando se abrió la portezuela del aparato descendieron los Niños Cantores de Viena y se dirigieron a la plaza del pueblo, en cuyo escenario presentarían sus canciones angélicas.

Al Papa lo condujeron de incógnito al templo de la población. El Papa mandó llamar a la niña especial, clarividente. Acompañando a nuestra hermana Iris para su entrevista con el Pontífice fuimos también nosotros con papá y mamá.

El jefe de protocolo pontificio no permitió que nos arrodilláramos delante del Papa ni que le dijéramos Su Santidad.  Le diríamos sencillamente Juan, como a Jesucristo, con ser Dios, le decimos simplemente Jesús, no Su Santidad Jesús. El papa estaba de pie y mi hermana Iris en frente de pie. Y este fue el diálogo que sostuvieron el Papa y la niña.

-       ¿Es verdad que usted, Iris, está engañando a todo el mundo?

-        Señor Juan, le respondió la niña, yo no tengo la culpa de lo que me sucede. Yo soy Teresita del Niño Jesús o de Lisieux, reencarnada. Vine a la Tierra para ver a qué juegan los hombres.

-        ¿A qué juegan los hombres? le preguntó el Papa.

-        Los hombres juegan a “Ladrones y policías”,  respondió Iris.

-        Explíquese, por favor,  le urgió el Pontífice.

-        Ladrones son los malos gobernantes y los políticos corruptos, que prometen servir al pueblo pero  después ponen al pueblo a su servicio. Lo explotan, lo engañan, lo empobrecen. Policías son los jueces y abogados que aparentan hacer justicia pero se dejan sobornar, o extorsionan a sus víctimas.

-        Me dicen que usted, niña Iris, se eleva del suelo. Hágame una demostración ahora mismo, por favor.

-       Me perdona Su Santidad, pero es que…

-        No me diga Santidad, yo soy un hombre. Santidad es solamente la de Dios. Dígame don Juan, o simplemente Juan.

  Bueno, don Juan, Yo no puedo elevarme del suelo cuando la gente me lo pide. Eso me sucede cuando yo menos pienso. (En ese  momento Iris se fue elevando poco a poco… hasta que su carita quedó al nivel del rostro del Pontífice).

-        Basta, Teresita, le dijo don Juan. (La niña descendió y volvió a pisar el suelo).

-        ¿Qué mensaje traes para Colombia? le preguntó el Papa.

-        Aquí lo tiene, respondió la niña y le entregó un cuaderno manuscrito.

El Papa se lo recibió y empezó a hojearlo. Era un cuaderno de escuela escrito en francés con letra de niña, con dibujos a color; y  con  regular ortografía. El cuaderno se titulaba “Histoir d´un Ame”. (Historia de un Alma). El Papa se lo agradeció  y  lo pasó al jefe de protocolo. Enseguida el Pontífice atrajo hacia sí la cabecita rubia y crespa de la niña y la besó en ambas mejillas.

-        Si es verdad que tú eres Teresita del Niño Jesús, le advirtió el Papa tuteándola, te cortaré uno de tus rizos para compararlo con los auténticos cabellos de santa Teresita  que guardamos y veneramos en Lisieux de Francia.

A continuación el Papa recibió de manos del jefe de protocolo unas tijeras de plata; con ellas cortó un crespo rubio de la niña y lo guardó en un relicario de oro. La niña, al sentir que le cortaban un bucle, hizo un pucherito de hoyuelos.                                                                     

-        Don Juan,  le dijo la niña,  mis cabellos que dejé en Lisieux hace más de cien  años  ya se habrán  desteñido con el tiempo. Estos crespos míos de ahora  son más dorados y brillantes; de pronto van a creer que no son de la misma cabeza, o sea de mi cabeza.

-        Tranquila, le dijo el Papa,  tranquila que tus cabellos los haremos analizar por medio del  carbono  catorce.

Volvió a besar a la niña;  a nosotros nos dio la mano; se la besamos con cariño y con respeto. El Papa y su  acompañante salieron por la sacristía a la  gran huerta de la casa cural, donde los esperaba el helicóptero. Subieron  al aparato, el Papa se ajustó los guantes y empuñó los comandos.    La  hélice o rotor empezó a girar y a rugir, y el plateado autogiro ascendió oblicuamente por encima de la población y se alejó empequeñeciéndose…    Lo perdimos de vista para siempre.

Al Papa no le interesaba la ballena fósil, le interesaba cerciorarse de la reencarnación de santa Teresita. Como vicario de Cristo y vigía de su Iglesia tenía que velar por las creencias y las costumbres cristianas. Milagros como la resurrección de personas fallecidas se habían dado en tiempo de los profetas y del mismo Jesucristo, de quien consta que resucitó a Lázaro, a una niña y a un joven, los cuales volvieron a vivir en carne y hueso, a conversar, a comer, a beber, a llorar y a reir. Por lo tanto sí es posible que personas ya finadas,  pero vivas en el otro mundo, regresen a la Tierra. 

Don Juan había  leído  esta promesa de la santa de Lisieux: “Quiero pasar mi Cielo haciendo bien en la Tierra”. Y era la verdad. Teresita, que  desde niña  había sido siempre juguetona, se había escapado del Cielo, y ahora estaba en la Tierra  jugando al escondite. Por eso aparecía y desaparecía. También Jesús resucitado jugó con las mujeres apareciendo y desapareciendo. 

Terminado el concierto de los Niños Cantores de Viena, mientras la multitud aplaudía extasiada, condujeron  a los cantorcitos a otro helicóptero y en él partieron para siempre.






¿Y AHORA QUÉ?


Partieron las caravanas de buses y busetas, partieron los taxis amarillos y las motocicletas. Volaron los helicópteros, volaron los parapentes, volaron los cometistas. Por último los campesinos regresaron a pie a sus casas por caminos veredales. Quedó el pueblito en paz y tranquilidad. ¿Y ahora qué?

Regresamos tarde a casa, rendidos y hambrientos después de tanto trajín. Mi madre nos había preparado una deliciosa pizza de frutas que devoramos con apetito de adolescentes. Laritza, nestra hermana mayor y segunda madre, era la responsable de comprobar todas las noches que no faltara ninguno de nosotros. Así que corría lista de todos, nombre por nombre, o contaba las cabezas: siete cabezas, y con la de ella ocho. Esa noche faltaba una cabeza.

-        ¿Quién falta?  preguntó mi madre haciéndose la que no sabía.

-        Falta Héctor, contestamos en coro. Héctor era nuestro hermano menor, de 7 años.

-        ¡Pues a buscarlo!  sentenció mi padre.

-        Estará donde las primas,   sugerí yo.

Salimos corriendo para donde las primas. Estaba el portón abierto como de costumbre  y  entramos de sopetón. Las primas estaban cenando a luz de vela porque había sobrevenido un apagón en el pueblo. Les preguntamos por Héctor.

