domingo, 28 de febrero de 2016

Colegialas en la selva












COLEGIALAS  EN  LA  SELVA


 

 

 

 

Novela juvenil, ecológica y romántica




 

 

Sin escenas de violencia ni de sexo






Antonio  Silva  Mojica








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FALLA  MECÁNICA

 

       Regresábamos a Colombia en avión, de Río de Janeiro;  veinte niñas y diez varones de la Academia Líndbergh de Bogotá. Nuestras edades oscilaban entre los 7 y los 15 años. Nos acompañaba nuestra profesora de danzas Patricia, a quien llamábamos familiarmente Patri. Piloto, el joven capitán Calixto Bádminton; su esposa Astrid era simultáneamente copiloto, azafata y radioperadora. Nadie más en el avión de 4 hélices. 

Por turno entrábamos a la cabina de mando para observar, preguntar y aprender. Me tocó el turno a mí, Tony, de 15 años de edad y aficionado a la aviación. Sobrevolábamos el Amazonas entre Perú y Brasil, ya casi encima de Colombia. De pronto crujió el avión y ascendió bruscamente muchos metros. Parpadearon luces rojas en los tableros, y la computadora confirmó de palabra: Dislocado tren de aterrizaje,  dislocado tren de aterrizajedislocado...

Yo me fruncí, Astrid palideció, Calixto hizo un gesto de contrariedad. Me tendí bocabajo a observar por la claraboya del piso, de cristal irrompible; vi cómo las pesadas ruedas descendían empequeñeciéndose, y al fin cayeron al anchuroso Amazonas abriendo un enorme cráter líquido.

Astrid radiaba mensajes a la torre de control de Bogotá. Calixto puso a funcionar el piloto automático de manera que el avión describiera indefinidamente una gran circunferencia en torno al punto donde había caído el tren de aterrizaje, a lo mejor se pudiera rescatar.

Salí de la cabina de mando y me asomé al cuerpo del avión a ver el pánico de las excursionistas. Pero ellas, ignorantes de la tragedia, gozaban con los altibajos del vuelo como si estuvieran divirtiéndose en la montaña rusa del parque.

Astrid me pasó un par de audífonos para que oyera lo que informaban al país las emisoras de Colombia.


-  ¡Urgente, Brasilia!  gritaba un locutor. Avión con 30 colegialas a bordo queda sin tren de aterrizaje. Intentará descender al aeropuerto internacional de El Dorado en Bogotá. Aterrizará de barriga, con gran peligro de incendio  por las inevitables chispas del rozamiento.

Yo me imaginaba la consternación de nuestras familias.  Presentí al momento  el aterrizaje sin ruedas en medio de ambulancias, extinguidores y bomberos. Una enorme multitud ya colmará las azoteas del aeródromo; familiares, amigos, periodistas, fotógrafos y camarógrafos. El avión envuelto en llamas y que todos nos carbonizábamos. Se me aguaron los ojos.

-  Tranquilo, Tony, me consoló Astrid. Tranquilo que todo está previsto en aviación y todo tiene remedio. Hoy la técnica es increíble, y además Calixto sabe cómo hace sus cosas.

- ¿Nos reabastecerán en el aire? le pregunté.

- Con tanquear de nuevo no se arregla nada, solamente se aplazaría el desenlace.

-  ¿Saltarán automáticamente nuestros asientos y descenderemos en paracaídas?

-  No vamos a disparar niñas por el aire como si fueran confeti. Las dispersaría el viento y caerían, muy distanciadas unas de otras en las copas de los árboles; árboles de más de 60 metros de altura. Sería imposible el rescate, y a las niñas las devoraría la selva amazónica.






MANIOBRA  INCREÍBLE


-  Ahora, dijo el capitán, sacrificaré los motores.

-  ¿Nos vamos a suicidar? le pregunté aterrado.

- Precisamente a salvarnos, me respondió;  porque sin el gran peso de las turbinas podremos planear y aterrizar suavemente.

-  ¿En  El Dorado?

-  No, porque esta máquina no tiene coraza de asbesto, y el aluminio del fuselaje se derretiría con la patinada.

-  Pero en algún aeropuerto tendremos que aterrizar.

-  Acuatizaremos.

Calixto se puso de pie y empuñó con ambas manos una palanca roja en el techo de la cabina. Con gran esfuerzo la inclinó hacia abajo. Inmediatamente los 4 motores se desprendieron de sus alas y se desplomaron como caen las bombas en la guerra.

Me tendí otra vez a observar por la claraboya del piso; los 4 motores con sus hélices aún girando descendían empequeñeciéndose...los perdí de vista. De pronto 4 impactos en la superficie del río formaron 4 círculos de olas que iban ampliándose y entrecruzándose. Noté que los motores habían caído a poca distancia del tren de aterrizaje, puesto que planeábamos describiendo una circunferencia.

-  Y ahora botemos combustible, añadió el capitán, y pulsó 4 botones en el tablero de instrumentos. 

Corrí a la cola del avión a observar por la ventana de emergencia y me impresionó mucho lo que vi. Cuatro chorros de llamas de unos cien metros de longitud se disparaban hacia atrás como larguísimos sopletes que impulsaran el avión durante unos minutos de agonía. ¡Propulsión a fuego!  Visión bellamente aterradora.

Cuando regresé de la cola del avión por el pasillo central mis compañeras charlaban con alegre animación, sin saber ellas que íbamos perdiendo altura irremediablemente y que nos esperaba la selva para ingerir nuestros cuerpos.

-  Tony,  ¿por qué estás tan pálido y cariacontecido? me preguntó Nidia.

-  Vértigo de altura, le contesté procurando sonreír; pero mi sonrisa debió de ser una mueca trágica, pues Nidia me miró incrédula.

-  ¡Algo ha sucedido!  intuyó Kárin y se pegó a la ventanilla.

-  ¿Qué se hicieron los motores?  preguntó aterrada.

-  Los descontinuamos, le respondí.

Las chicas también descontinuaron su algarabía y se disputaban las ventanillas para observar. Pero ni siquiera pudieron saber dónde quedaban los motores, pues ya unas membranas de aluminio flexible, a manera de párpados, habían recubierto automáticamente los alvéolos donde se alojaban las turbinas. El avión quedó convertido en un planeador.

La suavidad del vuelo sin motores era una delicia, sin ruido ni vibraciones. Los pequeños Luis y Elkin, ambos de 7 años, dormían plácidamente. Patricia, nuestra profesora, leía las crónicas de la excursión escritas por nosotros; con lápiz rojo iba tachando las faltas de ortografía. Mientras tanto las alas del avión habían desplegado al máximo todos sus planos adicionales, duplicando así la superficie de sustentación. Descendíamos gradual e irreversiblemente… En algún lugar teníamos que caer.






ESCALA  IMPREVISTA


-  ¡Atención, por favor!  pidió Astrid por los parlantes. Descenderemos a una pista del Amazonas por tiempo indefinido. Ajustarse los cinturones de seguridad. Y añadió la advertencia de rutina:
No fumar.

Las muchachas, que precisamente no querían regresar tan pronto al colegio, estallaron en aplausos y repetían dichosas: ¡Por tiempo indefinido, qué emoción! Ciertamente, para esa tropa de adolescentes aventureras, aquella era la mejor noticia. Sobre todo si venían contrariadas porque se les había suprimido el tur a Buenos Aires, debido a la guerra de las Islas Malvinas, entre Inglaterra y Argentina; y las niñas  habían pagado con anticipación y con su plata el valor de ese tur adicional.

Calixto y Astrid exploraban a ojo la infinita selva amazónica a ver si descubrían un claro del bosque dónde aterrizar. No lo hubo, pero divisaron un extenso playón de arena blanquecina y resolvieron jugar el todo por el todo. Planeando sobre la inmensa superficie del río, nuestro avión  descendía…descendía…

Acuatizó de barriga y avanzó como una lancha en dirección a la costa… Le sobró impulso,  se salió del río y encalló en la arena. La muchachada no se dio cuenta del acuatizaje porque venían haciendo relajo. La cola del avión quedó sobre el agua, a unos 6 metros de altura.

-  ¡Perfecto!  exclamó el capitán y empuñó el micrófono del trasmisor para rendir un informe; se expresó así en estilo telegráfico:

-  Del Hache Ka 325 para la torre de control de Bogotá:  Arenizaje feliz. Víveres para un día. Víctimas del accidente:  4 llantas y 4 motores turbo-hélice. Aguardamos rescate. Saludos. Calixto, Astrid, excursionistas.

Y a continuación empezó a trasmitir nuestra posición geográfica de acuerdo con la ruta del vuelo y las coordenadas de navegación aérea.

Rápidamente nos soltamos los cinturones y corrimos a la puerta trasera del avión y allí nos apretujábamos impacientes por salir, pues el bochorno adentro era insoportable. De pronto crujió la puerta y se desgonzó hacia afuera convirtiéndose en deslizador. Rodamos y caímos vestidos al agua, que nos daba a la cintura. Nuestra felicidad no tuvo límites; volvíamos a subir por el mismo tobogán y volvíamos a rodarnos. ¡Cheverísimo!

Usando el avión como vestier, las chicas entraban a cambiarse y salían luciendo bikini, chor, minifalda y aun disfraces de brujas. Los muchachos salíamos enmascarados con equipo de bucear, aletas en los pies. Era un improvisado carnaval en el agua. Olvidé mi angustia, en fin estábamos vivos.

Pronto las bañistas notaron que al avión le faltaban las ruedas y las hélices. Yo les describí cómo las enormes llantas se habían desplomado al Amazonas, cómo las turbinas con sus hélices descendían vertiginosas, y cómo, por último, 4 chorros de llamas impulsaron el avión hasta vaciarse todo el combustible. No me creían y examinaban minuciosamente el avión.

-  ¿Cómo despegaremos ahora sin ruedas y sin hélices? preguntó Yoly.

-  Muy fácil, contestó Argenis,  por ciencia ficción.

Orlando, el jefe escaut, ordenó que saliéramos un momento del río para la izada de bandera;.

- ¡Siempre Listos!  

Salimos puntuales. Jorge, de 12 años, se encaramó como un mico a un yarumo, llevando la punta de la cuerda prendida al cinturón; la pasó por encima de una horqueta y descendió podando ramas. Fredy ató nuestra bandera, que al canto del   Siempre listos y alegres marchemos,  fue ascendiendo y  quedó flotando en el cogollo.

-  Ojalá que los barcos divisen la bandera y nos rescaten, exclamó el jefe.

-  Ojalá que no la divisen, murmuró Yoly.

La  pandilla  regresó al agua. Yo volví a la cabina, donde los aviadores dialogaban con Patri acerca de la gravedad de nuestra situación. Acababan de redactar en borrador un mensaje urgente, un  S.O.S.  para trasmitir a los gobiernos de Colombia, del Brasil y del Perú, reclamando auxilio inmediato. Pero tan pronto Astrid encendió el trasmisor, un chispazo de cortocircuito relampagueó en el tablero de control y salió humo azul con fuerte olor a plástico carbonizado.

-  ¡Quedamos afónicos!  deploró Astrid.

Desencajó luego una pieza de circuitos impresos para examinarlos; las tablillas transistorizadas se habían fundido en una masa informe.


-  No hay nada que hacer, dijo, y tiró al suelo el accesorio.

-  ¿Acaso tú no te graduaste en ingeniería de sistemas? le preguntó el capitán.

-  Precisamente por eso, le respondió Astrid, por eso yo sé que no hay nada que hacer. Contentémonos con escuchar; y prendió el radio.

-  ¡Atención, Leticia, urgente!  enfatizaba un locutor. Avión de la empresa  IBIS  con 30 colegialas a bordo naufragó en el Amazonas. Ningún sobreviviente. Nuestra condolencia para los familiares de las víctimas.

Y  a continuación leía la lista completa de la tripulación y de los pasajeros, equivocando ligeramente nuestros nombres.

-  ¿Cómo desmentir tamaño embuste?  se preguntaba indignado el capitán. Los periodistas son grandes novelistas.

-  ¿Cómo tranquilizar a las familias?  se decía Patri. ¡Pero si estamos vivos!

-  ¿Quién pudo ser, inquiría el aviador, el culpable de una falla mecánica de tamaña envergadura: el dislocamiento de un tren de aterrizaje?

-  Y para completar, añadió Astrid, el incendio del trasmisor; así, ni siquiera podemos pedir auxilio. ¿Mano criminal...?

-  Pero ¿a quién le interesaba sacrificar a 30 inocentes colegiales?  objetó Calixto. Yo no tengo enemigos que me estén amenazando ni soy un tipo secuestrable; ni estas niñas son hijas de millonarios. Dejémonos de pensar en sabotaje, sencillamente al avión le llegó su hora 25, punto.






LA VENGANZA  DE  UNA  FRUSTRACIÓN



-  ¡Sí fue sabotaje!  afirmó la profesora cerrando el fólder con las tareas escolares, escritas por nosotros mismos.

-  Imposible, repuso el capitán. Imposible que mecánicos brasileños del mantenimiento de aviones nos hubieran causado semejante perjuicio, sin darles nosotros motivo para ello.

-  No fueron  hombres, replicó Patricia, sino mujeres las culpables. Y no mujeres criminales sino  sardinas  como estas que traemos a bordo.

-  ¿Acaso las chicas bogotanas que no pudieron venir a la excursión, preguntó Astrid, por envidia falsearon el tren de aterrizaje? Las bogotanas servirán para reinas,  no para brujas ni para maleficios.

-  No fueron ellas las causantes, explicó Patricia, sino  ¡éstas, éstas  niñas que traemos a bordo!

-  Pero si estas chicas han estado siempre bajo nuestra vigilancia, observó Calixto. Estas  ni siquiera conocen el mecanismo secreto de las ruedas de un avión, mucho menos iban a meterle mano a la engrasada plataforma. Estas nenas son unas  manilimpias.

-  No necesitaron las manos, afirmó Patricia, ni necesitaron herramientas para causar el perjuicio.   ¿No recuerdan ustedes el “Congreso de Brujos” reunido hace algún tiempo en Bogotá?

-  Claro que lo recordamos, le contestó Astrid. Fue muy famoso ese Congreso de Brujos. ¿Pero a qué viene semejante digresión?

-  En ese Congreso, advirtió Patricia, los brujos o parapsicólogos doblaron llaves y cucharillas por sola fuerza mental y emocional, sin herramientas y a distancia. Repararon aparatos de radio, televisores, grabadoras, relojes; arreglaron o desarreglaron electrodomésticos.

-  Ciertamente, admitió Astrid, a mí me arreglaron el radio y la nevera, que no habían podido reparar en los talleres.

-  A mí me desarreglaron la cortadora de césped, comentó Calixto, la cual amaneció desarmada en el jardín.
    
-  Entonces ¡sí se puede! afirmó Patri. ¡Sí se puede alterar un      mecanismo por sola fuerza mental y emocional, sin intervención de manos ni herramientas! Ustedes mismos lo han comprobado; ya fueron testigos una vez, acaban de serlo una vez más.

-  Hay mucha diferencia entre doblar  cucharillas, objetó el capitán, y doblar gruesas palancas de acero que pesan toneladas. A lo cual respondió Patricia:

-  Cuando la inocente luz del sol es concentrada por una lupa,  puede producir  un incendio. Así también un haz de inocentes pensamientos de niñas puede producir un desastre.

-  Supongamos, concedió el capitán, pero ¿qué pretendían estas inocentes criaturas con arruinar el avión y accidentarse ellas mismas?

-  Pretenderían, le respondió Patri, prolongar el paseo, en desquite por no haberles permitido aterrizar en Buenos Aires  por culpa de las Malvinas. O querrían llamar la atención del mundo entero y hacerse famosas. El subconsciente humano es una trastienda de ambiciones y misterios.

-  ¿Y por qué culpar a las niñas y no a los muchachos?  le preguntó Astrid. A lo mejor fue un acto de machismo por telepatía.

-  Los hombres, contestó Patri, podrán tener mayor fuerza muscular, pero no mental ni emocional. Puesto que los hombres son menos susceptibles y menos emotivos, ellos no reaccionan con tanta viveza como las mujeres. Como no se trataba del  Mundial de Fútbol, eso de no aterrizar en Buenos Aires los tuvo sin cuidado, a los hombres.

-  Claro que la mujer es más impresionable, aceptó Calixto; y si la mujer no se venga del ultraje por medio de la palabra o de la palmada, se vengará deseando vivamente que el agresor no quede impune. Estoy por creer en maleficios.

-  La mujer convence al hombre, añadió Patri, por sugestión y seducción.








CONGRESO  DE  BRUJAS


-  Bueno Patricia, le pidió Astrid, ahora cuéntanos cómo descubriste que fueron  estas chicas las autoras intelectuales e  “inmateriales”  del accidente. Digo “inmateriales”  porque  no usaron manos ni herramientas.

-  Muy fácil, respondió la profesora, me  bastó leer las crónicas de la excursión escritas por las muchachas. En todas las composiciones se descubre cómo las chicas se contrariaron demasiado por no haber hecho escala en Buenos Aires y haberse perdido el Reinado de Belleza, en el que desfilaba la colombiana con probable éxito. Las prioridades de las mujeres son el amor y la belleza; las de los hombres, el poder y el dinero. Entonces les nació en el subconsciente, sin percatarse ellas mismas, un vehemente deseo de compensación o desquite, deseo que se vino a concretar en el dislocamiento del tren de aterrizaje y en el incendio del transmisor. Les repito: El subconsciente humano es una trastienda de ambiciones y misterios.

-  Yo soy  grafóloga,  reveló Astrid, y me gustaría leer y analizar las tareas escolares para corroborar tu opinión.

-  Encantada, le respondió Patri, aquí las tienes. Y le alargó los manuscritos.

Astrid se concentró a estudiar la grafía de las alumnas. Con venias iba asintiendo a las afirmaciones de la profesora. Mientras tanto el capitán, sofocado por el calor, se abanicaba con la cubierta de un disquete.

-  ¡Uf!  esto parece un horno de microondas, exclamó. Las mujeres me están convenciendo por sugestión, por seducción y por calefacción.  Soltamos la risa.

-  ¿De manera que estas muñecas, concluyó Astrid, resultaron unas Malvinas? Y le devolvió las tareas a Patricia.

-  O sea, terció el capitán, que no traíamos a bordo un Colegio de Niñas sino un  
    Congreso de Brujas.

-  No  digamos  brujas, corrigió Patricia, sino  parapsicólogas.

-  Está bien, le pidió Calixto a Patricia, ahora mándales a estas  parapsicólogas  que arreglen el avión, así como lo desarreglaron.

-  El subconsciente no trabaja por contrato, le respondió Patricia, sino por    capricho.

