Novela
juvenil, ecológica y romántica
Sin
escenas de violencia ni de sexo
Antonio
Silva Mojica
Mi padre Wilson es dueño de
una avioneta de fumigaciones; planea sobre los cultivos esparciendo una blanca nube de fertilizantes. Un
día nos dijo que lo habían invitado a fumigar unos arrozales del Brasil y nos preguntó si queríamos acompañarlo en ese viaje. Mi
madre Alicia aceptó al momento. Nosotras brincábamos de felicidad y corrimos a preparar los morrales, y además 2 talegos de
tela, uno con ropa calentana y otro con disfraces para el carnaval del Brasil. Al
día siguiente madrugaríamos a iniciar ese paseo de maravilla.
Y amaneció el glorioso día y emprendimos el vuelo…Desde el aire contemplábamos la tupida selva amazónica como una alfombra verde infinita, por en medio de la cual serpenteaba el grandioso río color café con leche.
- ¡Papi, le dijo mi
hermana Karin, de 7 años, yo quiero ver desde aquí el Trapecio Amazónico de Colombia.
- Mi amor, no hay
tal trapecio, la selva es enteriza. Las fronteras son líneas imaginarias que no
se ven desde avión.
- Y yo quiero ver
desde aquí el ecuador terrestre, dijo por chiste mi hermano
Jaime, de 13 años, gemelo mío.
- El ecuador
terrestre también es una línea imaginaria, contestó mi padre.
- ¡Miren, miren, gritó Karin, veo que vuelan unas garzas rosadas, y esas sí no son imaginarias!
Efectivamente, un aleteo como
pétalos de rosa viajaba por encima de los árboles contrastando con el verde
oscuro de la selva. A ratos nuestra avioneta atravesaba una nube blanquísima, perdíamos toda visibilidad,
pero en seguida salíamos otra vez al cielo azul y al sol.
- ¡Yo veo dinosaurios a la orilla del río, gritó Nubia, de
5 años.
- Mi amor, le corregí al
momento, no son dinosaurios sino
cocodrilos, y están asoleándose.
- Y yo veo focas asoleándose, exclamó Karin.
- No son focas
sino manatíes. Son unos peces mamíferos que tienen pechos de mujer. Los conquistadores
pensaron que eran sirenas.
- Yo sí creo que los manatíes son muchachas, afirmó Jaime.
- ¿En qué conoces que son muchachas? le pregunté.
- ¿En qué conoces que son muchachas? le pregunté.
- En que les
gusta tenderse a sol y broncearse. Sonreímos.
Mamá gozaba oyendo los disparates que decían las niñas.
Mi padre piloteaba feliz, tarareando una canción.
Mamá gozaba oyendo los disparates que decían las niñas.
Mi padre piloteaba feliz, tarareando una canción.
Llevábamos ya más de dos
horas volando sobre ese mar de copas de árboles, cuando de pronto dijo mi hermana menor Nubia:
- Mami, quiero
hacer chichí.
- ¡Aguántate! le dijo mi
madre.
- Aquí no hay dónde aterrizar, afirmó papá.
- Aquí no hay dónde aterrizar, afirmó papá.
Entonces yo, Azucena (me
dicen Susi), que no cesaba de explorar con la vista el panorama, de pronto divisé en la lejanía un claro de selva, un potrero
largo y plano a la orilla del río y cerca de unas cabañas pajizas, se lo mostré a mi padre y le dije:
- Podríamos
aterrizar ahí. Mi padre
respondió:
- Pero yo veo chigüiros
en ese potrero.
- ¿Qué son
chigüiros, papi?
- Son unos cerditos
silvestres.
- Y no los
podríamos espantar?
- Lo intentaré.
Dicho esto mi padre accionó
el timón de profundidad, la avioneta
inclinó la trompa y empezamos a descender como en montaña rusa, sentíamos un vacío en el
estómago. Con el ruido del motor y con la
cercanía de la avioneta que se les echaba encima, los chigüiros huyeron al
bosque y dejaron libre el potrero.