-        Estará donde la novia,  comentó Elvia con picardía.
-       O sea donde Doris,  completó Franklin.

¿Qién era Doris en el pueblo?  Era una preciosa niñita de 6 años, blanca, rubia, crespa y juguetona. Amiga inseparable de nuestro hermanito Héctor. Los llamaban los novios,  y lo eran. Héctor y Doris se visitaban mutuamente, ya todo el pueblo los conocía, causaba gracia ese romance infantil. Los turistas los hacían besarse para fotografiarlos.

-       Pues vayan a donde Dóris,  mandó mi tía Bertilda.

Al punto las 6 primas y  los 4 primos aceleraron su cena y acabaron. Nos repartieron velas y salimos a la calle con 17 velas encendidas. Llegamos a la herrería, saludamos a Guillermo y a Brígida, los papás de Doris, y les preguntamos por Héctor.

-       Y yo les pregunto por mi hija Doris, contestó la mamá preocupada.     Yo pensé que la niña andaba con ustedes.

-        Seguro está donde Inés, la madrina de Doris, dijo el papá. Váyanse a caballo, ahí están las bestias.

El papá de Doris era el herrero de la población, manejaba una fragua, herraba caballos y poseía una corraleja. A ese lote lo llamaban con humor "El terminal de bestias". Guillermo podía disponer de sus huéspedes, para pequeños servicios, por eso había dicho: Váyanse a caballo, ahí están las bestias.

Guillermo y Brígida tenían, además de Doris, una hija de 12 años, Elena; y un hijo de 10, Julio. Estos niños nos acompañaron a la corraleja y nos ayudaron a escoger los caballos. Escogimos los ponis; había muchos ponis por motivo de las ferias. Nos ayudaron a montar y ellos dos, Julio y Elena, también montaron para ir a buscar a su hermana Doris. Todos íbamos en pelo, o sea sin montura, pero con cabestro.

Salimos al camino, éramos 19 ponis, digo 19 jinetes. En las manos, 19 velas encendidas. Salimos  por el camino viejo, rumbo a la finca de Inés, madrina de Doris. Pero a la media hora empezaría lo tenebroso: había que atravesar el cementerio viejo a media noche, ¡qué miedo! Recordábamos  tantas historias de espantos, de duendes y mohanes.








ESPANTO EN EL CEMENTERIO



A  media noche llegamos a la gran puerta metálica del cementerio, estaba de par en par abierta. Entramos con precaución, mejor dicho con miedo. Avanzábamos por entre malezas, pues este era el cementerio viejo y lo habían abandonado, nadie lo había vuelto a desyerbar. 

De pronto se cerró bruscamente la puerta oxidada, con gran estrépito. Nos fruncimos; las niñas gritaron. Yesid, Laritza y yo,  haciéndonos los fuertes pero temblando de terror, dimos vuelta  a los ponis  y nos acercamos a la puerta a ver si se podía abrir de nuevo.

Pero encontramos que  la puerta estaba cerrada con  candados, cadenas, fallebas y cerrojos.  El viento no tenía manos para ajustar candados ni para cruzar cerrojos.   Entonces ¿quién pudo ajustarlos? Ahí estaba el misterio. Nos reunimos de nuevo con el grupo sin decirles nada. (Yo pensaba para mis adentros: Los espíritus nos encerraron en el cementerio. Con seguridad la otra puerta, la de salida, también la encontraremos ajustada).

No podíamos retroceder, teníamos que seguir adelante, y seguimos. En esas sopló una brisa y apagó nuestras velas, quedamos a oscuras, las niñas gritaron.  

-     Tranquilas, nos consoló Iris, tranquilas que los muertos no hacen daño.   Los que hacen daño son los vivos.

A la tenue luz de las estrellas se veían blanquear las sepulturas, dispersas entre matorrales.  En un mausoleo de 4 niveles,  abandonado y en ruinas, todas las bóvedas estaban destapadas porque ya habían sacado los restos.  De esas bóvedas abiertas, ahumadas y oscuras empezaron a salir murciélagos.

Esas  negras aves siniestras  revoloteaban encima de nosotros.  Esta era quizás la peor  amenaza, porque  los vampiros podrían atacarnos y atacar a los caballos. Primero  el mordisco en la nuca, luego el desangre, y por último la infección y la gangrena. No invocamos a santa Teresita, pero teníamos la firme confianza en ella, que no permitiría que sus hermanos y sus primos fuéramos víctimas de los vampiros. Y en efecto, los bichos desaparecieron. Respiramos con alivio.

Seguimos caminando por entre matorrales y a oscuras. Yo iba de último en la fila. De pronto me agarraron por el cuello dos manos peludas, quise gritar pero  una garra me tapó la boca; la mordí con miedo y rabia. El monstruo saltó a tierra y se perdió entre la maleza. Era el  gorila ermitaño, fiera  que habitaba en el cementerio además de los murciélagos.  A ese gorila   lo llamaban  Cromañón.

Y  Cromañón tenía esposa: Neandertal. Ambos se guarecían  en las ruinas de lo que había sido el anfiteatro de las necropsias.  Se decía que  esos dos caníbales  estrangulaban y devoraban a sus víctimas. Sentí un escalofrío y pensé: ¿Qué tal que los gorilas  ataquen a mis hermanas y a mis primas? Se me aguaron los ojos. De pronto gritaron las niñas que iban adelante y regresaron corriendo en sus ponis, muertas de miedo.

-        ¡Hay un gigante! ¡Un gigante  de la altura de un árbol!

Nos agrupamos temerosos. Y fuimos avanzando lentamente, aguzando la vista para descubrir al gigante. Y por fin, a la luz de un relámpago, lo descubrimos: era un pino-ciprés labrado en forma de persona. Como nadie lo había vuelto a pulir, parecía desmelenado; los  brazos caídos en actitud de abrazar (o de estrangular). Ese era el gigante.

Empezaron a caer goterones, se aproximaba un aguacero. Estalló un rayo fuertísimo, saltaron chispas de los alambres oxidados de las cercas. Apresuramos la marcha.

Por fin llegamos a la puerta de salida del cementerio, por fortuna estaba abierta y salimos. Nubarrones habían eclipsado las estrellas, la noche se volvió completamente oscura. No veíamos nada, cada jinete no distinguía ni siquiera las orejas de su propio caballo. De pronto un trueno espantoso  nos encandiló con su relámpago; se encendieron mágicamente nuestras velas. Sonreímos y respiramos tranquilos. Había pasado la pesadilla del cementerio.










EN  LA  FINCA  DE  DOÑA  INÉS


Andando andando al paso de los ponis llegamos por fin a la hacienda de doña Inés. No hizo falta llamar, pues los caballos empezaron a relinchar durísimo como si estuvieran ensayados.