-  ¡Vámonos a refrescar al río!  les propuso Astrid.

-  ¡Cuarenta grados a la sombra!  exclamó el aviador observando el termómetro.

Astrid entró a la celda de azafatas a cambiarse, Patricia convirtió en vestier el cuarto de baño. Calixto se quedó en la cabina en mangas de camisa preparando un cartel a colores y en mayúsculas. Yo bajé a reunirme con mis compañeros en el agua.

Cuando Astrid y Patricia, embikinadas, asomaron en lo alto del deslizador, Patri se frunció de miedo al ver que tenía que rodarse desde 6 metros de altura. Entonces Astrid la empujó, y ambas entrelazadas se vinieron abajo. Soltamos la risa nosotros en el río.

Las niñas pequeñas aprendían a nadar con salvavidas de alegres colores. Las campeonas de natación se clavaban desde la horqueta de un samán. Las contorsionistas, practicando ejercicios en la playa, lucían sus lindos cuerpos elásticos y sus trajes de baño floreados. Las acróbatas daban saltos mortales hacia delante y hacia atrás, o hacían malabarismos con estacas, superaban a los hombres. Las actrices imitaban a las cantantes de televisión empuñando un corto palo que les servía de micrófono. Las modelos desfilaban. Los muchachos interpretábamos canciones de los Beatles, que estaban en todo su furor.

-  ¡Qué actrices tan divinas! exclamó Astrid entusiasmada con la jovialidad y belleza de nuestras colegialas. Patricia se enorgullecía de sus alumnas de  baile  y no se cansaba de filmarlas.

En esto apareció Calixto en lo alto del deslizador y se ocupaba en fijar sobre la puerta trasera del avión un gran letrero que decía:

C O N G R E S O   D E    B R U J A S

Soltamos la risa, pero más nos reímos cuando el capitán por un descuido pisó el deslizador y se rodó vestido al agua, con todo y zapatos.

-  ¡Castigo de Dios,  le gritó Marbely con picardía,  por llamarnos  Brujas!






NATACIÓN,  DIETÉTICA  Y  GARROCHAS


Calixto subió a cambiarse. Regresó en pantaloneta y organizó competencias de natación, dominaba todos los estilos:  mariposa, pecho, espalda y libre; y en algunos había sido campeón.

-  ¡Qué hombre!  exclamó Alexis con envidia.

-  ¡Qué hambre!  exclamó Ingrid reprimiendo un bostezo.

Patri ordenó que sacáramos del avión todos los comestibles y los repartiéramos.

 -  ¡Siempre Listos!  contestamos dispuestos a colaborar, como siempre.

-  ¿Y para mañana qué queda?  preguntó Sandra.

-  Dios proveerá, respondió Patri.

Aparecimos en lo alto del deslizador con los refrigerios en 4 neveras de icopor. La primera con jugos helados en bolsas de acetato. La segunda con sánduches de jamón y queso. La tercera con galletas y chocolatinas. Y la cuarta con tarros de leche condensada.  Formamos un tren de neveras y lo echamos a rodar... Abajo las chicas  recibieron los vagones y los trasladaron a la playa.

Orlando, el jefe escaut, organizó la distribución de refrigerios. Las niñas devoraban su ración con hambre de adolescentes; los hombres parecían  pirañas.

-  El escaut es voraz dijo Ingrid, en vez de decir  veraz. Sonreímos.

-  No se dediquen a comer solo dulces,  recomendó la profesora, ni solo harinas. La alimentación hay que balancearla, ba-lan-ce-ar-la, enfatizó.

Nidia y Zulay, gemelas, inventaron un machín-machón encaramando un poste  de balso encima de una piedra.  Montadas a caballo en los extremos del balancín, subían y bajaban alternamente, sin dejar de morder su hamburguesa. Y desde allí gritaron con picardía:

-  ¡Patri, estamos  balanceando el almuerzo,  ba-lan-ce-an-do!  Les celebramos la ocurrencia.

-  ¡Todos a traer leña!  ordenó el jefe, para el fuego de campamento.

-  ¡Siempre listos! contestamos y nos dispusimos a rebuscar.

Como el playón estaba cubierto de chamizas secas, en un momento recogimos tantas que el montón de leña era más alto que nuestras cabezas. William le arrimó un fósforo encendido y al punto alzó la llamarada, volaban chispas, humo y ceniza; y el calor nos obligó a retroceder. Crepitaba esa leña reseca, todo eran lenguas de fuego.

Con garrochas saltábamos por encima de la candelada. Alexis y Yeny, novios doceañeros, saltaron de lados opuestos, se estrellaron en el aire y cayeron a la hoguera. Ágilmente salieron, con las cejas chamuscadas y el pelo churrusco, estilo  afro.

-  En una llamarada  se quemaron nuestras vidas... les cantó  Irina.

Y  coreamos todos:

  Quedando las pavesas  de aquel inmenso amor.  Risas y aplausos.

Oscurecía. Los esposos aviadores y Patri subieron a vestirse. Quedamos solos en la arena y organizamos juegos, rondas, bailes, cantos, cuentos, chistes. Por último, a cumplir las  penitencias: caminar en las manos, pararse en la cabeza, la medialuna, el arco, remedar animales, etc. etc. Por último, demostraciones de contorsionismo, yudo y karate. La pasamos cheverísimo. La dicha es fácil.

Rendidos al fin, y ya de noche, nos sentamos a descansar en un tronco tendido frente al río, y a contar cuentos miedosos en plena oscuridad. Cada uno con una ramita espantaba los zancudos, que persistentes  venían a  tanquear.

Por primera vez en la vida contemplábamos enjambres de candelillas o luciérnagas, que parecían un recreo de chispas en la oscuridad. Por encima de nuestras cabezas planeaban lechuzas en vuelo inaudible, como si estuvieran hechas de solo plumas.

Llegaron Calixto, Astrid y Patri a disfrutar del fresco de la noche y se sentaron con nosotros  en el tronco; los pequeños prefirieron acostarse en la arena. En frente de nosotros se deslizaba en silencio el majestuoso Amazonas.






¡ QUÉ  LUNA  TAN   SOL !


Por primera vez íbamos a presenciar la salida de la luna llena. Se anunció antes con un blanco resplandor detrás del horizonte. Asomó  luego el borde superior y fue subiendo lentamente hasta completar toda su redondez. Luna plateada  que ascendía en silencio detrás de la extensa superficie del río, donde rielaban sus reflejos.

-  ¡Divina!  exclamó Astrid.

-  ¡Qué luna tan sol!  gritó Yeny  emocionada. 

Patricia  declamó la primera  estrofa de un famoso y conocido poema:

Ya del oriente en el confín profundo
la  luna aparta el nebuloso velo;
y leve sienta en el dormido mundo
su casto pie con virginal recelo.

(Diego Fálan).

Todo a nuestro alrededor se veía pálido, como iluminado por neones. Las arenas del playón resplandecían como limaduras de plata.

-  Así serán las noches en la luna, iluminada por la tierra, comentó Diana.

-  Mucho más claras, comentó Astrid,  porque la Tierra es mayor y más refulgente debido a los mares, las nubes y  las nieves; la luna en cambio es un desierto. Y la Tierra, contemplada desde la luna, tiene el encanto de la rotación: se ven pasar los continentes...      Y la Tierra se ve realmente esférica, no un disco plano como se ve la luna.

Escuchábamos una creciente gritería de ranas y de grillos. Vagaban perfumes de jazmín silvestre y de  belladenoche. La brisa nocturna barrió de nubes el cielo y agitaba las palmeras. Desaparecieron los zancudos porque el viento no los dejaba aterrizar.

-  ¡Miren, miren la luna!  exclamó Yázmin.

Miramos la luna y ¿qué vemos? En el borde inferior de la luna llena se iniciaba un boquete de sombra curva.

-  ¡Eclipse, eclipse!  gritó Yudy. ¡Que viva el eclipse!

-  Aunque parezca contradictorio, explicó Astrid, la luna no va subiendo sino bajando.

-  ¿Entonces por qué la vemos subir?  preguntó Jorge intrigado.

-  Ilusión óptica, respondió Astrid, quien por algo llevaba nombre astronómico. Porque nosotros en la superficie de la Tierra vamos avanzando hacia el oriente, por eso nos parece que la luna se dirige al occidente. Cuando vamos bajando en un ascensor, los pisos suben y suben...

-  ¿Quedaremos completamente a oscuras?  preguntó Yoly  asustada.

-  Tranquila, que la luna no desaparece del todo en los eclipses, siempre le llega algo de luz solar por los bordes de la Tierra; luz refractada por la atmósfera terrestre.

Mientras tanto en la luna avanzaba lentamente y hacia arriba una sombra semicircular, correspondiente a la curvatura de la tierra.

-  Tan lenta que va subiendo esa sombra en la luna, observó Zulay.

-  Y sin embargo esa sombra va avanzando a mil metros por segundo, igual a la velocidad de una bala de fusil; parece lenta por la distancia. Un avión altísimo se ve avanzar lentamente, y un barco en alta mar, visto de lejos, parece estacionario.

-  ¿Por qué los astrónomos no programan más eclipses que sean observables desde  Colombia?  preguntó Ríchard.

-  Los astrónomos no programan  los eclipses, explicó Astrid, solamente los prevén y los anuncian. Ya todos los eclipses están programados por las leyes del Universo. Cada 28 días la luna se interpone entre el sol y la tierra, por lo tanto cada 28 días debería ocurrir un eclipse total de sol, y sin embargo no ocurre.  Adivinen por qué.

-  Porque no siempre la Tierra, el sol y la luna están en línea recta, respondió Alexis.

-  Correcto, aprobó Astrid.

En ese momento la luna entró del todo en la sombra de la Tierra, y se veía rosada y esférica como un balón de oro suspendido en las alturas, y brillaron más luceros.






EL  SHOW  DE  LAS  ESTRELLAS


Brillaban en la noche las constelaciones en su hábitat. Astrid las fue nombrando y señalando todas: Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario...

-  Faltan más signos, reclamó Leo (Leonilde), son 12 animales del horóscopo.

-  Las otras constelaciones se verán dentro de 6 meses, cuando la Tierra esté al otro lado de la órbita.

-  ¿Cuántas estrellas se pueden ver a simple vista?  preguntó Argenis.

-  Más de tresmil. Bueno, depende de la vista de cada uno; máximo unas seismil, en el transcurso del año.

-  ¡Miren, miren!  gritó Diana señalando un lucero que se desplazaba a gran velocidad.

-  ¡Se volvió chispas! apuntó Jorge.

-  Era una estrella fugaz, añadió Yudy.

-  Así las llaman, explicó Astrid, pero no son estrellas sino bólidos o aerolitos. Son fragmentos de astro que viajan a gran velocidad por los espacios vacíos, y al entrar en la atmósfera terrestre se incendian por el calor del rozamiento.

-  ¿Todos los aerolitos se queman?  preguntó Yeny.

-  No todos. Algunos logran salir de la atmósfera y continúan su viaje a menor velocidad, otros caen a la Tierra. Si son de gran peso y tamaño pueden causar desastres.

-  ¡Otro, otro! Gritó Marbely señalando un lucero que atravesaba todo el firmamento.

-  Este no es  aerolito, corrigió Astrid, sino un satélite artificial. Se conocen porque van a menor velocidad, y no se incendian porque orbitan fuera de la atmósfera, en el vacío. En honor de su descubridora, a este satélite llamémoslo “Marbely”. La niña  aplaudió emocionada.


-  ¡El mío, el mío, viva mi satélite!  Se llamará “Argenis”, yo lo descubrí.

- ¡Zulay,  mi lucero! allá va, mírenlo, nadie me lo quita.

-  ¡Tony!  va de oriente a occidente. Y me latía el corazón.

Estos y otros muchos satélites artificiales viajaban silenciosa y misteriosamente a diversos rumbos, alturas y velocidades. No dábamos abasto adjudicándonos planetas  (planeta  significa  errante).

-  ¿Por qué en las ciudades no se ven satélites ni casi estrellas? preguntó Nidia.

-  Por lo turbio de la atmósfera y porque nos ofusca la excesiva luz eléctrica.

-  Yo les gané a todas, anunció Leonilde triunfante, pues tengo en el cielo no un simple satélite ni una estrella, sino toda una constelación: “Leo”,  el León.

-  Yo también tengo en el cielo mi constelación,  reclamó Kárin: “Virgo”, pues yo soy virgen.

-  ¿Virgen...?  por ahora;  bromeó Crístian maliciosamente.

-  Todas aquí somos vírgenes, declaró Ingrid.

-  Vírgenes  necias como las de la parábola de Jesucristo, molestó Alexis.

En ese momento el borde inferior de la luna eclipsada volvió a lucir  como una  hoz  de plata  brillantísima,  la luna iba saliendo del cono de sombra de la Tierra.

-  Astrid,  le pidió Yoly, señálanos una constelación que nos represente a todas nosotras, que somos juguetonas, traviesas y alegres.

-  Las  “Siete Cabrillas”  respondió Astrid. Gritos y aplausos de felicidad.

-  Pero nosotras somos más de siete, objetó Mónica.

-  También las  Siete Cabrillas son más de siete, mírelas con telescopio. Siete quiere decir muchas.

-  Y ahora una constelación para los muchachos, le pedí yo, Tony.

-  El  “Septentrión”  respondió Astrid.

-  ¿Qué significa  Septentrión?  preguntó William.

-  Septentrión  significa  “Los siete  novillos”. Gritería de la chusma, risas y burlas de las mujeres.

Terminado el eclipse, la luna llena brillaba otra vez  plateada. Reaparecieron nuestras sombras en el suelo, nos vimos las caras.

-  Bueno, por esta noche no más astronomías, concluyó Astrid. Cada dos horas vuelven a pasar los mismos satélites. Y a media noche ya no se ven porque entran al cono de sombra de la tierra. Los satélites también se eclipsan. ¡Vámonos a dormir!

Astrid que dice esto, y del alto espacio bajó un asteroide  brillantísimo como luz de soldadura eléctrica y se clavó en la mitad del Amazonas. Cimbró la tierra y  estalló un trueno fuertísimo que retumbó por todo el firmamento. ¡Quedamos súpitos!

-  ¿No les dije que algunos aerolitos caían a la tierra? comentó Astrid. Este cayó al río, y a juzgar por el cimbronazo y el trueno debe ser de muchas toneladas, y con la velocidad que traía equivale al peso de una catedral.

Con terror vimos cómo allá lejos, en el sitio del impacto sobre el río, se elevaba un hongo de nubes como de bomba atómica.

-  Se debe a la súbita evaporación del agua del río, explicó Astrid. Pronto nos llegará una marejada gigante que invadirá el playón;  alejémonos de la orilla. Y a largos pasos nos dirigimos a la ciénaga.

-  ¡Lástima que este aerolito no hubiera caído aquí en lo seco! lamentó Derly,  a lo mejor era de platino.

-  ¿De qué son los aerolitos?  preguntó Eliana.

-  “Aerolito”  significa  “piedra  del aire” respondió la astrónoma. Pero ordinariamente no son de piedra sino de metal, generalmente de ferroníquel.





¡ SÁLVESE  QUIEN  PUEDA !


-  ¡La marea, la marea!  gritó Kárin y salió corriendo hacia el bosque.

Gritaron todas las niñas y se alejaron  de la orilla del río.  Corrimos todos, incluidos Patricia y los aviadores. Una soberbia ola encrespada se salió del río, invadió el playón, nos derribó a todos y se dirigió a la ciénaga, donde descargó toda su potencia.

Quedamos tendidos en la arena como cadáveres en un campo de batalla. Las pequeñas lloraban, las grandes reían nerviosamente. Nos fuimos levantando poco a poco, embarrados y maltrechos; la marejada nos había revolcado a todos. Patri empezó a correr lista de memoria:

                                Alexis.....................¡Presente!
                                Argenis.................. ¡Presente!
                                Nazly.....................

Al decir  Nazly  nadie respondió. Patricia repitió en voz más fuerte: ¡Nazly! Otra vez silencio. Jorge gritó angustiado: ¡Mi  hermana!

-  ¡Todos a buscar a Nazly!  ordenó la profesora.

Nos regamos a buscarla gritando ¡Nazly! ¡Nazly!   Se nos ocurrió ir a la ciénaga. Y allí, flotando al vaivén del oleaje, la nena parecía una muñeca de trapo empapada. Entramos  al agua, que nos daba a la cintura;  alzamos en brazos a la niña y la sacamos a la playa. La tendimos en el suelo, bocarriba. Patry la fue levantando suavemente de los pies... Nazly arrojó agua por la boca.  Patricia la sentó en la arena, pero la niña mantenía la cabeza desgonzada sobre el pecho. Todos llorábamos. Jorge, desesperado, la estrujaba con ambas manos gritándole: ¡Nazly, Nazly!

De pronto la niña enderezó la cabeza, entreabrió los ojos, suspiró y esbozó una sonrisa entre lágrimas. Respiramos.  Las niñas se enjugaban las lágrimas con el dorso de la mano. Jorge la besó y la alzó en   brazos, y con ella regresamos al playón.

Irina, la que vivía siempre cantando y bailando, entonó con picardía la canción del niño mejicano, el enamorado de una colegiala:


Solo ahora lo supe de repente
cuando oí correr la lista
y ella no dijo “Presente”.

Y coreamos todos:

La de la mochila azul,
la de ojitos juguetones;
me dejó gran inquietud
y bajas calificaciones.

Acabada la canción, las niñas se aplaudieron a sí mismas. 
Luego la profesora nos advirtió diciéndonos:

-  ¿Se fijaron cómo apliqué los primeros auxilios? Aprendan para otra vez que se presente un caso de ahogamiento. Para salvar a un ahogado hay que practicar dos operaciones:

                                  Primera:  sacar al ahogado del agua.
                                  Segunda:  sacar el agua del ahogado.

Sonreímos porque nos hizo gracia esa fórmula. Cuando regresamos al campamento notamos que el tronco donde nos habíamos sentado no estaba en su sitio sino más lejos de la orilla del río. También el avión había sido desplazado a la mitad del playón. El deslizador quedó en seco, ya no nos serviría de tobogán para caer al agua. El avión estaba ladeado de manera que la punta de un ala tocaba tierra; así la puerta lateral quedaba al alcance de los niños. ¡Pero también de las fieras!

Nuestra situación era sumamente insegura. ¿Qué tal que al Amazonas le diera por subir de nivel sin previo aviso? ¡Inundaría el playón, empatando con la ciénaga! De nada nos serviría refugiarnos en el aeroplano, pues la creciente nos llevaría con todo y avión para sumergirnos en algún miedoso remolino.