Papá quiso cerciorarse de
que no hubiera altibajos ni arbustos y sobrevoló revisando a ojo el pastizal. A
la segunda vuelta descendimos con precisión. Tocaron pasto las ruedas, nos
sacudíamos bruscamente, por fin paramos. Nubia se bajó y corrió a esconderse
detrás de un matorral.
Nos bajamos todos para
descansar y desentumecernos. Sacamos el canasto del fiambre para merendar. ¿Pero dónde sentarnos? en el pasto habría sin duda garrapatas y otros bichos; nos
dirigimos entonces hacia las cabañas pajizas.
Cuando nos acercábamos a un
rancho salieron de él dos perros mudos color canela, mansitos, y se nos
vinieron batiendo la cola y mostrando los dientes; parecían reírse, y nos
hicieron reír. Mudos, es decir que no ladraban. Les ofrecimos pedazos de pan, que aceptaron con satisfacción. En
seguida vemos que salen del mismo rancho
dos niñas morenas y gemelas, de unos 6 años de edad y completamente desnudas.
- ¿Pero estas
indias no tienen vergüenza? exclamó
Jaime.
- No es que no
tengan vergüenza, repliqué yo defendiendo a las niñas; es que no tienen malicia. Y además con este calor…
- Mamá, le dijo Nubia
a mi madre, regalémoles a estas niñas unos
interiores.
- Claro, mi amor, le respondió mi madre, pero será otro día.
Nubia insistió:
- En los morrales
traemos los cucos nuevos que íbamos a estrenar en el Brasil. Mi hermana Karin y
yo se los obsequiamos a estas niñas, y tú
nos compras otros nuevos en Brasilia,
¿vale?
Mi madre sonrió con la
propuesta ingenua de la niña, y aprobó con una venia. Nubia y Karin se dirigieron a la avioneta y
volvieron con los morrales a la espalda. Nos acercamos a la primera cabaña y gritamos:
- ¡Buenos días! Nadie contestaba. Entonces nos asomamos a la puerta para
inspeccionar.
Tendido en el suelo un indio,
papá de las mellizas, se quejaba
mostrando una herida en el tobillo
amoratado.
- Picar culebra
venenosa, dijo el indio, y yo tener que
ir a hospital pueblo vecino.
- Tranquilo, le dijo mi padre, yo lo llevo. Y a nosotros nos encareció: Ustedes quédense aquí junto al rancho, volveré tan
pronto pueda.
Le ayudamos al indio a levantarse
del suelo y lo acompañamos hasta la avioneta, le ayudamos a subir, y una
vez sentado le abrochamos el cinturón de seguridad y nos bajamos. Mi padre
prendió el motor, la hélice rugió y giró rápidamente, la avioneta avanzó
por el pastizal, aceleró y alzó el vuelo…
Nubia y Karin se adelantaron al rancho acompañadas de los
dos perros mudos y de las dos nenas desnudas. En la cocina del rancho encontraron a la india mamá, que estaba
desgranando mazorcas. Nubia y Karin la
saludaron, le obsequiaron las dos
prendas y le explicaron cómo vestir a las niñas. La india les recibió los
regalos y los miraba con satisfacción. Nubia y Karin salieron carialegres y se
reunieron con nosotros.
- ¡Misión cumplida! exclamó Karin
triunfante, a estas
dos nenas ya no las volveremos a ver desnudas.
Mientras tanto nosotros nos
habíamos sentado en un tronco tendido en
el suelo en frente de la choza. Sacamos de la canasta el refrigerio y empezamos
a devorar y a beber: sánduches y limonada.
De pronto vemos que salen del
rancho las dos niñas morenas y gemelas pero no estrenando interiores como esperábamos, sino todavía desnudas. Nubia y Karin se miraron extrañadas.
A continuación salieron del rancho los dos perros mudos, y esos perros sí estaban
estrenando los cucos de las gemelas… Estallamos
en risas. Salió en seguida la india madre y nos dio esta explicación:
- Mis hijas prefieren
andar viringas (desnudas). Cucos las acaloran.