Se abrió el portón y salieron 8 perros dóberman ladrando furiosos y erizados y nos mostraban los colmillos y las encías. Nos desmontamos rápidamente    y les mostramos las velas encendidas a los perros; estos huyeron asustados y se refugiaron en la casa. A lo mejor las velas olían a pólvora, y los perros son alérgicos a toda pirotecnia. Por último se asomó doña Inés con un farol  encendido y exclamó al reconocernos:

-        Bienvenidas niñas, pero les va a tocar por este pedacito de noche dormir como el Divino Niño: sobre unas pobres y humildes pajas. Sigan para la pesebrera, allá hay paja limpia. Pero antes prueben mi guarapo.

Inés nos entregó unos jarros y trajo una múcura (especie de botellón de tiesto). Nos fue sirviendo un refrescante líquido color  panela, delicioso. Nosotros, que  veníamos sedientos por el viaje y el miedo y el cansancio, bebíamos y pedíamos repetición. Saciamos la sed, pero nos sobrevino un  sueño invencible, nos caíamos de sueño. 

-        ¿Esta  bebida será  burundanga?  cuchicheó Eugenia.  Sonreímos.
-        Sospecho que vienen por la niña Doris,  dijo Inés. Hora tá  projunda, mañana la saludan. (Inés era una campesina, por eso el dialecto con que hablaba).

-        Y también venimos por  mi hermano chiquito, añadió Zusy.

-    Tamién tá projundo. Y no los demoro más a vustedes que tarán cansaos. Váyasen a  dormir, y  buena noche.

-        Buena noche, doña Inés,  contestamos en coro  y nos dirigimos  a la pesebrera.

En la pesebrera  no había animales: ni caballos ni vacas ni terneros ni ovejas ni cabras. Solo un tendido de paja nueva con olor a  trigo.

-   Recemos,  dijo Laritza,  estamos  en Navidad, cantemos un villancico.   Y entonamos:

¿Dónde será pastores, donde la Aurora bella
guarda de lindas flores un lecho al Sol?

Donde la Virgen pura, lirio de mil colores
canta dulces amores al Niño Dios.

Suaves brisas del campo llenas de rico olor,
brisas que vais llevando trinos de ruiseñor.

Id a mi amor dormido y cantadle al oído
ecos de mi canción.

Terminado el villancico nos santiguamos,  y  a dormir. Nos dejamos caer  de cualquier manera y en cualquier parte, vestidos,   sobre  ese mullido tendal de paja, y quedamos  projundos.

Lástima que no admiramos las candelillas o luciérnagas que  iluminaban el establo. Lástima que no escuchamos los gallos de la media noche ni el canto de los pajaritos al amanecer.

Nos despertó el primer rayo de sol que entró por una ventana sin vidrios.  El segundo rayo de sol no entró por la ventana sino por la puerta, en figura de una niña preciosa. Era la niña Doris, de 6 años de edad,  niña blanca, rubia, crespa y juguetona; sonrisa de hoyuelos. Entraba de la mano de nuestro hermanito Héctor, de 7 años,  y también rubio, crespo y juguetón. Apenas los vimos en la puerta les  cantamos  aquella estrofa mejicana:

¡Que vivan los novios
de la tierra mía;
que vivan los novios,
viva la alegría!

Nos levantamos del tendal de pajas con agilidad de adolescentes, besamos a la parejita de niños y salimos al ordeño. Nos brindaron  escudillas de espumosa leche.  Éramos 19 comensales,  los terneros nos miraban con recelo, veníamos a menguarles quizás su desayuno.

Nos despedimos de  Inés, de su esposo y de sus hijas,  ya señoritas. Les obsequiamos los 19 cabos de vela. Les dimos las gracias por el hospedaje y la alimentación, pero sobre todo por el cariño y la amabilidad. Y como los caballos habían pasado la noche en el potrero de Inés, Edwin con humor le agradeció diciéndole:

-        Y gracias por el pasto, estaba delicioso. Sonreímos.

Elena montó a Doris al anca, yo a Héctor. Y emprendimos el regreso a casa con la preocupación del paso por el cementerio antiguo. Nos daba repugnancia y miedo. Recordábamos la cerrada brusca y misteriosa de la puerta metálica, los vampiros persiguiéndonos, los gorilas por ahí acechándonos, y el gigante melenudo. 

En esas recordé que había otro camino, aunque más largo. Les propuse la opción y aceptaron. Pero nos tocaba pasar por otro cementerio, el de los muiscas, cementerio más viejo todavía.  Menos mal que lo atravesaríamos de día y no de noche. Iris se adelantó, haciendo correr su caballito.

-        ¿Por qué te adelantas?  le pregunté; me contestó:

-        Porque allí tendremos una gran  sorpresa.  Iris era  clarividente, o sea que podía ver de lejos, y a través de muros y de piedras.




EL  TESORO  ESCONDIDO


Iris detuvo su poni junto a una  piedra letreada.  Así llaman los campesinos a las piedras con  inscripciones indígenas. La piedra era una gran laja rectangular,  con jeroglíficos chibchas en tinta roja indeleble. La piedra  horadada, o sea con   un agujero en uno de sus   extremos.

Iris se desmontó de su poni; nos desmontamos todos. Pidió que amarráramos los cabestros a la piedra letreada. Amarramos  los cables pasándolos por el orificio de la piedra.  Los cables quedaron formando una especie de abanico de cuerdas, los potros también en forma de  semicírculo.

A continuación Iris azuzó  los caballos para que remolcaran la piedra.    Los ponis comenzaron a tirar de los cables o cabestros. Los cables se templaban...se templaban... De pronto vimos que la piedra se iba desplazando poco a poco... se iba resbalando...  Por fin se corrió  del todo y apareció a ras   del suelo una caja de piedra labrada, del tamaño de una sepultura.  ¿Y en la caja qué?   ¿Qué había dentro de  la caja?

Esmeraldas, rubíes, diamantes, perlas, collares, aretes de oro, pulseras de oro, narigueras de platino, pectorales de platino.

Las niñas se desmayaron y cayeron a tierra,  los hombres gritábamos, los caballos relinchaban. Con los relinchos se despertaron las niñas  y se levantaron; rodearon la tumba  y miraban las riquezas con ojos  de felicidad y de codicia.

Iris exigió que ninguno tocara las riquezas porque le sobrevendría el síndrome de Tutankámen. Como es sabido, los que habían descubierto y profanado  los tesoros del Faraón se habían vuelto  leprosos.

Iris ordenó que con ayuda de los caballos volviéramos a cubrir la caja del tesoro; y así lo hicimos, volvimos a tapar la sepultura  sobreponiéndole la gran piedra  letreada.