A la luz de la luna contemplábamos el arenal barrido por la marejada. Desaparecieron chamizas, hojarasca, tizones. También camisas, blusas, tenis, medias y trajes de baño de niña y de niño. Al día siguiente recuperaríamos todas esas prendas, habían ido a parar a los matorrales de la ciénaga.






EL  MILAGRO  DE  LAS  CODORNICES


-  ¿Con qué nos desayunaremos mañana?  preguntó Yeny.

-  Dios proveerá, respondió Patri.

Calixto el aviador, que había notado  ciertas  sorpresas  dejadas por la marejada en el playón,  habló así en tono solemne de profeta:

-  Yo extenderé mi vara y haré que lluevan codornices, como  hizo Moisés en el desierto. Y diciendo y haciendo levantó una vara y dijo:

Produzca la tierra plantas y animales y otros seres…
que sirvan de alimento a las mujeres.

Soltamos la risa.  Calixto continuaba con la vara extendida y mirando el arenal.

-  Te chiflaste, le dijo su esposa.

-  ¡Ya llegaron las codornices! exclamó el capitán. ¿No ven cómo pican en la arena? ¡Corran a cazarlas! Aguzábamos la vista pero no veíamos nada.

-  Yo sí veo que brincan, anunció Ingrid, pero serán sapos, voy a ver.    Y la niña corrió una media cuadra.

-  Otra que se chifló, comentó William.

          Después de Ingrid corrieron otras chicas, sugestionadas o por hacer comedia. Pero cuando vimos a la luz de la luna que realmente alzaban algo del suelo, algo que se les escapaba de las manos y brincaba en la arena, corrimos también nosotros; se desbandó toda la pandilla. Calixto, Astrid y Patri se volvieron niños con nosotros.

Increíble pero cierto: no eran codornices, sino peces vivos, depositados por la marejada en los charcos del playón; la mayoría eran  bocachicos,  que estaban en subienda, pero también barbudos, doradas y blanquillos. Brincaban en el barro, agonizaban, morían.

Locos de felicidad y de sorpresa, no dábamos abasto recogiendo peces vivos y tirándolos al charco central que habíamos elegido para almacenarlos. Crístian y Orlando se las daban de conocer muchos  peces y querían despistarnos. Iban tirando bocachicos pero gritando: tilapia,  picuda,  payara,  doncella,  mueluda,  cachama...

-  ¡Cuidado con las rayas!  advirtió el jefe escaut.

Él que dice esto, y un niño que alza el grito de dolor y se tira al suelo a revolcarse. Acudimos en su ayuda buscando con precaución la presunta  raya en la arena, a la luz de la luna. No apareció  raya  por ninguna parte ni los pies del niño Elkin,  de 7 años,  mostraban señales de arpón, pero el niño se estremecía con horribles calambres.

-  ¡Fue un “temblador”!  gritó Crístian. ¡Hay pez eléctrico! ¡Tengan cuidado!

-  ¡Ayayay! gritó Luisito, el otro de 7 años, y también se acostó en el suelo a revolcarse, chillando y pataleando. Contagió a todos de histeria y creían pisar  tembladores y rayas  en la oscuridad; las niñas pequeñas chillaban, ululaban. Sicosis eléctrica.

-  ¡Por favor, cálmense!  gritaba Orlando.

-  ¡Silenciooo!  vociferaba Crístian.

Pitó la profesora, (única vez que tuvo que apelar al silbato). Nos callamos. Luis y Elkin ya estaban tranquilos porque habían descargado a tierra su electricidad.

-  ¡Todos al avión! mandó el jefe escaut, Orlando.

-  ¡Siempre listos! 

Como ovejas al corral, así fuimos desfilando al avión. Al entrar nos tranquilizamos porque ya pisábamos alfombra limpia y no arena con  rayas y tembladores. Yázmin remedó a los niños de la televisión cantando:

Vamos a la cama, hay que descansar,
  para que mañana podamos madrugar.

A los gritos y sustos de la playa siguió un desahogo de chanzas y de risas. Las niñas aprovecharon la semioscuridad para desvestirse y empiyamarse, ya que llevaban a la mano los morrales con sus pertenencias.

Tan pronto nos acomodamos en los asientos,  rezamos  a coro y en voz alta la oración de la noche:

Ángel de mi guarda, mi dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día;
hasta que me pongas en paz y alegría
con todos lo santos, Jesús y María. Amén.

-  ¡Amén! gritamos todos, nos santiguamos y nos enroscamos.

Y a la luz de la luna, filtrada por las ventanillas, fuimos quedándonos callados y quedándonos     dormidos. Solo se  oía respirar plácidamente.







LA  NOCHE  DEL  MONSTRUO


A media noche se oyeron unos crujidos sospechosos en la puerta lateral del avión. 
Nazly se pegó a la ventanilla y observaba.

-  ¡Un tronco de árbol se está metiendo al avión!  anunció extrañada.

Tres niñas corrieron hacia la puerta lateral. Su alarido de pánico despertó a todo el dormitorio. Acudimos con linternas encendidas. Sí era un tronco, pero no de árbol sino de un horrendo cocodrilo que ya tenía la mitad del cuerpo dentro del avión y bregaba por introducirse del todo. Sus 4 hileras de afilados colmillos amenazaban triturar huesos de niñas La enorme cola de reptil se agitaba fuera del avión y arrancaba hojas de aluminio. El animal medía unos 7 metros de longitud, o sea más corpulento que los cocodrilos de Africa.

Las chicas corrieron a refugiarse a la cabina de mando y se aferraban a los aviadores, tartamudeando del susto. Recordaban la película del Tiburón y temblaban por su vida, con la respiración entrecortada y las palpitaciones del corazón en su máxima frecuencia. 

Calixto saltó como un resorte y a falta de pistola descolgó el extinguidor de incendios y corrió a enfrentarse con el saurio; el cual ya reptaba por el pasillo central abriendo las descomunales mandíbulas, posición que aprovechó el aviador para fumigarle el esófago con el líquido extintor. El caimán se atoró, repleta la garganta de espuma, y retrocedía... retrocedía...Salió en reversa por donde había entrado y cayó de espaldas en la arena. Quedó como  una tortuga bocarriba y bregaba por enderezarse.

Apoyándose en su propia cola dio el bote y se enderezó. Una vez plantado en sus 4 patas pretendía entrar de nuevo al avión. Patricia le arrojó con fuerza unas tijeras de modistería, las cuales se partieron contra la coraza del reptil.

El capitán corrió a la despensa del avión y trajo un litro de aguardiente en envase plástico; le ató una cuerda y lo descolgó hasta las narices del caimán; este lo atrapó de un tarascazo y lo engulló como tragarse un mosquito.

-  Ahora esperemos a que haga efecto el alcohol, dijo Calixto. Suspenso...

A los pocos minutos el caimán avanzó zigzagueando por la playa sin rumbo fijo... Empezó luego a girar en torno de sí mismo persiguiéndose la cola.

-  Perdió el conocimiento, apuntó Nidia.

-  Es un alcohólico anónimo, añadió Leila.

-  Es un drogadicto, corrigió Ingrid.

-  Lo voy a hipnotizar, anunció Calixto y se bajó a la arena.

Nos fruncimos de miedo porque el aviador iba desarmado; desde las ventanillas observábamos. El capitán se acercó al horrendo cocodrilo, el  cual abrió las mandíbulas y le arrojaba nieblas de vaho. Calixto prendió su encendedor y se lo arrimó a las fauces, con lo cual se incendió el resuello alcohólico del animal y arrojaba llamas por la jeta como un dragón fantasmal.

-  ¡Magia, magia! gritaron las niñas.

Regresó Calixto triunfante y lo recibimos con aplausos. La Mony le pidió un autógrafo, Calixto le dio un beso.

-  Se apagó el caimán, informó Nidia viendo que ya no le salían llamas por la jeta.

-  Hay que  tanquearlo  de nuevo, propuso Jorge.

-  Espantémoslo ya, dijo el aviador, y que nos deje tranquilos.

Dicho esto, Calixto envolvió en periódicos un  aerosol y bajó a enfrentarse por última vez con su rival. Puso el envoltorio en la arena,  le prendió fuego a los papeles y se retiró a prudente distancia. (Suspenso...) De pronto  ¡Pumm!  estalló  la bomba con gran detonación. El caimán se abalanzó al   río y se zambulló con gran estrépito, abriendo un enorme cráter de espumas y de olas. Y lo perdimos de vista para siempre.

-  Celebremos el show, dijo Astrid repartiéndonos vasitos desechables.

Calixto destapó dos champañas, Patri  ayudaba a servir. Chocamos alegremente los bordes de los vasitos y brindamos por Calixto, el domador de cocodrilos. Si él no hubiera sacado al monstruo del avión, varias niñas estarían en la barriga del caimán.

No a todas las niñas les gustaba la champaña pero tenían sed y no había otro líquido potable en el avión. Se tomaron el primer vaso como si fuera naranjada y pedían repetición sin prever las consecuencias. Alexis, viendo que las niñas pequeñas empezaban a cabecear, anunció resueltamente:

-  Las voy a hipnotizar, yo soy el prestidigitador Makoto Takamura”.

Dicho esto hizo un turbante con una toalla retorcida y se lo encajó en las sienes, parecía un encantador de serpientes. Empezó a gesticular y a manotear delante de las niñas, embobándolas con monerías. Las nenas empezaron a mirar bizco, entrecerraban los ojos y caían desmadejadas. Entonces el mago, para indicar que había cumplido y que terminaba la función, hizo una venia al público. Aplaudimos.

-  Ahora deshipnotícelas, le pidió Calixto al mago.

Alexis se arrodilló delante de las niñas dormidas y les hacía cosquillas en las plantas de los pies descalzos, pero ellas continuaban profundas, exhalando aroma de champaña. No faltó sino que el mago les arrimara un fósforo encendido a las narices, a ver si las niñas también arrojaban fuego como el monstruo. Calixto destapó la tercera y última champaña, con la cual quedamos todos  hipnotizados  y  caímos profundos en la alfombra.






¡ BUENOS  DÍAS,  MAÑANA !


Nos despertaron los primeros trinos de la aurora y salimos corriendo a contemplar la maravilla del amanecer. Arreboles incendiaban el cielo. A contraluz emigraban escuadrillas de patos-pisingos formados en  “V”.  Parejas de loras platicando en el vuelo.  Algarabía de pericos viajeros. Remolino de garzas descendiendo al juncal. Trinos de muchos pájaros aturdían desde los árboles. Seis niñas pequeñas, tomadas de la mano y haciendo  caballitos,  recorrían el arenal cantando:

¡Qué linda la mañana cuando sale el sol!
Así son las alteñas de mi alrededor;
alegres y bonitas todo el tiempo están.
¡Qué lindas las muchachas de Tepatitlán!

Las demás niñas jugaban a la  rayuela o golosa; saltando en un pie sacaban el tejo del rectángulo. Los muchachos a la orilla del río nos entreteníamos haciendo  pan y quesito, juego que consiste en hacer planear un tejo de piedra sobre la superficie del agua sin que se hunda; por el número de brinquitos que dé el tejo se sabe quién gana.

En esas Betty se encaramó descalza encima del avión, subiéndose por el ala inclinada que tocaba tierra. Palmoteó para llamar la atención y habló así con mucha gracia y picardía:
                                
Queridas compañeras:
nos complacemos en anunciarles
que hoy no habrá desayuno;
pero pueden ir a traer leña por si acaso.

-  ¿Cómo así que no habrá desayuno?  protestó Alexis, ¿y los peces de anoche qué?

-  Amanecieron muertos, informó Crístian; porque se rezumó el agua del charco.
 ¡Queremos carne fresca!

Entonces el aviador se acordó de que en los restaurantes de París había saboreado   ancas de rana,  y dijo que eran deliciosas, que sabían a muslos de perdiz; y que las indias del Amazonas sabían cocinar muy bien las  ranas. Y nos exhortó diciéndonos:

-  Por favor, niñas, vayan a traer sapos y ranas.

-  Y que los muchachos vayan a traer indias para que cocinen las ranas,   apuntó Derly. 
     Soltamos la risa.

-  ¡Vengan, vengan! gritó Nazly desde un matorral, vengan que aquí hay lagartos comestibles.

Corrimos de curiosos. No eran lagartos sino caimancitos recién salidos del cascarón, todavía sin coraza, en carne viva. ¡Y pensar que al crecer se convierten en monstruos caníbales como el cocodrilo que se nos coló aquella noche al avión!

-  ¡Divinos!  exclamó Sandra y quiso agarrar uno a mano limpia.

-  ¡Cuidado que ya muerden!  le advirtió Fredy.

-  Pero no muerden duro, contestó Sandra,  porque apenas tienen dientes de leche.

Rodeamos la camada de reptilitos pero solo pudimos atrapar dos, los demás se escaparon. Zulay propuso que los lleváramos al acuario del colegio, y allí alimentarlos hasta que midieran 7 metros de longitud. Nos reímos y aprobamos con un aplauso tan irrealizable propuesta.

Se convino en que un caimancito sería para primaria y otro para bachillerato. Al de primaria lo llamarían  Elkin y al de bachillerato  Derly (suponiendo que fuera caimana). Enseguida William y Fredy ataron las criaturas con las cuerdas de jugar al trompo y, después de cabestrearlos un rato por la arena, amarraron las cuerdas a un grosello.

Y nos fuimos todos a conseguir leña; perdón, a conseguir sapos y ranas. Pero esas ranas no se dejaron ver de día y en fin nos olvidamos de ellas, entretenidos por múltiples sorpresas.

Al internarnos en el bosque descubrimos una quebrada o caño; era el desaguadero de la ciénaga. Por dicho caño bajaba un desfile de violetas flotantes o  “tarulla”,  de un delicado color lila. El agua corría bajo un fresco toldo de vegetación, un verdadero túnel verde. En las orillas blanqueaban las garzas; polluelos rosados se veían en los nidos, pero la ley escaut nos prohibía tocarlos.

Las niñas se dispersaron felices a juntar flores, musgos, helechos y palmichas plumosas. Pero su mayor dicha  era pantanear descalzas por la quebrada y sacar piedrecitas de colores, pulidas; y cristales de cuarzo. Los muchachos intentábamos pescar con pañoletas pececitos  gupis,  de cola en abanico, tornasolada, con la ilusión de llevarlos para el acuario del salón.

Mientras tanto los aviadores, sentados a la sombra de un ala del avión, trabajaban para nuestro bienestar. Calixto, sirviéndose de unas pinzas, doblaba alfileres para convertirlos en anzuelos. Astrid su esposa destejía una hamaca de nailon para proveernos de sedales.

Pasémonos al sol, le propuso Astrid a Calixto.

-  Pásate tú, que tal vez quieres broncearte. A mí también me gusta el sol, pero a la sombra.

-  ¡Tan ocurrente, dizque el sol a la sombra! le contestó Astrid, y ella sí se trasladó al rayo del sol con su malla desflecada.

En esto se oyó la gritería de las muchachas al salir del bosque. Regresaban carialegres con brazadas de leña, con orquídeas, frutas del monte, enredaderas, nidos, y mariposas. Derly repartía trozos de un panal de miel. Todos masticábamos ese chicle de cera, exquisito. Todos nos enmelotábamos de almíbar. Saboreábamos también con las manos. Todos terminamos lamiéndonos los dedos. Panales silvestres nunca se ven en las ciudades,  hay que ir al monte.

Niñas y niños lucíamos rasguños en brazos y  piernas,  pegapega  en los tenis, cadillo  en las medias. Leonilde y Yudy con las manos sarpullidas de pringamoza.  Jorge con una roncha en la nuca porque lo había rozado un gusano peludo. De pronto Luisito y Eliana, ambos de 7 años, rompieron a llorar.

-  ¿Y ahora por qué lloran?  les preguntó Kárin. ¿otra vez  tembladores y rayas?

-  ¡Los caimancitos se achicharraron!  lamentó Eliana  gimoteando.

En efecto, como habían quedado expuestos al sol durante 4 horas, se insolaron; criaturas todavía sin coraza, en carne viva, no pudieron huir hacia la sombra ni hacia el agua. Fue el único pecado ecológico que cometimos. Orlando el jefe escaut nos convocó a un consejo de guerra.  William se defendió diciendo:

-  Todos ustedes son testigos de que dejamos los caimancitos a la sombra de un grosello. Lo que no previmos fue que esa sombra se iba a desplazar a medida que el sol avanzaba. 

Fredy  añadió:

-  Tampoco preveíamos que en el bosque nos íbamos a demorar más de 4 horas.

Astrid intervino defendiendo a los muchachos y sentenció así:

-  El que esté sin pecado, que les tire la primera piedra.  Como nadie se atrevía, 
    Calixto los despidió diciéndoles:

-  Podeis ir en paz.

-  ¡Demos gracias a Dios!  gritamos.


                                           


                                                   
                                                      CONCURSO  DE  CHISPAS


-  ¡Prendan fuego sin fósforo,  decretó el jefe, porque así lo manda la ley del monte!

-  Grabé en la penca de un maguey tu nombre  cantó William al oir el título de la canción mejicana  “La ley del monte”.

-  Muy fácil prender fuego sin fósforo,  replicó Irina.  “Demen” una lupa y yo concentraré los rayos del sol en un papel y sacaré llamas.

-  Muy fácil conseguir aquí en la selva una lupa,  ironizó Kárin.

-  Ya sé cómo sacar candela, afirmó Yudy: golpeando piedras.

-  ¡Manos a la obra,  ordenó Patri.  Premio para la que primero saque chispas golpeando piedras!

Corrimos a buscar piedras. Alzábamos toda clase de pedruscos y los golpeábamos; no saltaban chispas sino arena a los ojos; se oía un repiqueteo de golpes en toda la extensión.

-  ¡Chispas, chispas!  gritó Alexis triunfante.

-  ¡Que se vean!  exigió Fredy.

Rodeamos al presunto ganador a ver si de verdad salían chispas. Alexis golpeaba y rascaba febrilmente sus dos cristales de cuarzo.

-  Huele a fósforo, dijo, y nos arrimaba las piedras a la nariz.

Efectivamente olían a fósforo, pero chispas no veíamos.  Entonces con más intensidad rascábamos nuestras piedras; más arena en los ojos.

-  Ya sé, dijo Diana: frotando palos con palos, así prendían fuego los indígenas.

-  ¡Todos a frotar palos!  ordenó Patri.

Tiramos las piedras y cogimos palos. Era cómico ver a las chicas rascando palos, cada una en su estilo. Derly parecía tocando guacharaca. Nidia, violín. Mónica parecía batiendo chocolate, pues a dos manos hacía girar un molinillo en el hueco de un tronco podrido. Calixto y Astrid se reían, Patri filmaba.

- ¡Caliente Mónica!  exclamó Astrid indicando que Mónica sí había encontrado el método más apto para sacar fuego al estilo indio.