A continuación compartimos con esa familia el
resto del refrigerio en medio de
comentarios jocosos y a la vista de los perros disfrazados de niñas, los
cuales también participaron de nuestra
merienda.
En esas vemos que viene caminando hacia nosotros el cacique de la tribu luciendo
nariguera de oro a manera de pírsin, y brazaletes de chaquiras, que son unas
pepas del monte del tamaño de fríjoles pero de color encendido. Acompañando al
cacique viene la cacica, pelo suelto y lacio caído sobre los hombros desnudos. En el cuello luce un collar que le da muchas vueltas; collar de perlas finas. Nos pusimos de pie.
De la mano de la cacica venía una niña de unos 12 años de edad, cabello
castaño oscuro ensortijado, facciones finas que no parecían de india. Y, cosa
rara entre los indios, los ojos de la niña eran de color azul-marino. Pero el mejor adorno de la inocente criatura era su deliciosa risita de hoyuelos, de pequeños dientes blancos y parejos que
parecían de porcelana.
Nos saludamos haciendo una venia, sin darnos la mano. De pronto vemos que
Zulay, como se llamaba la princesa india, se queda mirando fijamente a mi
hermano Jaime, el cual quedó fascinado. La cacica entonces cubrió los ojos de
la niña con la mano, y así cortó el hechizo, que iba a terminar en beso inevitable. Ya se sabe que hay ojos
que adormecen, ojos que enferman y ojos que atraen. Algunas culebras con solo
mirar a un pajarito lo engatusan y lo
atraen hacia sus fauces. Así esta princesa era sumamente atractiva.
En esas oímos que se
acercaba un avión y corrimos al potrero a ver llegar nuestra avioneta con mi
padre, pero venía un helicóptero. Al descender soplando con su
hélice peinó el pasto y aventó flores secas y hojarasca. Al fin se posó en la hierba. Nos acercamos; salió el piloto
disfrazado de Papá Noel, nos reímos. Era un tío nuestro, hermano
de mi mamá; y como estábamos en tiempo de Navidad, venía disfrazado. En seguida
nos informó:
- Saludes de su
papi, nos encontramos en el puesto
de salud. Le informaron por el radio-teléfono de la avioneta que lo ascendieron a instructor de pilotos y tiene que posesionarse ahora mismo. Les manda
el talego con los vestidos de tierra caliente, porque ustedes deben permanecer unos días en la
maloca indígena.
- Perdón Papá
Noel, le suplicó mi madre angustiada,
¿usted no podría llevarnos a casa en helicóptero?
- Siento mucho, respondió Papá
Noel, voy cargado con canecas de combustible, hay sobrepeso y
peligro, no puedo llevarlos.
Dicho esto, Papá Noel nos
dio la mano enguantada, subió al
aparato, se sentó y empuñó los comandos. La gran hélice o rotor empezó a girar
y a rugir. El ventarrón de la hélice tumbó a Nubia y a Karin, que rodaban por
el prado atacadas de la risa e intentando cubrir sus blancos muslos con la minifalda; fue para risas.
La niña Zulay miraba
el helicóptero que se alejaba…Entonces
caímos en la cuenta de que Papá Noel no nos había entregado el talego de la ropa calentana, ni nosotros nos habíamos acordado de pedírselo a tiempo, pero ¿ya qué?
- Mami, ¿qué es una
maloca? le preguntó Nubia.
- Maloca es un
gran rancho indígena, redondo como un kiosco, le respondió mi madre, y con
techo de paja, ya lo verás.
La pareja de caciques se
ofreció a conducirnos hasta la maloca, y hacia allá nos dirigimos.
- ¡Señora Cacica, le dijo mi hermano Jaime con picardía,
Zulay
me está mirando otra vez! La cacica volvió a cubrirle los ojos a la niña y se
volvió a interrumpir el hechizo.
- ¡Qué problema
con esos ojos turquesas! comenté yo en voz baja.
- ¿Qué son
turquesas? me preguntó
Nubia.