Iris nos pidió que le ayudáramos a raspar los jeroglíficos. Cogimos piedras ásperas y con ellas refregamos los caracteres chibchas hasta que desaparecieron por completo. Luego tapamos la piedra con musgos y matorrales. Quedó perdida por completo. Por último  Iris se encaramó en una roca, y, de pie sobre ella, nos advirtió diciéndonos: 

---       Niñas y niños: ¿Cuándo podremos volver a este sitio; descubrir  de nuevo estas riquezas y extraerlas para disfrutarlas? Cuando se cumplan las siguientes condiciones:



Cuando en Colombia haya paz  y  no guerra;
cuando hayan desaparecido las  armas.

Y desaparecido el secuestro,
que es la máxima tortura.

Cuando no haya pobres ni ricos,
ni desplazados ni mutilados.

Cuando no necesitemos
andar con  manojos de llaves en el bolso.

Cuando nuestras casas no necesiten rejas de hierro
en puertas y ventanas.

Ni cinco cerraduras, además de  candados y cadenas.
Ni perros bravos, ni alarmas eléctricas ni celadores armados.

Cuando los hombres y las mujeres  imiten
la inocencia de los niños y las niñas.







                                             
 
                                      
                                                REGRESO  AL  HOGAR


Éramos 19 jinetes en ponis los que habíamos salido a buscar a Doris y a Héctor. Habíamos salido de noche con 19 velas encendidas, camino del cementerio. Nuestras mamás y demás familiares y amigos y todo el pueblo, llenos de angustia  estaban aguardándonos desde la noche anterior.

Pensaron que nos habíamos ido para la Caverna del Embrujo y allá mandaron gente a buscarnos.  ¡Pero pobre gente!  Mandaron a unos muchachos drogadictos que quisieron ir a la caverna para fumar a escondidas. Y les salieron las avispas... Regresaron al pueblo con ronchas por todo el cuerpo como de viruelas.

Tan pronto entramos al pueblo fuimos primero a dejar los ponis  en el “Terminal de bestias”. Nos dirigimos luego a entregar  la niña Doris  a sus papás.  Llegamos a la herrería y desde el  antejardín observábamos.

Guillermo el herrero estaba golpeando a martillazos una varilla de hierro sobre el yunque para convertirla en herradura. La punta de la varilla  estaba incandescente como una brasa, pues la acababa de sacar del fuego. Martillaba con gran fuerza sobre ella. Salían chispas a cada martillazo, y la varilla, que  parecía de melcocha, se iba doblando en forma de bastón.  Se trataba de elaborar una gran herradura para un caballo francés, de raza Percherón,  el único en el pueblo y quizás el último   en Colombia.   

-      ¡Buenos días don Guillermo!   lo saludamos desde el jardín.

Guillermo volteó a mirarnos, y al vernos sonrió y se vino con el martillo en una mano y en la otra la varilla incandescente. Doris corrió a besarlo, Guillermo se arrodilló y abrió los brazos en cruz para no quemar a su chinita. Doris lo cubrió de besos. Aplaudimos.

La niña entró luego a la casa para saludar a su mamá. Volvió a salir, y nos preguntábamos por qué o a qué. Claro, a despedirse de su Héctor. Las dos criaturas se besaron boquita con boquita (así se besan los niños con toda inocencia). Nuevo aplauso.

Les dimos las gracias a todos y nos despedimos. Nos encaminamos hacia nuestra casa, a presentar al niño Héctor ante nuestros padres. 

-  ¿Por qué te perdiste sin avisarnos? le preguntó mi madre a Héctor.

 -  Para imitar al Niño Jesús, que se perdió  durante 3 días,  respondió Héctor.

   Mi madre quedó sin palabras. Pero recibió con cariño el beso que le dió Héctor 
   en la frente. Lo mismo hizo mi padre..

  Papá y mamá estaban sentados en unas butacas de palo desgranando mazorcas.
  Los saludamos de beso en la mejilla. Mi madre, sin dejar de desgranar, nos dijo:

-        Supimos que ustedes se habían ido anoche a caballo para donde Inés. Supimos que los asustaron en el cementerio.

Mi padre añadió:

-        Supimos que tomaron guarapo y que durmieron en un pajar. Supimos que de regreso atravesaron el cementerio de los chibchas.

-        ¿Quién les contó todo eso, mami? le pregunté yo.

-        ¿Quién podría ser…? contestó mi madre mirando de reojo a Iris.

Iris se puso rosadita. Había sido ella, Iris, quien por telepatía les había comunicado a nuestros padres todas nuestras aventuras. Cuando miramos a Iris, ella hizo un pucherito de hoyuelos.





EL MANICOMIO EN LAS TEJAS



A continuación salimos para donde las primas a entregarlas a sus padres y a darles a ellos cuenta de nuestra expedición. Cuando entramos al patio los papás de mis primas las estaban esperando. El papá con un manojo de 4 escobas en la mano; la mamá con otro manojo de 6 escobas. Todos sus hijos e hijas los saludaron de beso en la mejilla. La mamá les dijo:

-        Aquí las estaba esperando el oficio. No es un castigo sino una diversión, un premio por haber ido a buscar de noche a los niños perdidos. Myriam y Eugenia barren el patio (y les entregó 2 escobas). Elvia y Amalia barren los corredores (otras 2 escobas). Las mellizas barren la calle. Esta diversión se llama “Terapia ocupacional”. Nos reímos. El papá, Carlos,  añadió:

-        Los 4 hombres barren y brillan la sala, el comedor y los cuartos (y les entregó las 4 escobas). Los 4 hombres eran Yesid, Wilson, Ludvin y Franklin.

Las niñas prendieron el radio, sonó música bailable y empezaron a barrer moviendo las escobas al ritmo de la música. Casualmente la canción que brotaba del radio era      “Soy barrendero” de una película de Cantinflas. Chicas y chicos iban barriendo, cantando y bailando.

También nosotros regresamos a nuestra casa y también hallamos oficios: Edwin a regar el jardín con manguera. Héctor a darles maíz a las gallinas. Iris y Álvaro a desgranar alverjas. Ibet y Zusy a lavar sus micos con champú. Laritza, a ordeñar a Capry  (la cabra) que se nos había amadrinado. Algunos chorritos de leche iban a caer a la rosada jetica de Nubia, la gata angora, que también se nos había amadrinado. Y yo, Milton, a sacarles filo a las tijeras de podar. Me encantaba ese oficio por ver salir chispas  de la rueda de esmeril.    Y ese jobi lo practicaba yo siempre cantando:

Afilador, no abandones tu pedal;
dale que dale a la piedra,
que con tantas vueltas
chispas brotarán…

De pronto llegan las primas con las 10 escobas y quieren ayudarnos a barrer. Como nuestra casa ya estaba barrida, lo único que faltaba era el tejado por encima, tejas de eternit cubiertas de hojarasca que caía de los árboles de mango. Nos encaramamos todos al tejado y barríamos. Éramos 16 barrenderos. Un muchacho desde el parque gritó burlonamente:

-        ¡El manicomio en las tejas!  Nos reímos.