-  ¡Humo, humo!  gritó Mónica y aceleraba el giro de su molinillo en el tronco.

 Inmediatamente todos buscamos trozos de maguey seco, le abríamos un hoyo, le introducíamos un molinillo y... batíamos cacao.

-  ¡Me rindo!  confesó Sandra y tiró sus palos al suelo.

-    ¡Nos rendimos!  dijo Leo, y todos dejamos de batir.

Habíamos fracasado con palos y con piedras y nos preguntábamos ¿cómo prendían fuego los indígenas? ¿cómo los cavernícolas, los picapiedra? ¿cómo hizo Róbinson en su isla?

En esas presenciamos un prodigio: Irina, desesperada, lanzó muy alto su trozo de maguey, el cual subió humeando, y al descender bajó envuelto en llamas (porque se oxigenó con el aire).

-  ¡Mi premio, mi premio!  gritaba la niña triunfante, paseando su antorcha por todo el campamento.

-  ¡Ganamos las mujeres!  gritó Derly. ¡Que viva el fuego olímpico!    Y todas  se apresuraron a encender sus astillas en el hachón  de Irina.

-  Aquí está el premio,  anunció Astrid. Mi esposo y yo te obsequiamos esta pequeña grabadora  portátil  (y le entregó la Sony). Irina les pagó a los aviadores con besos y sonrisas y lágrimas de felicidad.

Aplaudíamos entusiasmados, sobre todo las niñas. A continuación Irina pulsó la tecla  play;  resonó  “La Cumbia cienaguera, que se baila suave sola”. Las chicas se meneaban al ritmo, y alzando el ruedo de la falda con una mano y con la otra levantando las triunfales antorchas, bailaban en torno de la campeona Irina, quien bailaba levantando la Sony.

-  ¡Llegó el whisky!  gritó Eliana.

Y era que llegaban Leo y Betty arrastrando racimos de cocos. Los muchachos  nos precipitamos felices  a desgajar esa delicia de frutas. Yo alcé mi coco y lo rebullía para que se oyera el gluglú del agua interior. Las niñas pasaban saliva. A navaja le abrí un huequito y se lo brindé a mi adorado tormento, Argenis, a condición de que ella me dejara el sobradito. (Oí risitas y cuchicheos). Siguiendo mi ejemplo, los demás chicos hicieron lo mismo, les brindaron el jugo a sus respectivas parejas. "Lo cortés no quita lo valiente".





CLUB  DE  CAZA  Y  PESCA


Se acercaban los aviadores, cada uno con una bandeja. Calixto obsequiaba anzuelos de   alfiler, Astrid sedales de nailon. Cada chicuela, con una risita y un  gracias,  alzaba un anzuelo y un sedal.

-  Concurso de pesca, anunció Astrid, y señaló las condiciones:

Premio para quien  traiga el primer pescado.
Premio para quien traiga el mayor ejemplar.
Y premio para quien traiga la mayor cantidad de peces.
¡Vuélense!

Corrimos a buscar cañas y plomadas. A los pequeños Luis y Elkin, Nazly y Eliana, tuvimos que hacerles todo.

-  A mí no me  ponieron  lombriz, reclamó Elkin.

-  Se me soltó  el  ñudo, agregó Nazly.

Nos dispersamos por la orilla del río, del caño y de la ciénaga. Lanzábamos el anzuelo y aguardábamos en suspenso, ilusionados.

-  ¡Me picó uno, me picó uno!  gritó Nidia y alzó su caña de bambú. Salió coleando y salpicando agua una plateada sardina y cayó en la arena húmeda, y allí seguía brincando y aleteando. La niña, rojas las mejillas de felicidad y de sorpresa, no acertaba a prenderla,  se le resbalaba de las manos. Llegó Ríchard en su ayuda y agarró la sardina. Al zafarle el anzuelo sangraba la encía del pez; la niña se fruncía de compasión. 

-  ¡Vuélate por el premio!  le urgió Richard. Nidia corrió hacia Patricia.

-  Aquí tienes el premio, le dijo la profesora: una linterna-semáforo; con ella se pueden trasmitir mensajes por medio del alfabeto Morse, de puntos y rayas.  Esta noche ensayaremos.

-  ¡Salmón, salmón!  gritó Leila, y alzó tan fuerte su caña que se zafó el pez (el anzuelo de alfiler se había  rectificado). La niña quedó cariacontecida, frustrada.

-  Salmones no hay en los ríos sino en el mar, le recordó Kárin.

-  Así es, contestó Leila, pero los salmones suben a poner huevos en las cabeceras de los ríos.

-  Del mar a las cabeceras del Amazonas hay más de sietemil kilómetros, contraatacó Kárin, pero no discutamos.

-  ¡Tiburón, tiburón!  gritó  Crístian y forcejeaba por dominar los tironazos de un gran pez oculto bajo el agua turbia.

-  ¡Tan exagerao,  dizque  tiburón!  comentó Yazmin.

Crístian se encaramó a una piedra lisa y desde allí seguía lidiando su tiburón. De pronto se resbaló el muchacho y cayó vestido al agua. Salió a nado, pero sin anzuelo ni caña ni tiburón; todo se perdió.

-  ¡Gúpis, gúpis!  gritó Mónica.

-  ¡Gólfis, gólfis!  gritó  Betty.

-  Pero si  gúpis  y  gólfis  no son peces de río ni de mar sino de acuario, declaró Yóly.

-  ¿Y a los acuarios de dónde los llevan? preguntó Betty.  ¡Del Amazonas!

La felicidad, los gritos y los nervios de las pescadoras se estaban convirtiendo en  locura colectiva.  Era un continuo disparar de anzuelos y brincar de peces vivos en la playa. A unas niñas se les desaparecía la carnada, a otras se les enredaba el anzuelo en alguna raíz, o quedaban dos anzuelos engarzados. Unas chicas cambiaban de puesto en la orilla, otras corrían triunfantes al fogón llevando su ejemplar colgado de la cuerda. Llegó Ingrid y echó su  blanquillo al sartén.

-  ¿Te lo vas a comer con todo y tripas?  le preguntó Richard.

-  Yo no sé hacerles la  autopsia, respondió la niña.

-  Si quieres yo te lo arreglo y partimos por mitad,  ¿vale?

-  Vale, respondió Ingrid con una venia y un alegre brillo en los ojos.

        El muchacho abrió el pez con un cuchillo, le sacó las tripas y lo tendió sobre las brasas.  El blanquillo se iba dorando y olía delicioso. Ingrid se relamía del gusto. No aguantó más, ensartó el pez en un chuzo y lo alzó de las brasas. Richard le exprimió  un limón y lo partió en dos.  Le dio la mitad a Ingrid. Soplaban y mordían. Y acabaron lamiéndose los dedos. La dicha es fácil.

Yolima, viendo tantos fogones por todas partes, brasas y más brasas, propuso:  “Brasilia”  debería llamarse nuestro campamento. Aprobamos por unanimidad, y se quedó  “Brasilia”.

Llegaron Nazly y Eliana, las nenas de 7 años, con una olletada  de renacuajos y reclamaban el premio  a  la mayor cantidad de peces.

-  ¡Tan optimistas!  dijo Diana burlándose.

Jorge alzó la olleta para examinar de cerca los alevinos y exclamó admirado:

-  No son simples renacuajos, son nada menos que “neones”. El  neón-cardenal  es un pez finísimo de acuario, tipo exportación. Estas monas merecen su premio.

Ríchard trasladó los neones a una jarra de vidrio traída del avión, con agua cristalina del deshielo de la nevera, pero agua ya entibiada por el clima. Las niñas, felices, alzaron la jarra y se la llevaron a Patricia.

Patri  quedó extasiada contemplando esas criaturas fosforescentes en su medio cristalino y  felicitó a las nenas. En seguida sacó secretamente algo del bolso y les presentó a las niñas sus dos manos cerradas con  sorpresas, y les dijo: escojan su premio.

-  Yo escojo la derecha, dijo Nazly.

-  Y yo la izquierda, completó Eliana.

Patri abrió los puños y aparecieron, en una mano un par de aretes de zafiro; y en la otra un anillo con rubí.  Emocionadas las niñas alzaron sus joyas y le dieron las gracias a Patri con un pico en la mejilla. Patri le insertó los aretes a  Nazly, quien los hacía tintinear moviendo la cabeza de un lado a otro. Eliana estrenó su anillo de rubí y les hacía fieros a sus compañeras.

En esto se oyó una gritería de los pescadores, gran algarabía por algo extraordinario. Era que llegaba Crístian con un enorme bagre a la espalda.

 -  ¡La Emulsión de Scot! comentó Irina. Sonreímos.

-  ¿Y lo pescaron con un alfiler?  preguntó Nazly admirada.

-  Primero lo atrajimos con bocados hacia un brazuelo del río, explicó Alexis, y allí Crístian lo arponeó con un palo puntiagudo.

-  ¡Premio al mayor ejemplar!  pedían los muchachos y con razón.

-  El premio será un par de cañas de pesca de profesional, les prometió el aviador, pero cuando regresemos a Bogotá.

-  Si es que regresamos... murmuró Sandra.

Mientras tanto reciban, continuó el capitán, una entusiasta felicitación. 
Y nuestro aplauso resonó como un aguacero.

Crístian y Alexis se llevaron su bagre al río para abrirlo, vaciarlo y salarlo. Los demás corrimos a la sección de  mantenimiento, o sea a  Brasilia, pues ya era hora de almorzar y no habíamos desayunado. La fritanga olía delicioso, lo mismo que la parrillada en las brasas. Cada uno de nosotros alzaba su pescado a mano limpia (o sucia), quemándose y soplando, y...  se olvidaba de todos los problemas del mundo.

-  Profe,  pruebe mi  bocachico, exclamó una de las chiquillas.

-  La mía es  dorada, añadió otra.

-  Papi, le dijo Nazly al piloto, mi pescado es un “capitán”, muerda un poquito.

-  Capitán no come  capitán, apuntó  Derly.

-  Tony, ¿cuál es tu pescado preferido? me preguntó Argenis (de 13 años, risita de hoyuelos).

-  Mi preferida es la  sardina, le contesté, pero no cualquier sardina sino  cierta  sar-di-ni-ta…

Argenis se encendió como una manzana y me contagió la vergüenza, se me quemaban las 
mejillas y me latía con fuerza el corazón.

-  ¡Semáforo en rojo!  exclamó Yázmin  al vernos tan encendidos.

Las niñas gozaban mirándonos y sonreían, y al fin estallaron en un fuerte 
aplauso de compañerismo.

Argenis y yo nos sentimos apoyados y felices.  Nuestro rubor se fue desvaneciendo hasta que volvimos  a la normalidad. Enamorarse no debería ser motivo de vergüenza sino de orgullo. ¿Acaso es pecado?  ¿Acaso el amor no es el máximo de los valores? Y ¿Quién inventó el amor? Dios. Dios es amor.

En esas Patri vio que Sandra estaba atorándose con el pescado y le advirtió:


 -   ¡Sandra, cuidado con las espinas! 

Sandra estaba morada del esfuerzo. Orlando le mandó un puño por la espalda y la niña disparó un nudo de espinas.  Respiró ella y respiramos nosotros.

¡De pronto estalló una piedra arenisca del fogón,  aventó cenizas; el sartén voló como un búmeran, nos llovieron pringues de aceite!  Y estallaron las risas.





CARNE  DE  IGUANA


Fredy, cuyo jobi no era propiamente la pesca sino la caza, resolvió aventurarse por la selva en compañía de  Mónica y Zuláy.  El arma de Fredy era una cauchera clandestina, prohibida.

Lo primero que avistaron fue una iguana encaramada en un árbol, escondida entre las ramas. Fredy le disparó varios tiros sin acertarle ninguno; las niñas le traían piedras. Por fin un golpe en la garganta la dejó sin resuello, perdió el equilibrio y descolgándose  de rama en rama cayó a tierra. Las niñas se le acercaban con precaución... La iguana inflaba el gargüero amenazándolas, parecía un caimán en miniatura.

-  ¿Esta iguana será hija del cocodrilo?  preguntó Mónica.

-  Si acaso nieta, respondió Zuláy.

Fredy, que traía la camisa atada a la cintura, se la quitó, y acercándose por detrás a la iguana, la cobijó rápidamente y se la echó a la espalda. De regreso las niñas venían felices, haciendo caballitos  y entonando precisamente la canción  “Dos caballitos de dos en dos”.

Tan pronto llegaron al campamento hicieron correr la noticia de que traían un  tigrillo. La sorpresa causó revuelo entre la muchachada.  Al momento las chicas, curiosas y miedosas, rodearon a Fredy a prudente distancia. Gran expectativa mientras el muchacho iba desenvolviendo poco a poco  la  temible fiera. Pero cuando apareció la inocente iguana soltaron la risa; los hombres chiflaban.

Crístian y Orlando procedieron a la  autopsia, descuartizamiento y cremación de la víctima. Improvisaron un asador clavando dos horquetas en el suelo y sobreponiéndoles una vara giratoria, en la cual ensartaron  el  tigrillo. Mónica y Zuláy, cada una en un extremo de la vara, le daban vueltas al asador.

-  ¡Pedimos los huevos de la iguana!  exigieron las niñas.

En esas llegaron Irina y Diana trayendo huevos de tortuga en hojas de platanillo.

-  ¿Más huevos? exclamó Patri admirada, ¡Qué  ovación! me guardan mi parte.

Pero dejemos a este grupo de cazadores asando su “tigre” a la llanera,  y dejemos a las chiquillas fritando huevos de tortuga  y de iguana, y asomémonos al bosque a ver en qué anda el resto de la pandilla.




CAMINO  DE  HORMIGAS


-  Vamos a hacer  chichí, dijeron Sandra y Nazly, las nenas de 7 años, y se escondieron detrás de un matorral. Al salir descubrieron un desfile de hormigas coloradas, todas con una hojita verde a la espalda.

-  ¡Domingo de ramos!  exclamó  Nazly.

-  ¡Desfile de bastoneras!  comentó Sandra.

Intrigadas las nenas por averiguar de dónde venía esa procesión de hormigas rojas que avanzaba como un ejército, a razón de unas quinientas por minuto, caminaron descalzas bordeando el silencioso desfile.

Llegaron a un árbol de totumo por cuyo tronco bajaban las hormigas con sus hojitas verdes. Las niñas  quedaron fascinadas contemplando semejante movilización. Era un tráfico muy bien organizado: por un lado del tronco subía una hilera de  obreras sin carga; por el otro lado bajaba  la hilera  de hormigas cargadas  con sus hojitas.  Las niñas se acercaron más al árbol para ver de cerca esta maravilla de la naturaleza.

De pronto  sintieron un cosquilleo en los tobillos… las hormigas  ascendían piernas arriba…Las niñas alzaron el grito, se alzaron las faldas y a dos manos barrían hormigas del cuerpo y de la ropa. A los gritos acudieron Leila y Yolima. Rápidamente sacaron a las niñas del hormiguero y las desvistieron del todo, tiraron lejos las falditas y  los cucos plagados de hormigas.

Condujeron a las nenas al campamento. Patricia las fumigó con talco-aerosol y ordenó que las dejaran completamente desnudas para que no se les irritaran las ronchas. Llega Nidia, y al   ver a las niñas empolvadas pregunta:

-  ¿De dónde sacaron maicena? creyendo que se trataba de disfrazarse. Llega Fredy  el cazador, y al ver a las nenas en traje de paraíso, les pregunta:

-  ¿Se van a quedar en  almendra?

-  No te burlés  hombre, le reprochó Leo, que a lo mejor a vos también te piquen insectos. (Y fue una profecía).




ARDILLA  VOLADORA


Leila y Betty no tuvieron suerte ni paciencia para pescar y también salieron de cacería. Al entrar a un claro de la selva quedaron fascinadas viendo cómo planeaba por el aire una ardilla. Se lanzaba de un  árbol a otro abriendo la piel a manera de cometa, y repetía la exhibición como luciéndose delante de sus admiradoras.

-  No nos van a creer en Bogotá, comentó Leila.

-  Esta es una ardilla de ciencia ficción, añadió Betty.

De pronto la ardilla se les perdió en la copa de una ceiba;  rápidamente bajó por detrás del tronco y sin que la vieran las niñas corrió a subirse a un arbusto, como jugando a las escondidas.  Las niñas seguían mirando a las ramas de la ceiba y llamaron a gritos a otras niñas.

Acudieron Diana, Yázmin y Argenis y rodearon la ceiba, mirando siempre a la copa del árbol. De pronto la ardilla voló del arbusto a la cabeza de Yázmin, la cual dio un chillido de espanto y abrió los brazos en cruz. La ardilla se le bajó a la cintura y a gran velocidad daba vueltas rodeando el talle de la niña.

-  ¡Quítenmela, quítenmela!   gritaba Yázmin nerviosa, pero ninguna niña se atrevía. 

-  ¡Tranquila Yázmin!  le gritó Patri que se acercaba en ese momento.
     Tanquila, que las ardillas son juguetonas.

Patri le tendió la mano a la ardilla y esta le brincó al brazo y  bajó al bolso de la profesora y allí se escondió; solo asomaba la cabecita de ojos vivaces y la elegante cola esponjada. Las niñas se acercaron ya sin miedo, le sonreían,  y le rascaban la cabecita (a la ardilla, no a la profesora).

-  La ardilla se llamará  “Betty”  porque yo la descubrí, dijo Betty.

-  Se llamará “Yázmin”  porque yo la recibí en mi cabeza.

-  Se llamará  “Patri”  porque yo la domestiqué. Bueno, será la mascota de toda la pandilla.     Pongámosla  “Pandy”, y señalemos turnos de ardilla: cada niña tiene derecho de alzar a  Pandy durante media hora. Y empecemos ya, por orden alfabético.

-  ¡Yo primeras!  reclamó Argenis, y se alzó con Pandy. Se la llevó  acariciándola y besándola.





ABEJAS  AFRICANAS


Fredy en la selva, cauchera en mano y en compañía de Leila y Betty, descubrió un  perezoso (al menos eso parecía) encogido en una horqueta altísima y tan mimetizado con el madero que las niñas dijeron:

-  Es un tronco podrido. A Fredy le cruzó otra sospecha: que también pudiera ser un avispero, y se lo dijo a las niñas; ellas le suplicaban:

-  ¡No le dispare, por favor, no vay nos piquen durísimo!

-  Salgamos de dudas, dijo Fredy. Apuntó al bulto y disparó el flechazo.

Salieron las dudas y salieron abejas toreadas. Niño y niñas huyeron a la máxima velocidad que les daban las piernas. Fredy llegó acezando al campamento, con un párpado tan hinchado que le cerraba el ojo, y con ronchas por todo el cuerpo como de viruelas. Se cumplió la profecía de Leonilde:  “A lo mejor a vos también te piquen insectos”.