Pronto acabamos de barrer el entejado, y al ver la cosecha de mangos amarillos en los árboles de la casa vecina  se nos volvió la boca agua. Yesid con un guiño malicioso nos invitó a encaramarnos. Al punto subimos a los árboles y empezamos a desgajar las frutas, a pelar  y a comer.  ¡Qué delicia! En esas nos pilla la dueña desde el patio de su casa y nos grita:

-        ¡Gracias  por bajarlos!  partimos por mitad. Sabíamos que ella era muy condescendiente y generosa, y además los mangos se perdían. Más gozaba ella dando que nosotros recibiendo.

Nos pilló también la empleada de la casa vecina que estaba en el lavadero enjabonando la ropa. Y al ver tantas niñas haciendo maromas en las ramas; niñas no en bluyines ni en licra ni en chor sino en falditas volanderas, les gritó con picardía:

-        Hola niñas, ¿A cómo las fotos?

Soltamos la risa porque entendimos que foto quería decir un vistazo de cucos.
Mi primo Franklin le preguntó a Iris:

-        Santa Teresita, ¿cuándo nos haces un milagro?

           Teresita respondió:

-        Acabo de hacer dos milagros. Primero, que no se quebraran las tejas con 16 barrenderos encima. Segundo: que ninguna de ustedes se haya caído de los árboles.





LA CONFERENCIA CUMBRE



En esas oímos que sonaba el carillón de nuestra casa. Carillón era un conjunto de tubitos dorados colgantes que sonaban como campanillas. Servía para llamarnos al comedor y también para convocarnos a cualquier reunión importante. Al oír que nos llamaban a una sesión de familia bajamos pronto de los árboles, le dimos las gracias a la dueña y le entregamos los mangos que nos había pedido. Nos lavamos las manos  y  la cara y acudimos al hogar.

Cuando entramos al patio de nuestra casa nos sorprendió ver un círculo de 22 sillas bien organizadas, todas mirando al centro de patio. Caso inusual, y en nuestra casa no había tantas sillas. ¿Qué significaría eso? ¿Será que nos van a regañar? Habíamos cometido tantas picardías, aunque ninguna grave. Papá y mamá sentados, lo mismo los papás de nuestras primas. Nos sentamos; quedaron las 22 sillas ocupadas. Papá aclaró la garganta y dijo:

-        Damas y caballeros:  (sonreímos).  Mi esposa Magdalena y yo tenemos el gusto de revelarles a ustedes un secreto que al mismo tiempo es un misterio y un milagro. Me refiero a nuestra hija Iris, a quien ustedes llaman Teresita. Cedo la palabra a mi esposa. Mi madre dijo:

-        La niña Iris no es solo hermana y prima de ustedes. Es eso y mucho más. Es una niña importada del Cielo, me explico: sus padres aviadores desaparecieron hace unos años cuando volaban sobre el Polo Norte en plena oscuridad. Como empezó a fallar seriamente el avión, lanzaron a la niña en paracaídas para que el viento la llevara a tierra firme y se salvara. Los aviadores desaparecieron y nunca más se volvió a saber de ellos. El papá, además de aviador, era un gran poeta y literato, autor de la famosa novela “El Principito”.

           Papá volvió a tomar la palabra y dijo:

-   La niña aterrizó tres días después en territorio alemán, cerca de Friburgo. Casualmente yo hacía prácticas de medicina en un hospital de dicha población y allí fue llevada la niña por unos campesinos. Contaban ellos que la canastilla del paracaídas con la criatura había descendido de noche y amaneció en un jardín entre los tulipanes.

Publicada la noticia del aterrizaje infantil, se presentaron muchos pretendientes que suplicaban se les diese la niña en adopción. Yo me propuse ganar semejante lotería. A todos nos sometieron a muchas pruebas y exámenes e interrogatorios. Yo llevaba las de ganar y gané. ¡Me gané mi niña y aquí está con nosotros!

Gritamos y aplaudimos y nos levantamos a besa a Iris. Casi nos la comemos a picos y empezamos a llamarla “Princesita”.

-        Ahora, que hable Iris, dijo mi madre. Iris se puso de pie y habló así:

-        De Friburgo mi padre adoptivo Germán me trajo por tierras de Francia. Yo era una bebita en brazos de mi nodriza. Al pasar por Lisieux y visitar la casa y recuerdos de santa Teresita, sentí que me invadía un espíritu. La niñera notó que mis ojos se volvían de color aguamarina y que mis cabellos se volvían más dorados y sedosos. Cuando empecé a crecer tuve conciencia de que se había encarnado en mí el espíritu de san Teresita. ¡Y aquí estoy para servirles, ayudarlos y alegrarlos!

Otra vez gritamos y aplaudimos y nos levantamos para besar nuevamente a la niña, pero solo nos atrevíamos a besarle las manos, pues  nos sentíamos indignos de tener una santa a domicilio.

Mamá les hizo una seña a Yesid y a Laritza y ellos se dirigieron al comedor y volvieron con dos bandejas. En una, copas de vino; en la otra, galletas de vainilla. Y empezaron a repartirnos.

Papá y mamá no quisieron recibir por el momento copa ni galletas, necesitaban tener las manos libres. Papá fue a su cuarto y regresó con un pergamino enrollado. Mamá trajo una cajita o cofre de madera finísima con adornos en pirograbado. Mi padre aclaró la voz y dijo:

-        Recordarán ustedes que cuando vino el Papa Juan y se entrevistó con Iris, con unas tijeras de plata le cortó un crespo a la niña y se lo llevó para mandarlo analizar y comparar con los genuinos cabellos de santa Teresita. Pues bien, aquí está la respuesta del Pontífice (dijo mi padre desplegando el pergamino). Aquí está el comprobante, aquí se certifica  que los cabellos enviados desde Colombia sí son auténticos, sí son parte de los cabellos genuinos de la Santica de Lisieux. Aplaudimos.

Mi madre abrió el estuche y sacó el relicario de oro, colgando de una cadenilla también de oro. Lo balanceaba como un péndulo y nos dijo:

-        Este churquito viajó a Roma y a Lisieux y ahora se queda entre nosotros.  Más aplausos.

Laritza corrió a repicar el carillón de canutillos para expresar con  más énfasis nuestra alegría. Por fin hicimos silencio. Mi madre prosiguió:

-        Cada uno de ustedes llevará el relicario al cuello durante un día. En ese día el niño no podrá decir mentiras ni pelear ni desobedecer.

-       ¿Y en los otros días sí podrá decir mentiras?  preguntó Wilson,                         ¿ y pelear y desobedecer?

-        ¡De ninguna manera!  contestó mi madre. ¡No faltaba más! Ahora la pregunta es esta: ¿En qué orden vamos a señalar los turnos del crespo?

-        Por orden alfabético de nombres,  propuso Mariluz.

-        Por orden de estatura, propuso Marisol.

-        Tú y yo somos de igual estatura, objetó Mariluz, somos mellizas.

-        Yo sugiero que a la suerte, declaró Franklin, a un carisellazo.

-        Yo sugiero que primero las niñas, pidió Elvia.

-        Me gustaría que por orden de edades, intervino Yesid,  de 16 años, empezando por los mayores.

-        Empezando por las menores, reclamó Ibet, la de 5 años.

-   Bueno, está bien, remató mi padre, todas estas opciones y opiniones las tendremos en cuenta. Vamos a escribirlas por separado en papeletas.   A ver, Laritza, papel y lápiz.

Al momento Laritza escribió en 6 papelitos  las 6 opciones. Los dobló y los echó en una canastilla. Los barajó y se la ofreció a mi padre. Papá cerró los ojos e introdujo la mano izquierda (él era zurdo). Sacó una boleta y se la pasó  a mi madre, quien la abrió y leyó: A la suerte. O sea que ni por orden alfabético ni por estaturas ni por edades nos turnaríamos el relicario, sino a la suerte.

Laritza repartió papeletas en blanco, lápices y esferos. Cada uno escribió su nombre, dobló la papeleta y la echó en la canastilla. Total, 22 papeletas.

   Yo voto en blanco, dijo Teresita, yo no entro en la rifa del churco porque yo tengo hartos churcos en mi cabeza.

Aprobado por unanimidad.  Laritza barajó las boletas y le ofreció a mi madre la canastilla. Mamá sacó una boleta, la fue a leer y…se sorprendió, abrió más los ojos, sonreía, se puso rosadita y le pasó a mi padre la boleta. Papá tomó el papel y leyó en voz alta:  MAGDALENA.

¡Gritería y aplausos! Había ganado mamá. Mi padre tomó el relicario, abrió la cadenilla, ya se lo iba a colocar a mi madre alrededor del cuello…

-        Un momento, dijo Yesid que acababa de traer la cámara para la foto. Pasen todos al grupo con la ganadora. Pasamos todos.

-        Ahora listos… sonrían… whisky… clic.

          Quedó mi madre condecorada honoris causa. ¡Cómo le lucía ese pectoral 
          de oro en el pecho!


    -   Eso quiere decir, declaró Héctor con picardía, que hoy mi madre no puede decir mentiras. Nos reímos porque mi madre nunca nos  mentía.

-        Ni pelear con mi papá. Otra risa porque ellos jamás peleaban.

-        Mi madre hoy no nos puede regañar ni castigar, completó Edwin.

-        De eso me encargaré yo, sentenció mi padre. Y añadió remedando al sacerdote cuando despide a los fieles:

-        Podeis ir en paz.

-        ¡Demos gracias a Dios!  gritamos y salimos rodeando a Teresita.




SOLO PARA MUJERES


-      Teresita, le pidió Laritza llevándosela para la sala, ¿me puedes dar buenos          consejos?

-        Claro mi amor, con el mayor gusto, para eso he venido a la tierra.

-        Mi primo Yesid me quiero mucho a mí y yo lo quiero mucho a él. ¿Qué opinas de nuestro amor?

-     Santo y bueno. Llegarán a formar un lindo hogar. Pero me preocupan tus primas volantonas y todas las muchachas en general. Por favor, trasmíteles lo que yo pienso del amor humano.

-        ¿Qué piensas del amor humano?

-        Que el amor humano es divino, Dios lo inventó, y Dios es amor. La traicionera es la pasión.

-        ¿Cómo así?  le preguntó Lartiza.  -  Teresita respondió:

-        Muchacho y muchacha se enamoran. Hasta ahí muy bien. Lo malo es cuando el novio le pide a la novia lo que él llama erróneamente "la prueba máxima del amor” o sea entregarse del todo (me entiendes). Oirás muchas teorías a favor y en contra de las relaciones prematrimoniales, pero la experiencia es otra cosa.

-        ¿Cuál es la experiencia?

-        Llamémosla con otro nombre, llamémosla  “consecuencias”.

-        ¿Cuáles son las consecuencias?

-        Habrás oído tristes historias de muchachas perjudicadas y fracasadas. Me refiero al caso en que la niña queda embarazada. Sus reflexiones, tardías e inútiles, suelen ser las siguientes:


                                
                                           


                                      REFLEXIONES TARDÍAS
                                    DE UNA CHICA EMBARAZADA.

                  
Él no me amaba de verdad; solo quería mi cuerpo.
Me utilizó, quedé como una mujer fácil.      
Otros novios me despreciarán, ya no soy virgen.
A mi madre la traté de anticuada porque me decía: 
Ese muchacho no te conviene; te lo digo a tiempo.

El tipo al saber mi embarazo me habló cínicamente:
Ese no es problema mío sino suyo. Y ese hijo no es mío.
Se burló de mi amor y se fue a engañar a otras mujeres.
Quedé madre soltera y abandonada.

Él no aportará dinero ni mercado ni apellido. 
Mucho menos amor.
El hombre nunca queda embarazado ni avergonzado. 
Más bien se ufana con desfachatez.
La avergonzada es la mujer, y no puede ocultar su desliz.

Si doy a luz, será un hijo no deseado, estorbo para mí 
y para mi familia.
Si lo doy en adopción, lo añoraré toda la vida.
Podré botar a mi hijo, pero no podré borrar su recuerdo.

Si elijo abortar, ¡infanticidio en mi vientre, qué horror!
Remordimiento y vergüenza de por vida.
No aguantaré las miradas. Seré una criminal.





-        Gracias Teresita, le respondió mi hermana Laritza. Semejantes frustraciones y tragedias de una chica equivocada no las quiero para mis hermanas ni para mis primas ni para ninguna muchacha amiga o enemiga.

Trasmitiré tus sabias advertencias, sacaré fotocopias de tus palabras y las repartiré clandestinamente entre mis compañeras de colegio. Preveo que rabiarán algunos muchachos cuando descubran mi propaganda subversiva. Rabiarán los perversos, no los racionales.

Laritza y Teresita salieron de la sala pero yo obligué a Laritza a entrar de nuevo para que me oyera en privado unas inquietudes muy secretas que me atormentaban. Quise confesarme con mi hermana mayor.

-        Bueno, Laritza, le pregunté, ya que Teresita no es propiamente hermana nuestra ni prima, ¿no podría ser novia de alguno de nosotros?

-  ¡Cómo se te ocurre! Ella es una niña especial.

-   Pues que ahora sea una novia especial.

-   Teresita es santa, tú eres pecador.

-  Precisamente ella dijo que venía a buscar a los pecadores. 
          Lo mismo decía Jesucristo.

-   Lo que debes hacer es volverte santo.

-  No, porque si me vuelvo santo entonces ella ya no se interesaría por mí.