A Leila y a Betty las favoreció la cabellera, pues ni en la cara ni en la nuca las picaron.  Pero esos brazos parecían mazorcas asadas, lo mismo las piernas.  Tiraron las faldas y se quedaron en interiores. Patricia las espolvoreó con talco pero les prohibió rotundamente que se desnudaran  del todo como querían ellas,  ambas de  11 años.

-  Esta no es una playa desnudista, les advirtió. Y además ustedes son ya casi unas señoritas, ¿no les da vergüenza?

-  ¿Cómo Sandra y Nazly sí se quedaron viringas? (o sea desnudas).

-  Porque ellas son unas nenas de tetero, inocentes y sin malicia.

-  Nosotras también somos inocentes y sin malicia, declaró Betty.

-  Y también nos gusta el tetero, completó Leila.

-  Bueno, está bien, replicó Patri, ¿a que no se desnudan aquí delante de Fredy?

-  ¡A que sí!  respondieron enfáticas.

Dicho esto, las dos chicas se escondieron detrás de un grueso árbol para quitarse la pantaleta. Salieron con una toalla ceñida a la cintura y contaron:

-  ¡A la una... a las dos… y a las tres!  Tiraron la toalla y aparecieron...        en cucos.

-  ¡Pásenla por inocentes!  gritaron con picardía.

Patri respiró, las demás niñas soltaron la risa. Fredy cambiaba de colores. (¡De la que me perdí!  quizás pensó para sus adentros).





UN  GUSTO  Y  UN  SUSTO


De pronto se oyó una gritería de niñas jugando en el bosque. Eran Yázmin, Yeny, Eliana y Nazly, que habían descubierto una liana o bejuco pendiente de un alto cedro y jugaban a “Tarzán”  columpiándose de un lado al otro del caño.

-  ¡Eliana y su liana!  gritaban felices viendo oscilar a la niña  como un péndulo. Pero a Eliana se le acabó el impulso y quedó colgando a mitad de camino, sobre el agua.

-  ¡Bájese a la piedra!  le gritaban las niñas desde la orilla.

Entonces Eliana, que ya no resistía el esfuerzo de manos y se iba resbalando poco a poco, se dejó al fin escurrir y quedó parada en una piedra cobriza que parecía una paila bocabajo. Corrimos a traer palos y ramas para improvisar un pasadizo. Mientras tanto Luisito, también de 7 años,  se quedó en la orilla de la quebrada para acompañar a la niña, que lloraba en la piedra.

De pronto el niño gritó aterrorizado y señalaba con el índice la piedra diciendo: ¡Un  animal, un animal!  Corrimos todos a ver qué sucedía. Entonces descubrimos lo increíble: la piedra andaba, la piedra se movía con todo y niña. No era piedra sino una enorme tortuga de carey que se había despertado al sentir  el peso de la niña en su lomo. Eliana se acurrucó encima de la tortuga  para no caerse, y tan asustada que no podía llorar.

-  Tranquila, Elianita, la consolaba Yázmin desde la orilla. 
    Tranquila que así es en película y todo sale bien.

   La tortuga andaba o nadaba lentamente caño abajo. Temíamos que de pronto el animal se consumiera del todo y destrozara a la niña.  Dicen que debajo del agua las tortugas son sumamente agresivas y voraces. Temíamos también que la tortuga siguiera flotando con la niña a cuestas y desembocara en el caudaloso Amazonas; de solo pensarlo nos fruncíamos.

Por fortuna el reptil se arrimó a nuestra orilla.  Eliana saltó a tierra y se nos vino sonriendo entre lágrimas; se salvó la niña. Pero la tortuga también salió a tierra y se nos vino amenazante, alargando su cabeza de serpiente y castañeteando las muelas.  Las niñas alzaron el grito y salieron a perderse.

A los gritos acudió el aviador con una garrocha escaut; rápidamente la metió por debajo de la tortuga, hizo palanca y le dio bote al animal. La tortuga quedó fuera de combate, agitando las patas como un escarabajo bocarriba.





LA  MUERTE  DE  HÍTLER


Mientras tanto en la selva Orlando, Alexis y Fredy buscaban terrones de comején para remplazar las piedras areniscas de los fogones. Los  bindes  u hormigueros de las termitas nunca estallan con el fuego, más bien se endurecen como ladrillos.

De pronto Alexis dio un grito de dolor y sacó rápidamente la mano de debajo de una piedra. Había sentido un arponazo candente que le encalambró la mano izquierda, y vimos salir de su escondite un odioso y negro alacrán que amenazaba encorvando la cola de  7  nudos y abriendo las feroces pinzas.

-  ¡Quémenlo, quémenlo!  pidió Alexis retorciéndose del dolor y agarrándose  con la otra mano la muñeca entumecida. Inmediatamente apresamos el escorpión con unas ramas para llevarlo vivo al campamento.

-  ¡Vengan, vengan!  invitó el jefe.  ¡Vengan a presenciar la muerte de Hítler!

Llegados al campamento y ante toda la muchachada trajimos brasas y con ellas formamos un pequeño corral en el suelo y ahí soltamos el alacrán. Corrió a escaparse pero topó con el muro de fuego; corrió en otra dirección pero también lo atajaron las brasas.  Hizo varios intentos por otros sitios. Viendo que no tenía escapatoria se quedó quieto en el centro, como pensativo. De pronto dobló el rabo  y se chuzó la espalda. Nos fruncimos, quedó paralizado. El aviador hizo este comentario:

-  Verdaderamente el alacrán es como Hítler, que cuando no pudo cometer más crímenes, se 
   suicidó.





¡ NOS  ASALTA  UNA  TRIBU !


-  ¡Los indios, los indios!  gritó Diana señalando con el índice hacia una  lejana curva del río.

          Efectivamente: lejos, sobre la corriente, venía un grupo de indígenas, de pie sobre algo que parecían yerbas flotantes o una balsa de juncos. Venían bien armados con arcos y  flechas y con lanzas de macana.

-  ¡No vamos a huir! nos advirtió Calixto, si corremos pensarán que somos maleantes y nos perseguirán. 

Cuando los indios venían a unas dos cuadras de distancia empezaron a cantar en su dialecto. Por fin distinguimos en qué venían parados: en una plataforma de balsos amarrados con bejucos.

No distinguíamos si eran hombres o mujeres, pues todos eran lampiños y además el pelo largo y lacio les caía sobre la cara y el busto. Por supuesto que ellos tampoco sabrían si nosotros éramos niños o niñas, ya que también éramos lampiños y vestíamos unisex. Y en cuanto a nuestro pelo, vivíamos la moda del cabello largo en los hombres.

Los indios detuvieron su balsa a unos 20 metros de la orilla y suspendieron el canto.  A una voz de mando del cacique nos apuntaron sus arcos... nos fruncimos y ya íbamos a huír. A otra voz de mando apuntaron al cielo, nos tranquilizamos. Y a una tercera voz dispararon las flechas. Resonó un chasquido múltiple.

De pronto  ¡Chas!  cayeron las flechas a nuestro alrededor y se clavaron en tierra formando un corral de varas; quedamos prisioneros. ¿Ahora nos quemarán vivos como nosotros quemamos vivo el alacrán? ¿Será una venganza de la naturaleza?

Luego los indios desde la balsa con gran mímica y vocerío nos daban a entender que ellos habían visto caer del cielo las ruedas del avión y los motores, y que ya los tenían localizados. Es admirable cómo el idioma de los gestos es universal, pudimos entendernos.

Calixto, Astrid y Patri se salieron del corral de flechas y se acercaron a la orilla. Los indios invitaban al aviador a subir con ellos a la balsa y remontar el río en busca de las piezas sumergidas. Hubo un momento de indecisión y angustia: si Calixto se iba  solo con los indios, quién sabe qué podría sucederle a él y quién sabe qué a nosotros; a lo mejor los indios nos preparaban una emboscada y por eso querían dividirnos.

¿Pero acaso no éramos ya sus prisioneros? Sin escapatoria, y nosotros completamente desarmados. Patricia era la responsable ante nuestras familias. ¿Cuál sería la opción menos peligrosa: ¿aceptar la invitación de los indios que parecían tan bien intencionados?  O  rechazarla...

Después de muchas cavilaciones convinieron en que partirían Calixto y Astrid con los salvajes, mientras nosotros quedaríamos en el campamento al cuidado de Patricia y de Orlando, el jefe escaut. No supimos por qué los indígenas no arrimaban la embarcación a la ribera. ¿Desconfiaban de nosotros? O más bien para que no encallara en el barro de la orilla.

De la balsa brincaron al agua dos indios piel-canela, musculosos,  y se vinieron caminando con el agua a la cintura.  Uno de ellos le dio la mano al capitán y fue conduciéndolo a la balsa. El otro indio (que resultó ser una india) alzó en brazos a la aviadora, se la llevó sin dejarla mojar y la sentó en la balsa.

Una vez embarcados, los bogas impulsaron con pértigas y canaletes la balsa río arriba. Calixto de pie se despedía de nosotros con el saludo escaut, o sea levantando la mano derecha con los tres dedos centrales hacia arriba, y con el pulgar defendiendo al meñique. Astrid se despedía con besos y con lágrimas; nosotros, agitando las manos. Patri les dio la bendición; nosotros también nos santiguamos y los seguimos con la vista hasta que desaparecieron tras de la última vuelta del río, por donde habían aparecido.

Quedamos huérfanos. Con nostalgia recordábamos los días tan felices de que habíamos disfrutado en compañía de los aviadores, defendidos y consentidos por ellos. Como no tenían hijos, se habían encariñado de nosotros, y nosotros de ellos. Por eso cada rato nos equivocábamos diciéndole  papi  a Calixto. A Patricia le pesó haberlos dejado partir y se reprochaba a sí misma diciéndose:

-  ¿Pero qué necesidad había de ir a buscar esas ruedas y esas hélices? ¡Que se pierdan! pero que no se pierda una niña. Luego recapacitaba y decía:  Claro que ruedas y hélices valen millones, valen más que el resto del avión, y Calixto y Astrid son socios de la Compañía de Aviación  IBIS.

Mientras tanto nosotros nos habíamos salido del corral de cañas. Ingrid arrancó una flecha y le examinaba la punta de hueso.

-  ¡Cuidado Ingrid, le advirtió la profesora, esas flechas pueden estar envenenadas!

Ingrid enjuagó la punta de la flecha en el río y con ella nos perseguía. Inmediatamente nosotros arrancamos todas las flechas, las enjuagamos en el río y con ellas perseguíamos a Ingrid…Ella al fin, sintiéndose acorralada, se rindió diciendo: ¡Paz, paz, y no juego más!

Ya teníamos en nuestras manos unas auténticas flechas indígenas para llevar de recuerdo a Bogotá. Nos quedamos sin saber por qué los indios nos habían encerrado entre dardos; ¿una chanza? o más bien para demostrar su infalible puntería.






EL  DÍA  DE  LAS  CULEBRAS



De pronto...¡La emboscada!  Salieron de la selva 4 indios adolescentes y se nos vinieron voleando garrotes. 

-  ¡Lo que yo temía!  murmuró Patricia visiblemente asustada, le temblaban las manos y los labios.

Los pequeños salvajes, tiznados y embarrados  y ocultando la cara entre mechones del cabello, ceñían a la cintura una especie de minifalda de piel de culebra.

Instintivamente adoptamos una actitud defensiva y les apuntamos nuestras flechas sin arcos. Éramos mayoría. Dejaron de volear los garrotes y empezaron a ponerse nerviosos al ver que los rodeábamos, se mordían los labios de rabia  (¿o de risa?).

-  ¡Embusteras!  les gritó Fredy, que acababa de reconocerlas. Miren a Yudy,  miren a Derly,  Kárin,  Yeny…¡Tan graciosas!

Las seudo-indias soltaron la risa. Nosotros las perseguimos a punta de flecha, corrían y corrían… Por fin se entregaron: Paz, paz, y no juego más.

-  ¿Y esas faldas…? les preguntó Richard.

-  Las encontramos en un zanjón, respondió Yudy, era una sola funda enteriza y la partimos en cuatro.

-  Han debido traerla entera para el museo del colegio,  les reprochó Patri. Era la piel de una serpiente  anaconda, el más corpulento de los ofidios tropicales; los ofidios mudan de piel. Parece que estamos cerca de un nido de serpientes.

Patri que dice esto, y una gruesa boa que sale del bosque y se nos viene trazando enormes ochos en la arena. Las niñas pequeñas gritaron despavoridas y se agarraban a Patri. Las cuatro seudo-indias se pusieron pálidas y temblaban de pies a cabeza.

-  ¡Quítense rápido las faldas!  les gritó Fredy, la culebra viene a reclamar su pellejo.

Las 4 indiecitas se bajaron rápidamente las faldas, pero al verse  en cucos  delante de los muchachos les dio vergüenza y se las volvieron a subir rapidísimo; fue para risas.

La boa se dirigió a un matorral y allí se enchipó delante de una madriguera. Al rato saltó una liebre y la culebra la atrapó al aire. Con la jeta le cubrió el hocico de manera que no la dejaba respirar por la boca ni por la nariz. La liebre se asfixió. La boa empezó a engullirla succionándola... Primero entró la cabeza, luego el pecho y los brazos... el vientre... las patas, toda la coneja entró. Un abultamiento  en el cuello de la culebra iba avanzando hacia el estómago.

Nos asomamos a la otra salida de la madriguera y descubrimos una camada de 3 conejitos; habían quedado huérfanos. ¿Podría el conejo macho alimentarlos?  Dicen que en esos casos al conejo padre le crecen los pechos y amamanta a su familia. La naturaleza es muy recursiva para no dejarse eliminar. ¿Acaso las abejas no fabrican una  reina en caso de emergencia?  ¿Y acaso no hay peces que cambian de sexo?

En esto llegó Crístian con una pequeña serpiente, sosteniéndola del extremo de la cola. La serpiente parecía una vara recta y vertical, con la  porra  hacia abajo. Notamos que un abultamiento en la barriga de la serpiente iba bajando hacia la cabeza... La culebra abrió la jeta y arrojó una  rana viva, que se alejó dando a saltos.

-  Yo no sabía que las ranas eran hijas de las culebras, comentó Eliana.

-  Ni que nacían por la jeta, completó Nazly.

-  Lo que pasó fue que la serpiente acababa de engullirse esta rana viva,  explicó el jefe, y como previó que no la dejarían  digerir tranquilamente, prefirió devolverla.

-  Ahora sí creo que al profeta Jonás lo devoró una ballena, declaró Jorge, y después lo arrojó  vivo a la playa.

-  Esa pobre rana morirá de todas maneras, lamentó Yeny, porque la serpiente ya le habrá inyectado el veneno.

-  Las boas no son venenosas, explicó Patri.

Llegó William sin camisa y mostrando unos latigazos en la espalda; lo había azotado una serpiente  fueteadora. Patri  quiso atomizarlo con agua oxigenada pero se equivocó de frasco y lo fumigó con alcohol; el pobre muchacho apretaba labios y puños porque le escocía demasiado.





¡ QUE  SIGAN  LAS  VACACIONES !


-  ¡Desapareció la bandera! anunció Nidia señalando el yarumo donde había flotado nuestro pabellón.

-  Se la llevaría el viento, sospechó  la profesora.

-  O algún mono silvestre, opinó Yolima

-  Más bien alguna mona silvestre,  sugirió Diana con picardía,  enfatizando la palabra  “mona”  y mirando de reojo a Nazly, por sobrenombre  la  Mony.

-  Iniciaremos una investigación exhaustiva, sentenció Patri haciéndose la seria. 

-  Fuimos nosotras las que arriamos la bandera, confesó Diana, pero lo hicimos porque así lo quieren todos los excursionistas.

-  Sometámoslo a votación, propuso el jefe:
 ¿La bandera  debe ser izada?  O debe ser abolida... Respondan.

-  ¡Que se abuela!  gritaron todas y soltaron la risa.

-  No podemos quebrantar la ley escaut, venga acá esa bandera.

Diana corrió hasta un tronco hueco tendido en tierra y sacó del hueco la bandera enrollada.  
Orlando preguntó:

-  ¿A quién le corresponde hoy izarla?

-   A las gemelas,  que están cumpliendo  10  años, respondió Betty.

Al punto Nidia y Zulay (las mellizas) se acercaron y empuñaron la cuerda de la bandera. Iniciamos el himno escaut:

Siempre listos y alegres marchemos
bajo el cielo de diáfano azul;
bese el sol tropical nuestras frentes
con el áureo fulgor de su luz.

La bandera iba subiendo y al fin quedó flotando en el cogollo. Terminado el himno  les cantamos el  “Cumpleaños Feliz”. Por último desfilamos a besar a las gemelas; a cada una dos picos, uno en cada hoyuelo de los cachetes.

Pitó el jefe tres puntos y una raya, señal de almuerzo.

-  El corazón me lo decía, exclamó Ingrid tocándose, no el corazón sino el estómago. Sonreímos y nos encaminamos a la sección de  mantenimiento,  o sea a Brasilia.

Junto a los fogones descubrimos un puercoespín que merodeaba por ahí con ánimo de lucro; al vernos se erizó amenazante como queriéndonos disparar todas sus púas. Le arrojamos nuestras flechas, el cerdo agarró una y la trituró a muela como si fuera un palitroque.  Orlando le arrojó a las patas un tizón humeante; el bicho  salió despavorido gruñendo ¡Paz, paz, y no juego más!

Rodeamos los fogones. Patricia, Leonilde y Yudy nos repartían trozos de carne asada que olía delicioso.

-  ¡Qué carne tan rica!  exclamó Zulay, ¿de qué animal es?

  -  Adivinen, respondió Leo

-  De bagre, opinó Diana

-  De tigrillo

-  De iguana

-  De culebra

-  De alacrán

-  Nos rendimos

-  Les pondré una adivinanza, dijo Patri:

                                                      Tan fácil y tan difícil,
tan piedra y tan gelatina;
era una cesta de huevos
pero costó mucho abrirla.

-  ¡Tortuga! Gritamos todos.

Efectivamente. Calixto, antes de embarcarse con los indígenas, había rajado y despresado la tortuga sirviéndose de las hachuelas y puñaletas de los escaut. Luego Patricia con Leonilde y Yudy habían hervido y sazonado muy bien el reptil.

-  A propósito ¿qué se hicieron los huevos de la tortuga? preguntó Alexis.

-  Estaban deliciosos, confesó Yudy, eran nuestros honorarios.

Nuestro régimen alimenticio se componía de carnes, huevos, frutas, pan y pez... como el de la "Pobre viejecita sin nadita qué comer". Nunca nos faltó el pan nuestro de cada día, ya que un frondoso árbol del pan nos lo suministraba generosamente; solo teníamos que tumbar los racimos y cocinar las pepas; remplazan a yuca y ñame.

La sed la refrescábamos no con agua del río ni del caño ni de la ciénaga sino con  güisqui... o sea con jugo de coco. También con otras frutas como el marañón y las uvas de árbol, que no tienen nada que envidiarles  a las mejores uvas moscatel. También tomábamos agua vegetal, o sea cortando un bejuco especial que suelta un líquido  fresco y potable.

Estábamos  almorzando tranquilamente cuando  escuchamos una gritería de micos en la copa de un árbol cercano. Vimos cómo un mico se colgaba de la cola;  un segundo mico  bajó agarrándose del primero y también se colgó de la cola, alargando así la cadena... Luego un tercero  hizo lo mismo; fueron alargando la sarta de micos hasta que el último  tocó   suelo. Caímos en la cuenta de lo que pretendían:  robar nuestras pañoletas que estaban tendidas en el pasto secándose al sol.

Corrimos a espantarlos pero se nos adelantaron;  cayeron todos  a tierra y en  segundos arrebataron los pañuelos y subieron al árbol haciendo una gritería que nos pareció una rechifla. Inmediatamente  les declaramos la guerra: les tirábamos piedras, no para herirlos sino para disuadirlos. Ellos reaccionaron  arrojándonos pepas del árbol, árbol que resultó ser de mamoncillos en plena cosecha. ¡Nuestra felicidad no tuvo límites! Nos olvidamos de las pañoletas y nos dedicamos a recoger y chupar  mamoncillos. Por último los micos resolvieron tirarnos también las pañoletas, ninguna se perdió. Y la pandilla de maromeros  huyó por las ramas de los árboles en bulliciosa gritería.




REINADO  LACUSTRE


Almorzamos felices y nos dirigimos a la ciénaga. Jorge, que había reclamado para sí la concha de la tortuga, la lavó y pulió con agua y arena de modo que flotaba reluciente como un bote de nácar, invitando a navegar. Eliana, de 7 años, saltó a bordo de la concha y se sentó a la japonesa y remaba con las manos... Carialegre navegaba por entre lotos rosados, juncos y garzas; y era ella la que había llorado encima de la tortuga cuando jugaban a Tarzán. Las demás niñas la miraban con envidia porque solo ella y Nazly, por pequeñas, podían bogar en la concha. Irina rompió a cantar:

Yo nací en una ribera del Arauca vibrador...

Y coreamos todos:

Soy hermano de la espuma,
de las garzas, de las rosas
y del sol, y del sol.

Me arrulló la viva diana
de la brisa en el palmar;
y por eso tengo el alma
como el alma primorosa
del cristal, del cristal.

  -  ¡Miren, miren!  gritó Leila y señalaba con el índice una gran hoja verde flotante que se acercaba por la superficie del lago, impulsada talvez por la brisa, eso creíamos.

Era una enorme hoja de  Victoria Regia, la maravilla amazónica, de dos metros de diámetro. Sobre la hoja venía una niña acostada bocarriba, remando con las manos; por la abundante cabellera negra que desbordaba sobre el agua reconocimos a Marbely. Cuando la niña estuvo cerca de nosotros se sentó en la hoja y saludaba como una reina, irradiando besos y sonrisas.

-  Arriba hay más hojas, anunció Marbely señalando  un juncal en la cabecera de la ciénaga.

Nos dirigimos, caminando por la orilla del lago, hacia el juncal indicado por Marbely, en busca de las hojas gigantes. Jorge alzó su concha de tortuga y se la echó al hombro porque tenía la ilusión de embarcar a Nazly su hermana desde la cabecera de la ciénaga; más ilusión tenía la niña y le brillaban los ojos de felicidad.

-  Organicemos un  Reinado Acuático,  propuso Yudy.

-  ¡Genial!  exclamó Kárin.

-  ¡Magnífico, estupendo! enfatizaba Derly.

-  Pero mi hermana  Mony es la reina, pidió Jorge.

-  ¿Una reina prefabricada?  protestó Leila.

-  Bueno, advirtió Patri, no se trata de competir sino de compartir. El todo es divertirnos.

-  Y todas las demás somos princesas, propuso Ingrid.

-  Pero los hombres no se embarcan, opinó Sandra, porque si todos desfilan, entonces ¿quién mira el desfile?

-  Yo tengo que ir nadando detrás de mi hermana, declaró Jorge, porque la Mony no sabe nadar; soy edecán de la reina.

-  Y yo edecán de Argenis, declaré yo, Tony. Argenis se ruborizó nuevamente y resaltaron más sus hoyuelos. Yo también enrojecí, se me quemaban  las mejillas.

-  ¿Y Tony por qué se autonombra edecán de Argenis?  protestó Yázmin,  ¿acaso son hermanos?

-  ¡Porque la quiere, y mucho! afirmó Irina celosa, y me reprochó diciéndome  picaflor.

-  ¡No lo niegues, Tony, me encaró Derly, tú quieres mucho a tu Argenis.

-  ¡Si la quiero! ¿y qué?  respondí desafiante.

-  ¡Uuuu!  gritaron las niñas, los hombres chiflaban.

-  Entonces yo también elijo mi reina, declaró Alexis.

-  Ya todos sabemos que la reina de Alexis es Yeny. Yeny enrojeció y para disimular se agachó a subirse una media que no estaba caída.

-  Mi edecán es William, pidió Yudy, y lo tomó de gancho sin la menor timidez.

- ¡El mío Crístian!  dijo Leo, y lo enganchó.

Cuando vimos que Patri reprimía una sonrisa de complicidad  recordando tal vez sus noviazgos de niña, nos organizamos por parejas de novios adolescentes y caminábamos tomados de la mano por la orilla de la laguna, cantando el himno de los novios:

Estar enamorado es
descubrir lo bella que es la vida.

Estar enamorado es
confundir las noches con los días.

                                                                  Estar enamorado es
caminar con alas por el mundo.

Estar enamorado es
contemplar la vida desde arriba.


Por fin llegamos a la cabecera de la ciénaga: un archipiélago de victorias regias. Nos lanzamos a nadar y acercamos a la orilla las hojas de mayor diámetro y que estuvieran sanas, sin roturas. Eran como unas enormes bandejas verdes circulares. Las niñas opinaban  y programaban así:

-  Navegaremos en triángulo, o sea en forma de  “V” como vuelan los alcatraces o pelícanos.

-  La Mony de puntera en su concha de tortuga.

-  Luego nosotras las princesas.

-  Los edecanes a nado impulsando las góndolas.

- ¡Qué lindo y qué práctico,  exclamó Derly,  así nos quedarán las manos libres para ir saludando!

-  ¿Pero saludando a quiénes?  preguntó Sandra.

-  Pues saludando a los  galanes  de las islas, afirmó Patri.

-  ¿Galanes  por aquí en el monte?  objetó Mónica.

-  Sí,  galanes,  reafirmó Patri, así llaman a los  alcaravanes.
 Son unas preciosas aves zancudas  de lindos ojos saltones.

-  Yo no saludaré a zancudas  ni  a  zancudos, protestó Betty de broma.

Una vez repartidas las  victorias  a las parejas de novios, los edecanes procedimos a embarcar niñas embikinadas. Cada chico alzaba en brazos a su reina y la sentaba suavemente en la hoja. Tenía que ser suavemente, porque con cualquier movimiento brusco la hoja se hundiría y la niña naufragaría.

Mientras tanto el resto del personal, o sea las niñas que no iban a intervenir en el desfile acuático,  se habían provisto de palmichas plumosas para acompañarnos como porristas o bastoneras por la orilla de la laguna. Ya las victorias con sus respectivas princesas a bordo estaban listas para zarpar, solo esperábamos la señal de partir.

Pitó el jefe y arrancamos.  No era una competencia de velocidad sino de gracia y de belleza. En estricta formación de escuadrilla avanzaban las victorias  por la apacible superficie del lago…

De puntera iba la Mony en su botecito de carey, coronada de orquídeas. Luego las princesas con guirnaldas de flores iban irradiando besos, saludos y sonrisas. Patri por la orilla iba filmando una película en colores, cuyo título acababa de ocurrírsele; se llamaría El lago de los cisnes. Casi ni respiraba observando ese desfile de preciosas ninfas que se deslizaban entre lotos rosados,  garzas, juncos, galanes y flamencos.

La Mony, entusiasmada y meneándose al ritmo de su dicha, rompió a cantar:


 ¡Ay, en mi botecito,
tan lindo y tan chiquito... 

Inmediatamente corearon todas,  iniciando la canción:

    Bajo el manto azul del claro cielo
  y al vaivén del ritmo de las olas,
va mi botecito en raudo vuelo.
            ¡Ven, que aquí te espero, mi dulce amor!

¡Ay, en mi botecito
      tan lindo y tan chiquito
                 nos iremos a pasear, mi china,
                por los mares hasta Filipinas!

Las demás niñas avanzaban por la ribera bailando y cantando  "El botecito"  y agitando  palmichas plumosas con garbo de bastoneras.  Patri filmaba.

-  ¡Miren, miren al cielo!  gritó Yázmin desde su victoria.

Miramos al cielo: justamente encima de nosotros cruzaba una bandada de patos-pisingos en formación de escuadrilla, o sea como punta de flecha. Aplaudieron las princesas en sus góndolas y parecía que los pisingos aplaudieran también con su aleteo...

Íbamos acercándonos al término de nuestro recorrido triunfal. Fuimos  orillando las bandejas flotantes y atracamos en la arena. Aunque las niñas podrían bajarse fácilmente sin ayuda, se hicieron las consentidas, y con risita de hoyuelos  nos querían decir que otra vez las lleváramos en brazos. Entonces cada edecán alzaba otra vez  a su  chinita y la ubicaba en la playa. Argenis, feliz en mis brazos, no quería desprenderse de mí (ni yo de ella). Y me cantaba con picardía:   Por los mares hasta Filipinas...

De regreso al campamento, ya de noche, caminábamos otra vez por parejas de novios adolescentes, unos tomados de la mano y otros de gancho, entonando la canción “Rondalla”:

              En esta noche clara de inquietos luceros
lo que yo te quiero te vengo a decir;
mirando que la luna esparce en el cielo
su pálido velo de plata y zafir.

Y en mi corazón siempre estás
y ya no he de olvidarte jamás;
porque yo nací  para ti,
y la reina de mi alma serás.


Terminada la canción, se oyeron besitos en la oscuridad.    Y continuamos el recorrido a la luz de las estrellas y de la grandiosa Vía Láctea, y escoltados por un enjambre de luciérnagas.

Y así terminó el día más feliz de la excursión. ¡Un increíble navegar en hojas de victoria regia por entre lotos rosados, garzas, juncos, galanes y flamencos. Por la tranquila superficie de un lago azul, allá en el paraíso fluvial del Amazonas!




BAILAR  Y  REZAR


Por la noche resolvimos jugar a  los  salvajes. Nos maquillamos todo el cuerpo con greda cobriza de la ciénaga y nos tatuamos con figuras de ranas, de serpientes y de soles; flecos de palma en la cintura.

Improvisamos instrumentos músicos: calabazos con piedrecitas hacían de maracas; trozos de bambú con muescas eran las guacharacas. Orlando se fabricó una flauta de caña abriéndole agujeros con un tizón encendido. Derly,  Yudy,  Kárin  y  Yeny, las 4 seudo-indias, convirtieron sus minifaldas de piel de culebra en panderetas.  Quedó integrada la “Orquesta Bochinche”.

Rodeamos la enorme candelada. Irina, la campeona del fuego olímpico, la que se había ganado en  premio una Sony, pulsó la tecla  play.  Resonó la “Danza ritual del fuego”. Y empezamos a interpretar esa rumba exótica, estilo libre. Cada uno inventaba pasos, gestos, brincos, monerías, payasadas. Al girar todos en ronda circundando la hoguera, nuestras sombras alargadas y rojizas giraban fantasmagóricamente sobre las arenas del playón.

De pronto Leo mandó suspender el baile y la música y ordenó que rezáramos por  cierta intención. Nos arrodillamos en la arena y orábamos. Patri oyó el silencio y se vino a ver qué sucedía.

- Así me gusta,  dijo. ¡Por fin se acordaron de Dios! Ahora sí vendrán a rescatarnos.

-  No, Patri, le replicó Nidia, no rezamos para que nos rescaten sino precisamente para que no nos encuentren. ¡Aquí la pasamos increíble!

-  ¿No les importa la angustia de sus padres en Bogotá?

-  Ellos saben que estando nosotras con Patricia, nada malo nos puede suceder, alegó Mónica.

-  Además, reclamó Ingrid, nos quedaron debiendo el tur por Buenos Aires y nosotros pagamos para eso.

-  ¿No comprenden que si llegan tarde al colegio perderán el semestre?

-  Aprendimos de los congresistas de Colombia, contestó Yeny:  Los congresistas se autosuben los sueldos. Nosotros nos autoalargamos las vacaciones. Risas y aplausos.  

-  Se ve que ustedes no aspiran a nada grande en la vida.

-  Aspiramos a ser siempre niñas, es la edad más feliz de la vida. ¿Para qué llegar a ser adultas? Sobrevienen los problemas y las preocupaciones. Además, Jesucristo prometió: “De los niños es el Reino de los Cielos”.

-  De los  “niños”, observó Cristian,  pero no de las "niñas".

-  Un Cielo sin niñas no sería Cielo, enfatizó Irina. Risas y aplausos.

Patri aprobó con una sonrisa y, para reafirmar su autoestima de mujer, nos puso la siguiente adivinanza:

-  ¿Por qué Dios hizo primero al hombre y después a la mujer?  

-  Nos rendimos.

-  Respuesta: Porque primero se hace el borrador, y después la obra maestra.
    Risas y gritería de las muchachas.

-  ¡Me felicito por haber nacido niña y no hombre! enfatizó Argenis.   

Rendidos de bailar, nos sentamos en la arena. Cada uno con una ramita se espantaba los zancudos, que venían por enjambres a tanquear. Nidia y Zulay, gemelas, se quedaron dormidas espalda con espalda como unas siamesas, y hubo que llevarlas en brazos al avión. Luisito quedó profundo en su toalla; en guando lo llevaron a dormir.

Croaban las ranas y los sapos, timbraban los grillos. Como sonámbulos fuimos desfilando al avión. Al entrar nosotros salió volando un murciélago, por fortuna no lo vieron las niñas.

-  Menos mal que salió, dijo Richard.  Peor habría sido que se hubiera quedado adentro.

-  Pero a lo mejor adentro se quedó la murciélaga,  repuso Jorge.

Preciso, esa noche la murciélaga me mordió en la nuca,  sentí el chisguete de sangre tibia. Inmediatamente me levanté y procuraba chuparme la herida para succionar el veneno. Así que yo  de pie procuraba acercar mis labios a la herida de la nuca, lo cual era imposible y además ridículo. Risas de mis compañeros.  Al rato me desperté y me pasé la mano por la nuca: no había sangre ni herida. ¡Qué felicidad,  había sido una pesadilla!



LA  TEMPESTAD


A media noche tronó un rugido como de muchos leones que vinieran en manada. 
Nos  despertamos temblando  de miedo.

-  ¡Vienen jaguares!  gritó alguno en la oscuridad.

-  ¡Viene una avalancha del río!  clamó Yudy.

-  ¡Salgámonos del avión!  propuso Kárin y alborotó a toda la muchachada. Corrimos en desorden hacia la puerta lateral atropellándonos unos a otros.

-  Un momento, advirtió Patricia, es una tempestad.

-  Pero si no está lloviendo, observó Irina.

-  Una tempestad eléctrica, explicó Patricia. Salgamos a mirar.

Salimos  empiyamados. Orlando mandó que nos acostáramos bocarriba en la arena junto al avión,  el cual nos serviría de pararrayos,  y así lo hicimos. A cada relámpago salían chispas de la antena del avión y sonaban chasquidos en el aire. Nos fruncíamos de miedo;  las niñas se santiguaban.

-  Esta es una grandiosa función gratuita, apuntó la profesora. Disfrutémosla porque tal vez nunca más en la vida volveremos a presenciar de cerca tan grandioso espectáculo.

De nube a nube serpenteaban   rayos multicolores que se ramificaban como raíces de fuego. La nube receptora del rayo, incendiándose, respondía con otra descarga titilante de color violeta. De vez en cuando una brillante serpiente de kilómetros atravesaba todo el firmamento, haciendo parpadear las nubes a su paso, y haciendo parpadear a nuestras niñas. Un prolongado rugido de tempestad era la música de fondo. Pero era una tempestad en seco, no caía ni una gota de agua.

Por último, dos fenómenos eléctricos remataron la función. El primero fue un gran ovillo de rayos que se desgajó de las nubes girando como una rodachina, rebotó en el suelo, saltó al río y se apagó en el agua con sonido de pinchazo. Era una centella. El segundo fenómeno consistió  en que estallaron varias nubes simultáneamente y se convirtieron en gigantescas luces de bengala como palmeras de chispas.

-  ¡Gloria a Dios en las alturas!  alabó Patri santiguándose.





NUEVO  AMANECER


Clareaba el día. De pronto escuchamos que por el río bajaba la canción de los indígenas. Saltamos jubilosos y corrimos a la playa.

Regresaba la balsa de los indios con Calixto y Astrid, que saludaban optimistas. Respondimos gritando y brincando de felicidad. Cuando se hallaban cerca de la orilla corrimos hacia ellos con el agua a la cintura. Los aviadores saltaron de la balsa, Astrid ya no se dejó alzar en brazos. En medio del agua nos saludábamos de beso y abrazo y lágrimas.

Mientras tanto la balsa con los indios  se alejaba río arriba, a fuerza de remos y de pértigas. Cantando se alejaban… Una fina voz de mujer modulaba un canto melancólico, parecido a la canción  Tabú.

Nos sentamos en la playa rodeando a Calixto y Astrid, que narraban su aventura con los indios.         Y los asaltamos a preguntas:

-  ¿Encontraron las ruedas del avión?

-  ¿Encontraron las hélices?

-  ¿Los indios no intentaron detenerlos a ustedes?

-  Los indios, respondió el capitán, se sumergieron en el río como hombres-ranas y amarraron al tren de aterrizaje un largo bejuco, en cuyo extremo ataron  racimos de calabazos flotantes que sirvan de boyas o puntos de referencia.  Lo mismo hicieron con las hélices a un kilómetro de distancia. Cuando llegue el  barco-grúa, ya estarán localizadas  esas partes del avión.