EL AVIÓN SIN ALAS



Sonó el carillón de las primas. Se conocía  no por el timbre o tono de los tubos metálicos, en eso era igual a nuestro carillón. Sino por la manera de tocarlo,  o sea por las manos y el temperamento de quien hacía sonar las campanillas. Nuestro carillón sonaba reposado, tranquilo; el de nuestras primas sonaba alborotado, más fiestero y bullicioso. Allá se lo peleaban, aquí nos lo turnábamos.

Pues bien, sonó el carillón de las primas; sonó dos veces seguidas, señal de que se convocaba a las dos familias. Llegados al patio de ellas, mi tío Carlos nos explicó de qué se trataba:


-       ¡Vengan, vengan a la televisión!  Ofrecen pasajes para un vuelo 
       especial de ensayo.

Corrimos a la tele y nos sentamos en el suelo mirando con ávidos ojos la pantalla. 
Este era el letrero que aparecía en mayúsculas:



SE NECESITAN CON URGENCIA

TREINTA VOLUNTARIOS

PARA EL PRIMER VUELO EXPERIMENTAL

DE UN AVIÓN  SIN ALAS.

DESPEGARÁ DE CARTAGENA

Y LE DATRÁ LA VUELTA AL MUNDO

EN CUATRO HORAS.


Al punto nos levantamos a gritar y chiflar y brincar. Sobre todo las niñas brincaban y brincaban, como suelen hacer ellas con una buena noticia. No  sabíamos si reír o llorar; llorábamos y reíamos; nos abrazábamos y nos besábamos. Prendimos el equipo, resonó música movida. Bailábamos, bricábamos, corríamos. ¡Qué  locura!

-       ¡Silencio por favor!  exigía mi padre. ¡Cálmense!  Les vamos a explicar.

Yesid agitaba el carillón, apagaron  la música,  por fin  hicimos  silencio. 
 Mi padre  aclaró la garganta y dijo:

-       Ya respondimos que sí, que aceptábamos.          

¡Aplausos  y gritería!

-       Ya nos inscribimos, añadió mi madre, para este primer vuelo experimental sin escalas y sin alas. Saliendo de Cartagena volver a Cartagena  dándole la vuelta al mundo en  4  horas. 

-        ¡Esto puede ser una burla, una inocentada! observó Ludvin,                es imposible que un avión sin alas pueda volar, ¿a quién se le ocurre?

-        No lo llamemos avión, opinó Franklin, llamémoslo misil, un misil tripulado. ¿Acaso lo cohetes no vuelan sin alas?

Aplaudimos. Mi tío Carlos añadió:

-        Dentro de media hora vendrá un helicóptero para llevarnos a la Costa Atlántica, a Cartagena.   

-        ¡Disfracémonos!  propuso mi tía Bertilda.

¡Genial! gritamos y corrimos al baúl de los disfraces. Sacamos los trajes de lechuza con  que nos habíamos disfrazado en  el carnaval del año anterior. Rápidamente nos cambiamos y salimos de la sala  gritando, saltando, corriendo. El cuerpo cubierto de plumas, y una máscara de búho con grandes ojos negros  y con un pico de loro.








LLEGA  EL  HELICÓPTERO


A la media hora el estadio municipal estaba repleto, colmadas  las graderías y colmada la gramilla. Se había regado la noticia de que nuestras dos familias en Colombia y en el mundo eran las únicas  suicidas, por habernos arriesgado a semejante vuelo, que se estimaba como una aventura descabellada por la siguiente razón:

A esa velocidad el roce con la atmósfera producirá inevitablemente la incandescencia y la incineración de la nave. Será  velocidad de aerolito, y todos los aerolitos se incendian. Nuestra nave con todos nosotros adentro  será simplemente una  estrella fugaz,  un reguero de chispas. A no ser que voláramos por fuera de la atmósfera, en el vacío.

De algo hay que morir, pensábamos. Nos  arriesgamos porque confiábamos en la compañía y poderes   de santa Teresita,  nuestra celestial huésped,  prima y hermana y casi novia.

En la mitad del estadio los policías habían logrado que despejaran un pequeño círculo para el aterrizaje del helicóptero.  En ese círculo estábamos nosotros, los  22  chiflados. ¿En qué consistían nuestros disfraces?  Éramos lechuzas, ya lo dijimos: 22 lechuzas.

-       ¡Ya viene,  ya viene!  gritaba la multitud. ¡Ya viene!  

Efectivamente, se acercaba un inmenso helicóptero. Revoloteó primero en círculo por encima del estadio. Luego se nos vino hacia el centro donde lo esperábamos. Pero no aterrizaba ni tenía en qué aterrizar: ni ruedas, ni flotadores, ni esos patines  como de trineo que suelen mostrar los helicópteros.

Sosteniéndose a una altura de unos 4 metros sobre nuestras cabezas e incrementando su estruendo equivalente al de unas diez motocicletas,  el autogiro abrió por debajo una compuerta o escotilla  circular, llamémosla agujero negro. Por  ese agujero nos absorbería,  ya se nos había prevenido.

Ese agujero negro absorbía  como una gigantesca  aspiradora. Primero se llevó nuestras plumas de lechuza, que subieron arremolinadas y entraron por el agujero; luego arrebató nuestras máscaras de búho. Y por último   nos aspiró  a nosotros  como si fuéramos  muñecos de icopor.

Se cerró la escotilla. Dentro del aparato nos  sentamos en la alfombra, no había sillas. Y emprendimos el vuelo normal de un helicóptero. Llegados a Cartagena, sobrevolamos el  avión-sin-alas,  que nos llevaría a la gran aventura.

El  avión-sin-alas  reposaba en una isla, tenía cuerpo de delfín. No necesitaba  propiamente pista de despegue sino una corta rampa oblicua, porque sería disparado como una bala de cañón o un misil. ¿Cómo íbamos  a pasar del helicóptero al avión?   Por acoplamiento de las dos naves y trasfusión de personas, de la siguiente manera:

El   avión-cohete  abrió  su  escotilla superior  en el techo del fuselaje;  nuestro autogiro abrió su escotilla inferior  y descendió   haciendo coincidir las dos escotillas, con lo que  se acoplaron las dos naves y nosotros caímos de  una  nave  a  otra como si  fuéramos ositos de peluche.

 



HACIA  EL  INFINITO


Nos acomodamos en los asientos y  nos abrochamos el  cinturón. Ventanillas con vidrios ahumados porque nada se podría contemplar desde semejante altura y a semejante velocidad. De pronto empezamos a respirar un perfume delicioso que nos adormeció por completo y no nos dimos cuenta del despegue  (o del disparo).

Cuando  a la media hora despertamos del sueño sobrevolábamos  Europa, lo supimos porque así nos informaron por los parlantes. Teresita se levantó, se ubicó en la puerta de los aviadores,  y nos dijo:

-        Yo me quedo en Lisieux.

 Nos reímos  porque pensamos que era una de sus bromas. Pero volvió a decir, muy seria o haciéndose la seria:

-        Yo me quedo en Lisieux.

-        ¡Teresita, por Dios! le dijo mi padre, este vuelo es sin escalas, y en  Europa no se puede aterrizar, no hay base apropiada para esta nave, tenemos que acabar de darle la vuelta al mundo.

-        Misión cumplida, añadió Teresita. Ya dejé en la Tierra mi mensaje; se titula  Historia de un alma. Esa es mi biografía y ese es mi evangelio. Ojalá lo cumplan.  Hasta pronto.

Y diciendo esto se acercó a la puerta lateral y oprimió un botón. Al oprimirlo se apagaron las luces internas del avión, quedamos a oscuras.

Enseguida las luces se volvieron a encender, pero Teresita ya no estaba en el avión,  había desaparecido.  Regresó a los Cielos.





F  I  N





                            V O C A B U L A R I O


Las palabras suelen tener varios significados; aquí solo aparecen los 
que mejor se ajustan al contexto de la novela.

Adrenalina         hormona que constriñe los vasos sanguíneos
alabastro            piedra blanca marmórea
alborotar            agitar
algarabía            gritería confusa
anfiteatro            lugar destinado a disección de cadáveres
arqueología         ciencia que estudia lo antiguo
arribar                llegar a la ribera, acercarse
arrumacos           demostraciones de cariño hechas con ademanes
aspaviento           demostración exagerada de espanto
azahar                 la flor del naranjo
azuzar                 incitar, estimular
bífida                   de dos puntas (la lengua de las serpientes)
bucle                    crespo, rizo del cabello
burundanga       bebida  soporífera
butaca                 banquito de madera
cabestro               cuerda para conducir bestias
caníbal                que come carne humana
carroña               animal muerto, en descomposición
carroñero            que se alimenta de carroña
cataclismo           violenta conmoción de la corteza terrestre
caverna               gruta o cueva de grandes dimensiones
cavernícola          habitante de las cavernas
cetáceo                 gran mamífero acuático
clarividencia       conocimiento extrasensorial
contraluz, a         opuesto a la luz
copete                  penacho de plumas en la cabeza de un ave
crescendo            aumento gradual del sonido
crótalo                 serpiente cascabel
duende                espíritu fantástico
embrujo              misterio, fascinación, encanto
engalanar            adornar
ensortijado          rizado, encrespado (el cabello)
eólico                    relativo al viento
ermita                  capilla en despoblado
ermitaño             que mora en una ermita
escafandra          traje de astronauta
escotilla               puertecilla especial de naves aéreas y marítimas
escudilla              tasa de cerámica sin asas
espeluznante       que produce erizamiento del pelo
estalactitas           goteras de calcio petrificadas, en las cavernas
estalagmitas        conos de calcio ascendentes, en las cavernas
estrangular          ahogar oprimiendo la garganta
estuche                pequeña caja para utensilios
extorsión             amenaza para obtener algo
falleba                 cierta varilla para asegurar puertas
fascinante            cautivador, encantador
fosforescente       que permanece luminoso al interrumpirse la energía
fósil                     planta o animal petrificado
fragua                 fogón  para reblandecer metales
fuego fatuo          luz  que  emiten los huesos en descomposición
fuselaje                cuerpo del avión donde van los pasajeros
galería                 sala espaciosa
garzos                  azules (ojos)
glaciar                 gran masa de hielo descendente      
guarapo              aguamiel fermentada
guarecerse           refugiarse
guarida               sitio en que se guarece un animal
guiño                   parpadeo con un ojo; brillo intermitente
hechizar              trasformar por medio de magia
hedor                   olor desagradable y penetrante
histeria                estado de excitación nerviosa extrema
horadar               agujerear de parte a parte
hormona             secreción de las glándulas
horripilante         que causa horror
indeleble              que no se borra
infestar                invadir perjudicando
irisado                 que luce con los colores del arco-iris
jinete                   hombre a caballo
levitación             elevación mágica de una persona
macabro              aterrador
macrofósil           fósil de gran tamaño    
marmóreo           semejante al mármol
mausoleo             sepulcro suntuoso
megáfono            corneta que amplifica las voces
mimetizarse         adoptar la apariencia de los objetos del fondo
misil                     proyectil teledirigido
moján (mohán)   personaje fabuloso
múcura               vasija de cerámica de cuello angosto
necropsia             autopsia, examen de un cadáver
nupcial                relativo a las nupcias
nupcias                matrimonio
ofidio                   serpiente
óseo                     de hueso
pánico                 terror sorpresivo
pedrería              conjunto de piedras preciosas
penacho              plumas sobresalientes en la cabeza de un ave
pirinola               trompito que se hace girar con dos dedos
pirograbado       grabado artístico por medio de instrumento caliente
protocolo             ceremonia reglamentaria
rampa                 plano inclinado<
revirar                 contestar pronta y vivamente
rocío                    gotitas de agua que amanecen sobre flores y yerbas
símbolo               cosa que significa otra  (Ej. la bandera)
síndrome             con junto de síntomas de una enfermedad
siniestro               amenazante
sopor                   modorra, adormecimiento
soporífero           que causa sopor
telepatía              comunicación del pensamiento a distancia
tendal                  conjunto de cosas tendidas
tornasolado          que luce con los colores del arco-iris
turquesa              aguamarina, piedra de color verde-azulado                          
vestíbulo              antesala
vicario                 que hace las veces del principal
vigía                    vigilante
yunque                bloque de acero para martillar metales
zigzag                  línea quebrada en ángulos




C O N T E N I D O 


Éramos niños  
Los búhos hechizan a mi hermana               
Bodas de Plata Matrimoniales  
Espeluznantes sorpresas           
¡Sálvese quien pueda!
Granizada  increíble
Segunda expedición a la caverna
Séxtuples  huérfanos
Natación y buceo   
Graciosas sorpresas
Hallazgo  imprevisto    
Se arma el escándalo
¿Y ahora qué?   
Espanto en el cementerio  
En la finca de doña Inés
El tesoro escondido
Regreso  al  hogar     
El manicomio en las tejas
La  Conferencia  Cumbre
Solo  para  mujeres
Reflexiones tardías de una chica embarazada   
El avión sin alas
¡Llega  el helicóptero!
Hacia  el  Infinito
Vocabulario        




Antonio Silva Mojica fue un sacerdote jesuita colombiano.
 Poeta y novelista para adolescentes. Sus lectoras lo llamaban
El Poeta de las niñas.

4 comentarios:

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    2. Apreciada Valentina, mil gracias por tu entusiasta comentario a mis novelas.Me estimulas a seguir adelante con mis libros. Celular no tengo, pero puedes escribirme a: tonysilmo@hotmail.com Espero tu amable respuesta. Me despido, chao. - Antonio.

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