En esas un agradable olor a carne asada nos llegó desde  Brasilia  (los fogones). No hizo falta desplazarnos, pues ya Orlando y Crístian y otros 4 escaut nos traían chuzos con pescados fritos y asados. Comíamos y escuchábamos.




¡ DE  PELÍCULA !


De pronto vimos otra vez la balsa orillada; habían regresado en silencio los indígenas. Calixto se dirigió a dialogar con ellos, veíamos cómo el cacique gesticulaba y manoteaba para darse a entender.

Regresó el aviador a traducirnos lo que había sacado en limpio de la conversación con los amigos. Remedando al cacique sin que él se diera cuenta, Calixto se expresó así en  español  indígena:

-  ¡Gran Río disgustando!  ¡Amenaza inundación!  Indios llevar niños en balsa y entregarlos en primer pueblo de blancos.

¡Estallamos en gritos y aplausos de felicidad, las niñas brincaban y brincaban!

-  ¡De  película!  exclamó Leo.

-  ¡Extra-super-cheverísimo!  enfatizaba Yoly.

-  Pero acompañarnos Calixto y Astrid, reclamó Yudy remedando el dialecto.

-  ¡Oh, no caber todos en balsa!  objetó el capitán.

-  Pues hacer dos viajes,  sugirió Ingrid.

-  Aviadores quedarnos aquí vigilando avión, concluyó Astrid.


-  ¡Vístanse y nos vamos! ordenó Patri, resuelta a compartir con nosotros la aventura, y porque realmente la propuesta del cacique era muy razonable.

-  ¡Siempre listas!

Corrimos al avión a cambiarnos (estábamos en piyama). Pronto salimos en pantaloneta y en bluyines. Las niñas en chor, bikini,  pantaleta o minifalda,   y corrimos a la ciénaga para despedirnos de nuestro  hábitat.

Notamos que la corriente del caño se había invertido, ya la ciénaga no se estaba desaguando hacia el río sino lo contrario: la corriente del río penetraba en la ciénaga.   ¡Alerta roja! Eso indicaba  que el Amazonas  ya estaba subiendo de nivel y represaba sus afluentes. ¡Peligro inmediato, peor que las culebras y los tigres! En pocos días el Amazonas invadiría el playón, empatando con la ciénaga. El avión flotaría  río abajo al garete, y en algún remolino sería el ataúd para los aviadores. A tiempo llegaban por nosotros los indígenas.

-  ¡Disfracémonos!  propuso Irina.

-  ¡Genial! exclamó Yázmin.

Nos maquillamos todo el cuerpo con greda cobriza de la ciénaga y a falta de espejo nos tatuábamos unos a otros.

-  Querida, le preguntó Yoly a Kárin  ¿cómo me caen estos flecos de palma en la cintura?

-  Te ves divina. ¿Y a mí este collar de chaquiras?

-  ¡Increíble!

Cuando regresábamos al campamento salía Patri del avión ataviada con manta guajira, sandalias con grandes borlas de lana roja, y aretes de oro que tintineaban al andar. No sabíamos si Patri estaba vestida o disfrazada, pero se veía espléndida.

Nos despedimos de los aviadores haciéndoles tres venias estilo japonés y caminando hacia atrás. Recién embadurnados de greda como estábamos, no podíamos despedirnos de beso y abrazo, lo cual habría sido la embarrada.

Astrid nos dio la bendición, nos santiguamos y corrimos a embarcarnos en la balsa. Patri a paso de virreina, pues se enredaba en su opulenta maxifalda. Orlando le dio la mano y la acompañó como edecán hasta el embarcadero.

Los indios nos ayudaban a subir a la balsa, orillada junto a unas piedras. No se sabía quiénes gozaban más, si nosotros con la ilusión del viaje y de la balsa, o los indios al vernos tan felices. Patri tuvo que retorcer el ruedo de su falda, pues se le había mojado al embarcar.

Una vez que nos instalamos todos en la balsa, los indios la impulsaron con pértigas y remos, y nos deslizamos río abajo...

- ¡Adiooos.....!  les gritábamos a los aviadores que nos despedían desde las piedras.

Eran ellos los que ahora se quedaban solos en la playa, con la preocupación de qué nos iría a suceder en esta nueva aventura  y qué a ellos y al avión, en espera de un barco improbable, y presintiendo ya la inmediata inundación  de las playas por el desbordado Amazonas.

Confiaban que divisarían por lo menos alguna canoa de pescadores y les harían señas para que arrimaran. Pero en los días que llevábamos en el playón ningún bote se dejó ver ni de lejos. Claro que también nos faltó ubicar centinelas que atalayaran desde algún árbol o desde algún barranco, y eso estaba prescrito por la ley escaut.

¡Por fin surcábamos el fabuloso Amazonas en una balsa autóctona, filmando con los ojos el paisaje!  Desfilaban palmeras, guaduales, cámbulos, tamarindos, guayacanes, yarumos...En los árboles manadas de micos chilladores y acróbatas. Por el cielo bandadas de guacamayas de coloridos disfraces y haciendo ruidosa algarabía. Por encima de nosotros cruzaba una gritería de pericos viajeros; parejas de loras platicando en el vuelo; blanquísimas garzas en vuelo rasante abanicaban la superficie del río...

Un gavilán sobrevolaba nuestra embarcación, sincronizando su vuelo exactamente con la velocidad de la balsa, de modo que parecía estático en el aire, y la balsa estática en el río. Mucho nos divertimos con esta increíble ilusión óptica.

Irina, emocionada con el paisaje fluvial, cantó espontáneamente:

Espumas que se van...
bellas rosas viajeras...

E inmediatamente todos:

Amores que se fueron, amores peregrinos,
amores que se fueron dejando en mi alma
negros torbellinos.

Igual que las espumas que lleva el ancho río
se van mis ilusiones siendo destrozadas
por el remolino...

Las playas se veían empedradas de tortugas. En una isla desierta, horribles caimanes exhibían su risa macabra de afilados colmillos. De pronto saltó a la balsa un  bocachico... saltaron 3...saltaron 10... Y todos eran  voluntarios, no los estábamos engañando con anzuelos ni con redes. Aleteaban y brincaban sobre los palos de la balsa y volvían a caer al río. Las manos de las chicas no daban abasto  procurando atrapar pescados vivos.

A la manera como una niña que en el parque se divierte espantando palomas, así nuestra balsa parecía divertirse espantando  bocachicos,  que revoloteaban a nuestro alrededor. Ver para creer, la película de Patri revelará  nuestra experiencia. La Mony agarró una plateada sardina de las que caían a la balsa, le dio un apretado beso en la barriguita y la tiró de nuevo al río; y  los labios de la nena lucieron plateados… Las niñas se reían.

Los muchachos también íbamos emocionados, no tanto por los bocachicos sino principalmente por las  bocachicas...o sea por nuestras bronceadas noviecitas, y rompimos a cantar:

Caribe soy, de la tierra del amor,
de la tierra donde nace el sol;
donde las verdes palmeras
se mecen airosas al soplo del mar.

Busco un amor
que me quite del alma el pesar,
que me llene de felicidad,
un amor tropical.

Quiero sentir
las caricias de nueva ilusión,
y entregarle todo el corazón
a ese amor tropical.

Todas las chicas querían ir tocando el agua con las manos. Con las manos remaban, con las manos se lavaban los brazos y la cara; y acabaron salpicándose unas a otras y salpicando a todo el personal, incluidos los indígenas. Estos se contagiaron de inocencia y de dicha y se dedicaron a lavar a las muchachas botándoles agua con los remos. Guerrilla de agua, hombres contra chicas, lluvia y más lluvia. Quedamos íntegramente lavados como al salir de una piscina. Las nenas se acostaban a reírse. La dicha es fácil.




ALFOMBRA  VOLADORA


-  ¡Viene un helicóptero!  gritó Diana y señalaba con el índice un punto plateado en el horizonte, y percibimos el fragor característico de dichos aparatos.

-  ¡Qué pesar, lamentó Irina, vienen  a sacarnos de nuestro paraíso!

Primer caso en la historia en que unos accidentados no quieren que se los rescate. También podrían venir a secuestrarnos, peor todavía. Preferíamos ser secuestrados por los indios, como en realidad lo éramos; pero era un secuestro de amor. ¡Dios bendiga a los indígenas!

Se nos vino encima el monstruo metálico ensordecedor, con estruendo de diez motocicletas. Nos agazapábamos contra los balsos de nuestra plataforma para mimetizarnos con ellos, pero en vano. Ya atronaba a pocos metros de altura, soplándonos con su potente ciclón. Ciclón que alborotaba nuestra cabellera; ciclón que  aventaba los flecos de palma de las chicas y las desvestía de sus guirnaldas de flores. Avergonzadas, nerviosas y risueñas, a dos manos defendían sus íntimas prendas de vestir.

Como 4 arañas que se descolgaran por sus cuerdas, así descendieron del gigantesco autogiro 4 hombres-ranas por sus cables. Con máscaras de buceo y sin hablar en medio del estruendo, sujetaron las 4 esquinas de la balsa y volvieron a subir por sus cuerdas como suben los maromeros en el circo. Los indios saltaron al agua y nadaban hacia un caserío de cabañas pajizas. ¡Qué pesar haber ahuyentado así a nuestros libertadores y haberles  robado la balsa! ¿Cuándo volveríamos a encontrarlos para agradecerles? ¡Nunca!

A continuación se templaron los 4 cables, crujió la balsa y se pandeó; un tironazo final...¡y quedamos en el aire!  Chorreaban agua nuestros balsos.

-  ¡Nos fuimos!  gritó Fredy emocionado con la novedad.

-  La cigüeña con múltiples, apuntó Yázmin.

-  ¡Alfombra voladora! gritaba Irina.

- ¿Pero esto es cierto?  me preguntaba yo, Tony, pellizcándome los brazos por si acaso era un sueño como el del murciélago que me mordió en la nuca.  Patri filmaba.

Le dimos alcance a una escuadrilla de pelícanos que viajan en forma de V, y cuando el ave puntera se hizo a un lado para darle sitio a la suplente, se enredó en nuestros cables y Orlando la agarró. Jamás habíamos tenido en nuestras manos un pelícano, y mucho menos en el aire. Crístian le abrió el enorme pico y se le vieron  5 peces. 

-  Completémosle el almuerzo,  propuso Alexis, metámosle sardinas.

-  ¿Sardinas de dónde?  preguntó Eliana.

-  ¡Pues tú eres una  sardina!  repuso Alexis y alzó en brazos a Elianita para meterla en el pico del grandioso pajarraco. La niña gritó despavorida y se aferraba de Yeny.

Pasado el susto, cada niña quería introducirle al huésped más bocachicos. Le cupieron 10 ejemplares en la bolsa del fiambre; ver para creer. Orlando alzó el ave, que ya pesaba el doble, y la echó a volar…     Ella se integró de nuevo a su escuadrilla, que volaba a nuestro lado y a nuestra velocidad.

Se nos ocurrió de pronto echar por la borda el resto de pescados; bombardeo de bocachicos… Inmediatamente la escuadrilla de pelícanos se revolucionó, perdieron su formación en V y todas las aves descendieron en picada y atraparon al aire los pescados, ninguno cayó al río; ver para creer.  Patri filmaba,  el video no nos dejará mentir.

Al mirar nosotros hacia abajo por los bordes de la balsa y por entre las junturas de los palos, descubrimos un enorme barco-grúa de bandera brasileña que remontaba el Amazonas dejando tras de sí una larga estela de olas y de espumas. Ese barco rescataría las ruedas y las hélices y remolcaría el avión. ¡Se salvaron Calixto y Astrid! Gritábamos de felicidad. Saludábamos agradecidos al barco brasileño, las niñas le mandaban besos. A Patri se le aguaron los ojos por la emoción.

Y seguimos avanzando en nuestra alfombra voladora, pendientes de una gran cigüeña: el helicóptero.






RECEPCIÓN  EN  LETICIA


En el campo de fútbol de Leticia, ante la expectativa de la multitud, (convocada por las emisoras) fue descendiendo nuestra balsa increíble. El ciclón de la hélice barrió de polvo y gente su propio campo de aterrizaje, y se posó la balsa en la gramilla.

Saltamos a tierra.  El autogiro huyó por los aires a devolverles la embarcación a los indígenas. Nos condujeron, de a 4 en fondo y escoltados por carabineros a caballo, hacia la escuela urbana de niñas. Marchábamos semidesnudos, portábamos arcos, flechas, arpones, collar de chaquiras y brazaletes de plumas.

En la escuela de niñas nos esperaban las maestras, de uniforme rosado, a quienes la supervisora les había encarecido que nos recibieran de beso y abrazo porque éramos unas niñas náufragas, huérfanas, desprotegidas, necesitadas de amor y comprensión.  Y las maestras cumplieron el encargo a la maravilla.

En la escuela nos obsequiaron  un  delicioso ponche  angelical o caspiroleta,  batido y servido por las chicas de quinto de primaria, en unas bellas totumitas color marfil, con cucharitas del mismo metal,  vajilla que podíamos llevar de recuerdo a Bogotá. Al terminar el ponche todos lucíamos bigote de espumas, fue para risas. La dicha es fácil.

A continuación nos condujeron en desfile hacia la pista de avionetas, de tierra apisonada. Marchábamos por parejas, de gancho: cada chico nuestro con una damita de honor de Leticia, y cada chica nuestra, bronceada por el sol, con un edecán amazónico.

Patricia desfilaba entre las monjas misioneras luciendo su manta guajira, sandalias con grandes borlas de lana roja, y aretes de oro que tintineaban al andar; parecía una monja exótica. Y les contó a las misioneras que ella había sido una  novicia  rebelde, porque se la pasaba cantando y bailando en el convento; su vocación era la danza. Las monjas de Leticia empezaron a llamarla  “Sor Guabina”.

Durante nuestro recorrido hacia la pista de avionetas nos escoltaban trescientas bastoneras en impecable uniforme crema y rojo de gimnasia, con guirnaldas de orquídeas. Iban cantando y danzando al son de sus panderetas. Era un improvisado y entusiasta carnaval juvenil. Por algo Leticia  significa  Alegría.

Llegados a la pista de aterrizaje, las bastoneras se despojaron de sus orquídeas y engalanaron a nuestras colegialas, y estas se sintieron otra vez mediovestidas, ya que el ventarrón del helicóptero les había arrebatado sus volátiles flecos de palma. Y a los muchachos nos obsequiaron sus panderetas, con un beso de ñapa. Entonces sentí más cariño por Leticia y por sus alegres chinitas, y ya me daba pesar tener que salir del Amazonas.

El comandante nos señaló nuestro avión, el único en la pista; era un bimotor ganadero (pero sin ganado). Nos despedimos del alcalde y de su esposa, que habían salido a despedirnos. De los Padres Misioneros y de las Religiosas.  (Desde esta crónica les renovamos nuestra gratitud). Y en medio de una gran concurrencia de adultos y de la  chiquillería que nos ovacionaba, trepamos al avión; y digo  trepamos  porque no había escalerilla, solamente unos tablones para el ganado.

Al avión subieron unas 20 quinceañeras de la localidad y nos pedían autógrafos; traían esferos pero no libretas. Entonces les estampamos nuestras firmas en los brazos; y en la cara nuestros besos. Salieron en tropel. Dos soldados  retiraron los tablones y ajustaron por fuera la compuerta del avión.

Rugieron las dos hélices y, como estábamos en la cabecera de la pista, el aparato aceleró inmediatamente y despegó.

Y ahora describamos detalladamente cómo era nuestro bimotor ganadero, que además era anfibio, es decir que podía acuatizar en caso de emergencia, aunque no en flotadores sino en el fuselaje, o sea en la barriga. Por dentro, más parecía un túnel de lata, sin asientos; solo dos bancas metálicas enterizas a lo largo de las paredes laterales, para sentarse frente a frente los  presidiarios  (que tales parecíamos). Claro que en este viaje no venía ganado en el avión; solamente lo ocupábamos nosotros.

Era un establo volador, inclusive olor a majada y a terneros; nos creímos ganado vacuno, ovino y caprino. Ingrid y Yázmin empezaron a mugir: muuu. Irina y Yudy a balar: beee. Los muchachos, a encabritarnos y a embestir  como chivos.

-  Apuesto a que cuando aterricemos, profetizó Jorge, nos lavarán en garrapaticida.

-  No hará falta, corrigió Alexis, porque nos llevarán directamente al matadero. 

Siempre que el avión se ladeaba en las curvas, las chicas corrían a sentarse en la banca de enfrente, creyendo que así podrían contrarrestar el desplome. Entonces caímos en la cuenta de que no había cinturones de seguridad  (a las vacas no suelen ponerles cinturones).

-  ¿Y a todas estas dónde está Patri?  preguntó Yudy.

Argenis, fisgando por una rendija delantera, descubrió a Patricia en la cabina de mando, con audífonos, en medio de los aviadores. Nos tranquilizamos, Patricia iba cómoda, y nosotros menos vigilados.

-  ¡Que nos traigan forraje!  pidió William.

-  ¡Sal y agua para los toros!  exigía Crístian, y empezó a embestirnos como un toro de lidia.

Las niñas se convirtieron en Manolas y los hombres en Manoletes. Unos éramos banderilleros, sirviéndonos de nuestras flechas; y otros rejoneadores, sirviéndose de las macanas. Era una corrida de toros a mil metros de altura sobre la selva, y a una velocidad de cuatrocientos kilómetros por hora.





TRASBORDO  EN  SELVAGRANDE


De pronto se apagaron los motores, cesó el ruido y se abrió la puerta trasera del avión. Como veníamos rocheliando, no nos dimos cuenta del aterrizaje. Nos hallábamos en  Selvagrande, base militar de aviación. Saltamos a tierra, no había escalerilla ni tablones.

Dos filas de a cien soldados nos hacían calle de honor presentando armas. Nosotros también caminábamos presentando armas, aunque prehistóricas. Los soldados se mordían los labios para no reírse.

La banda del batallón nos electrizaba con una retumbante marcha militar, nuestros pechos vibraban como redoblantes; más que marchar, bailábamos. Y empezamos a tocar nuestros instrumentos: panderetas, maracas, flautas, platillos, castañuelas; o sea  toda la  Orquesta  Bochinche.

Desembocamos en la oficina del comandante, donde ya Patricia compartía un alto vaso de whisky con un alto oficial. Este se cuadró al vernos entrar (claro que ya estaba cuadrado con Patricia).

-  ¡Prohibido portar armas!  advirtió el alto oficial haciéndose el serio pero picándole el ojo a Patricia.

-  ¡Requísenlos! ordenó el comandante.

-  Señorita, le preguntó el  alto oficial a Patricia ¿puedo requisar su carriel?

-  Puede requisar mi carriel,  contestó Patri,  pero tenga cuidado  porque dentro del carriel hay una bomba.

Cuando el oficial abrió el bolso de la profesora, del bolso salió la ardilla y brincó al hombro del militar. (Risa en las barras). Del hombro del militar voló a un fichero de la biblioteca y empezó a escarbar frenéticamente, volaban nubes de papeletas blancas...Corrimos a controlarla pero se nos escabulló por entre los muebles y al fin saltó por una ventana del jardín, la dimos por perdida. ¡Lástima de nuestra querida mascota, Pandy, teníamos la ilusión de llevarla a Bogotá!

Después de un rato de charlas y comentarios jocosos, Patricia pidió silencio y, a la manera de un prestidigitador, metió la mano al bolso y  sacó la ardilla   voladora. ¡Ruidoso aplauso! (Sin que nos diéramos cuenta, la ardilla había regresado del jardín al bolso de la profesora).

Terminado el show de Pandy resonó el equipo de sonido con música movida. Ya el whisky etilizaba la cabeza de los oficiales y sacaron a bailar a nuestras  indias, cuyo traje de gala eran las guirnaldas de flores; a Sor  Guabina no la dejaron sentar un solo instante.

-  ¡Esto es un golpe militar!  le protestó el jefe escaut al comandante viendo que  no nos habían dejado parejas para el baile. 

-  La que nos “dio  golpe”  fue Patricia, repuso el comandante.

Por fortuna era día de turismo abierto en la base militar y merodeaban por ahí bellas  sardinas  recién bañadas en la quebrada, con el cabello suelto chorreando agua, y con las mejillas rosadas por el frío. Sardinas que al son de los bafles se bailaban solas en los jardines y en los patios. Fue vernos disfrazados de indios y obligarnos a bailar (ellas son las que  embisten). Pensaron que era un festival a beneficio de algo, o que habían adelantado el día de las brujas.

Terminado el casete bailable sentíamos la garganta seca y nos acercamos a la sala principal  con ánimo de lucro... Nos invitaron a colocarnos alrededor de una mesa circular, donde nos hacía guiños un rojo y provocativo jugo de patilla, en una ponchera de cristal con cubos de hielo.


-  Este es un trabajo en equipo, dijo Patri sonriente mientras nos repartía  pitillos para el jugo. No empiecen hasta que oigan el  cero  de la cuenta regresiva. Y  contó:

-   Cuatro....tres.... dos.... uno.... ¡cero!

Hundimos los pitillos en el jugo y empezamos a succionar con toda nuestra sed... El nivel del jugo en la ponchera descendía vertiginosamente y al fin sorbíamos aire y espuma.

-  ¡Misión cumplida!  exclamó  Alexis.  Los oficiales se reían.

Ingrid y Yázmin echaron mano al hielo sobrante y se alejaron saboreando sus cubos; los demás hicimos lo mismo. A continuación un mesero volvió a llenar de jugo la ponchera y pasaron otros 10 concursantes; los 30 no habríamos cabido simultáneamente. Por último, la tercera tanda.




¿ CIENCIA  FICCIÓN ?


De pronto una voz varonil habló por los parlantes:

-  Profesora y alumnas: les presentamos disculpas por haberlas traído de Leticia en un avión ganadero; no disponíamos por el momento de otra unidad de emergencia. En compensación, de aquí a la capital de Colombia disfrutarán de un auténtico  platillo  volador.

-  ¿Platillo volador...?  preguntamos en coro, incrédulos.

-  ¡Tal como lo oyen, platillo  volador, confirmó la voz del parlante. Pero no es un  ovni  extraterrestre,  es un artilugio de invención japonesa enviado a Colombia para investigaciones ecológicas. Carece de piezas metálicas y es por lo tanto transparente al radar. No despide gases tóxicos ni contamina el ambiente, porque no utiliza combustible líquido ni sólido ni gaseoso.

-  Energía solar... susurró Alexis que presumía de científico.

-  Ni energía solar, contestó el instructor.

-  Rayos láser, murmuró alguno

-  Ni rayos láser.

-  Rayos cósmicos, volvió a opinar Alexis.

-  Tampoco rayos cósmicos.

-  ¿Entonces  con qué funciona?  pregunté yo impaciente.

- Funciona con  electrostática atmosférica,  o sea con la energía que produce los rayos en las tempestades. Y es piloteado por Osiris, la computadora electrónica, a la cual  deben ustedes acatar.

-  ¡Favor pasar al coliseo cubierto! ordenó una voz femenil  (¿sería la  voz de Osiris?).

Nos dirigimos al coliseo y entramos en él. Formamos un gran círculo tomados de la mano  como para jugar al gato y al ratón. Un círculo alrededor de nada, pero en esa nada iba a presentarse el  platillo. De nuevo se oyó la voz de Osiris:

-  Lo que van a ver ustedes ahora no es todavía el ovni, es una maqueta tridimensional policroma, o sea una holografía o filmina, proyectada no en un telón ni en la pared, sino en el aire.  (Suspenso...)

De pronto en el centro de nuestro círculo el aire empezó a colorearse como cuando se inicia un arco-iris, y apareció un ovni posado en el suelo. Abríamos más los ojos para convencernos. Tres niñas corrieron de curiosas a tocar el milagro, pero el milagro desapareció. Nos miramos atónitos.





EN  PLATILLO  VOLADOR


-  ¡Pasar a bordo! indicó Osiris. Ahora sí  a bordo del platillo verdadero. Pero el platillo verdadero se encuentra a un kilómetro de aquí, en una isla secreta.

Salimos jubilosos por la llanura verde. Fresca brisa nos acariciaba con perfumes y con trinos.  Llegamos a la orilla de un lago azul.  En el lago una isla  y en la isla un ovni.

Abordamos una plataforma de acrílico traslúcido que se deslizó sin tocar agua y atracó en la isla. Saltamos al césped  y corrimos hacia el ovni. Era de cristal enterizo. Entramos por la  escotilla lateral  y nos sentamos en el vidrio  transparente.

De pronto vimos que el prado y los árboles se iban hundiendo debajo de nosotros. Era que ascendíamos en silencio. Árboles y casas se iban empequeñeciendo y alejando… subíamos y subíamos. Visibilidad máxima: encima de nosotros el cielo azul y el sol. Debajo de nosotros la selva como una alfombra ilímite, bordada con las hebras de plata de los ríos; espejeaban las ciénagas, rebaños de neblinas moteaban la llanura.

Al poco tiempo navegábamos por encima de las nubes, ese archipiélago de blanquísimos copos que flotaban en la superficie de un mar invisible. Emocionadas las niñas rompieron a cantar el poema  Libre y Puro:


Quiero tener un amor, un querer, una vida nueva;
quiero aprender a vivir y alcanzar la felicidad.

Quiero saber lo que sienten los seres
que tanto se aman.

El canto se convirtió en risas cuando el ovni aceleró su rotación, y la fuerza centrífuga nos barrió contra la pared circular de vidrio irrompible. Girábamos como trozos de piña en una licuadora...Aceleró también su velocidad de traslación y acuatizábamos haciendo  pan  y  quesito  sobre la superficie de una extensa laguna, con saltos de a kilómetro por encima de las barcas, donde los pescadores al vernos volar por encima se santiguaban aterrados.

Nos dirigimos luego hacia una altísima cascada envuelta en su propia neblina. Ascendiendo por la columna de niebla penetramos en las nubes, tan densas que perdimos toda visibilidad, el vidrio en torno parecía esmerilado.

 -  Pueden bajar, les habla Osiris.

-  ¿Bajar en la nubes...?  preguntó Nazly aterrada.

-  Bajar en las nieves, respondió Osiris.

Salimos con precaución: sierra nevada, cincomil metros de altura. Pisábamos hielo. Nos envolvía una nube blanquísima, ni siquiera veíamos nuestras propias manos.

Locos de felicidad y de sorpresa por lo exótico del medio, corríamos en todas direcciones.  Nuestra felicidad se convirtió en pánico al ver que gritábamos y nuestra voz no se oía,  como si hubiéramos quedado afónicos; era que la nieve absorbía nuestros gritos. Podríamos estar rodeados de abismos, de grietas y de cráteres; de solo pensarlo nos fruncíamos.

De pronto el ovni emitió un alarido agudísimo, próximo al ultrasonido. El efecto que causó fue precipitar la nieve atmosférica, que caía como plumas... Reaparecieron  el cielo azul y el sol; reaparecimos nosotros, dispersos en la blancura del glaciar.

Abordamos de nuevo el ovni por la escotilla y alzamos otra vez el vuelo. Nos acercábamos a una plomiza nube de tempestad sobrecargada de granizo. Con horror veíamos aproximarse el nubarrón como un áisberg. ¿Se habrá dormido Osiris, que no da a tiempo el timonazo?  De pronto  ¡Pum!  chocamos contra la granizada, fuimos a estrellarnos contra el vidrio irrompible.  Éramos un montón de cuerpos y de gritos.

La rotación del ovni volvió a distribuirnos en ronda, no pasó nada.  Tornó la tranquilidad y la alegría. Y el canto: 

¡Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar,
vuelvo a cantar!

El siguiente meteoro que nos cautivó por su belleza fue un arco-iris. Más aún: eran dos circunferencias-iris concéntricas, bellísimas, que viajaban por el cielo a la par con nosotros; y en cuyo centro viajaba también la sombra del platillo. Ver para creer.






MIL  BESOS  Y  ABRAZOS


Por fin sobrevolábamos la sabana de Bogotá, ese grandioso tablero de ajedrez cuyos cuadros son  verdes potreros y trigales rubios, enmarcados por filas de eucaliptos. Puesto que nuestra nave iba girando, veíamos abajo la planicie como un gran disco verde giratorio, cuyos lejanos bordes se confundían borrosamente con el cielo.

Y enrumbamos por fin hacia nuestro colegio palpitantes de emoción, porque allá nos aguardaban mil quinientos corazones de compañeros y de profesoras. Allá nuestras mamás esperándonos con lágrimas. Nuestros hermanos, tíos, primas y demás familiares y amigos. Nos habían llorado como a desaparecidos, y ahora nos iban a recibir como a resucitados.

Están celebrando el  Día del Amor y la Amistad,  y los prados hierven de animación, de juegos, de música y de bailes. Pero el principal espectáculo será sin duda nuestro  ovni,  nuestro arribo a bordo de una nave increíble: un transparente  platillo volador.

Nos vamos acercando... nos vamos acercando... ¡Ya nos vieron!  Estalló la algarabía de todo ese carnaval de colores y disfraces y ahora se arremolinan en el campo de fútbol para ovacionarnos como a  extraterrestres.

Al aproximarnos a tierra nuestra nave descargó en forma de chispas su electricidad estática, y el efecto fue provocar una explosión de risas y de nervios en toda esa delirante multitud.  Gritaban, cantaban, reían, lloraban. Por fin la muchedumbre se abrió en círculo y quedó espacio  para aterrizar.

Suavemente se posó en la grama nuestro platillo de cristal. Salimos en tropel por la escotilla y se nos vino la avalancha humana… Mil quinientos seres queridos nos acometieron a besos, abrazos, caricias y lágrimas. Todos hablaban a un tiempo, mejor dicho gritaban  porque los bafles aturdían. El  ovni  huyó precipitadamente y se perdió en el firmamento.

Felices obsequiamos nuestras flechas, arcos, plumas, guirnaldas, pulseras, collares y orquídeas. Éramos los mensajeros del bosque, traíamos libertad, virtud y amor. Nos habían oxigenado las brisas del río, la convivencia con las aves, las fieras y las flores. Con el sol, la luna y las estrellas. Irradiábamos optimismo porque estrenábamos de nuevo la existencia.

Se acercaba un grupo de alegres muchachas bastoneras y porristas luciendo lindos brazos y lindas piernas y agitando pompones al ritmo de cornetas y redoblantes. Irrumpieron cantando y bailando y nos contagiaron su desbordante  alegría. Inmediatamente todos rompimos a bailar cantando:

                    
¡Yo tengo fe que todo cambiará,
que triunfará por siempre el amor!

¡Yo tengo fe que siempre brillará,
la luz de la esperanza no se apagará jamás!

¡Yo tengo fe porque yo creo en Dios;
yo tengo fe, será todo mejor!

¡La gente nuevamente
hablará de su ilusión!



F   I   N


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V O  C A B U L A R I O


Accesorio             utensilio auxiliar
acrílico                cierto material plástico
afónico                sin voz
agazaparse          encogerse como un gazapo o conejo
alevinos               cría de ciertos peces
algarabía            gritería confusa
alvéolo                 cavidad, hueco
anfibio                de doble vida, tierra y agua (patos)
antorcha             luz que señala el camino
antropófago        que come carne humana
arpón                  flecha mayor que se arroja a mano 
arrear                  estimular las bestias gritándoles  ¡Arre!   
arriar                  bajar la bandera
artilugio              artefacto ingenioso
asbesto                mineral incombustible
astilla                   fragmento de madera quebradiza
atónito                 admirado
atracar                llegar el barco a la orilla
avalancha           gran masa que se desprende y arrolla (nieve)
balar                   dar balidos
balido                  voz de ovejas y cabras
bochinche            tumulto, gritería
boya                    flotador localizador
bucear                 explorar sumergiéndose
búmeran             arma arrojadiza que regresa
cabestrear           conducir un animal con el cabestro
cabestro               soga o lazo para conducir animales
canalete               remo
caníbal                antropófago
caprino                cabruno, propio del cabro
caspiroleta           cierta clase de ponche
cavilación            reflexión
chaquiras            ciertas semillas ornamentales          
ciénaga                laguna panda
claraboya            ventana en el techo
cogollo                 la parte más alta de un árbol
combustible         que arde con facilidad
comején               insecto roedor de madera
constelación        aparente grupo de estrellas
consternación      gran perturbación del ánimo
coordenadas       ciertas líneas referenciales
coraza                 cubierta de cuero o de metal
delirante              enloquecido
desgonzar            desencajar, desquiciar
desmadejar         causar flojedad
dislocar               sacar algo de su lugar
divisar                 percibir desde lejos
embestir              atacar como un toro bravo
emboscada          asechanza
embuste               mentira
encabritarse        erguirse y amenazar como un cabro
encaramarse       subirse
envergadura       distancia entre las puntas de las alas abiertas
escabullirse         fugarse
escoltar                acompañar por honor, amistad o seguridad
escotilla               portezuela  de ciertas naves
esmerilado           vidrio deslustrado
esófago                garganta
etilizar                 alcoholizar
exótico                extraño, muy raro
exhaustivo           hasta agotarse
fauces                  garganta de las fieras
fichero                 caja con papeletas ordenadas
fisgar                   curiosear con disimulo
fólder                  carpeta
forraje                 yerba para el ganado
frenético              furioso
frustrar               impedir un efecto
fuselaje                cuerpo del avión donde van los pasajeros
galán                    novio, enamorado
garete (al)            sin control
gargüero             garganta
góndola               pequeña embarcación de recreo
greda                   arcilla
guando                camilla para llevar personas
guirnalda            corona de flores abierta
hachón                antorcha
holografía           foto en que la imagen parece real
horóscopo           adivinación consultando a los astros
horqueta             bifurcación de una rama
impacto               golpe de un objeto contra otro
inquirir               averiguar
jovialidad            alegría
lacustre                relativo a los lagos
lidiar                   luchar 
macana               lanza de madera muy dura
maguey               planta cuyas hojas son pencas
majada                establo
manola                mujer madrileña de traje altivo
Manolete             famoso torero
maqueta              modelo a escala de un edificio         
membrana          tela o lámina flexible
merodear            vagar con alguna intención
meteoro               fenómeno atmosférico (lluvia, nieve, rayo, arco-iris)
mimetizarse         confundirse con el fondo
motear                 esparcir motas
ñame                   cierta raíz comestible
opulento              grandioso
ovación               aplauso ruidoso
ovino                   relativo a las ovejas
pandearse           torcerse, encorvarse
pánico                 pavor repentino y colectivo
parapsicología    estudio de los fenómenos paranormales
pavesas                cenizas
pedrusco             trozo de piedra
penca                   hoja carnosa de la pita o maguey
perezoso              mono trepador lento
pértiga                 vara larga, palanca
policromo            de varios colores
ponche                batido de huevo con ron o anisado
ponchera             platón,  palangana
presidiario           prisionero
prestidigitador    mago de circo
pringamoza        cierta hierba espinosa
radar                   detector de vehículos
rasante                que pasa rozando
redoblante          tambor
rejonear              herir al toro con un asta de madera
reptar                  caminar arrastrándose
reptil                    que repta o se arrastra
resuello                respiración
rezumarse           filtrarse un líquido por las rendijas
rielar                   reflejarse con luz trémula en una superficie
sabotaje               perjuicio causado por los propios empleados
saurio                  reptil semejante a un lagarto
sedal                    trozo de cuerda
seducir                 engañar valiéndose de la simpatía
seudo-indias        falsas indias        
soplete                 chorro de llamas
S.O.S.                  sigla que significa  “Sálvanos”
subconsciente      facultad de percibir fuera de la razón
sugestionar           dominar la voluntad ajena
súpito                  alelado
telepatía              transmisión del pensamiento
termita                insecto que se alimenta de madera           
tren de aterrizaje conjunto de ruedas del avión
traslúcido            que deja pasar la luz
trastienda            depósito detrás del almacén
tridimensional     de  dimensiones: largo, ancho y alto
turbina                motor de ciertas características
turbo-hélice         turbina impulsora de una hélice
ultrasonido          fuera de lo audible
vacuno                de vacas, toros y bueyes
vaho                    vapor al espirar
vertiginoso          acelerado
vértigo                 trastorno del equilibrio
vorágine              remolino
zafiro                   piedra preciosa de color azul
zigzag                  línea quebrada en ángulos





C O N T E N I D O


Falla mecánica
Maniobra increíble
Escala imprevista
La venganza de una frustración
Congreso de brujas
Natación,  dietética y garrochas
¡Qué luna tan sol!
El show de las estrellas
¡Sálvese quien pueda!
El milagro de las codornices
¡Buenos días,  mañana!                              
Club de caza y pesca
Carne de iguana
Camino de hormigas
Ardilla voladora
Abejas africanas
Un gusto y un susto
La muerte de Hitler
Nos asalta una tribu
El día de las culebras.
¡Que sigan las vacaciones!
Reinado lacustre
Bailar y rezar
La tempestad
Nuevo amanecer
¡De película!
Alfombra voladora.
Recepción en Leticia
Trasbordo en Selvagrande
¿Ciencia ficción?
En platillo volador
Mil besos y abrazos

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Antonio Silva Mojica fue un jesuita colombiano.
Publicó novelas juveniles para adolescentes.
“El poeta de las niñas” lo llamaron sus lectoras.

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