- Turquesas son unas piedras preciosas de color azul marino.
- A lo mejor esta chica nos va a prender el mal de ojo, nos dijo mi madre hablándonos en inglés para que no entendieran los indios.
- La culpable de
todo lo que nos está pasando es Nubia, dijo Karin, por habérsele ocurrido hacer
chichí durante el vuelo.
- No hay mal que
por bien no venga, contestó mi hermano gemelo Jaime, esperemos a ver en qué para esta aventura,
a lo mejor nos aguarda una linda sorpresa.
- Claro, le reviró Karin, como tú ya levantaste una linda novia de
ojos divinos…Y además princesa…
Jaime enrojeció y le
contagio a Zulay la vergüenza. La niña sonreía con timidez y resaltaron los
hoyitos de sus mejillas.
- ¡Qué problema con
Jaime, dije yo en voz baja, que se enamora de cualquier china!
- No es cualquier
china, protestó Jaime, es una princesa. Y además tú no digas
nada, Susi, que a lo mejor también te aguardan unos lindos ojos turquesas que te
engatusen, y veremos si eres capaz de rechazarlos.
- ¡Mami, le rogué yo, salgamos cuanto antes de esta selva, no vay nos engatusen a todos.
- Claro, mi amor,
tan pronto regrese tu papá en la avioneta.
En esas oímos nuevamente ruido de a avión y alzamos la vista al cielo.
Sí era papá, pero Papá Noel en su
helicóptero. Creíamos que descendería otra
vez al potrero y nos entregaría la ropa que nos había anunciado, pero el
aparato se detuvo en el aire encima de nosotros y fue descolgando la bolsa de los vestidos prendida de un cable. Corrimos
a recibirla y a soltarla. Le dimos las
gracias a Papá Noel agitando las manos y mandándole besitos. El autogiro se alejó y se elevó con el cable colgando.
Quedamos pensativos y perplejos.
¿Por qué mi padre nos envía las mudas de
ropa, será que tendremos que permanecer
muchos días en la selva? A mí
me asaltó un presentimiento que me aceleró los latidos del corazón y me llenó de tristeza: ¿Sería que a mi papito lo engatusaron también
unos ojos turquesas…? Y se me desgranaron las lágrimas.
- No llores, mi
amor, me dijo mi madre, que haces
llorar a las niñas; pero Nubia y Karin ya estaban llorando.
En esas vemos que se acercan
las dos niñas morenas y gemelas, pero ahora sí estrenando interiores.
Nubia y Karin sonrieron entre lágrimas y corrieron a felicitarlas, a cada una
un besito. La india mamá se reía, los perros mudos se reían… nosotros también
nos reímos y acabamos aplaudiendo. Karin
tomó de la mano a una de las nenas, Nubia tomó a la otra, y las dos parejas haciendo
caballitos iban cantando aquel jubiloso villancico:
Los
zagales y zagalas
al
Niño vamos a ver,
con
piticos y tambores
causándole
gran placer.
Llegamos a la maloca y abrimos el talego para ver
nuestros vestidos, pero ¿qué encontramos? Que mi papá se había equivocado y en
vez de mandarnos el talego de la ropa calentana nos mandó el de los disfraces; soltamos
la risa. A lo mejor lo hizo por pura
broma, una inocentada, ya que estábamos en Navidades.
El cacique nos enseñó unas
hamacas tendidas entre los horcones de la maloca. Horcones son postes-columnas
que sostienen el techo. En esas hamacas pasaríamos la noche.
Jaime descubrió una lora
gris en la baranda y se le acercó para hablarle.
- ¿Quiere cacao? le preguntó a la lora y esperó la respuesta…Viendo
que no contestaba, dedujo:
- Esta lora
también es muda como los perros.
- Claro que es
muda, le repliqué yo, porque no es
lora sino lechuza. Nos reímos. Efectivamente era una lechuza especial del Amazonas.
- Yo le enseñaré
a conversar, afirmó Jaime, hay que tratarla con
cariño y con amor. Y le habló así:
- Belleza,
diga cacao. El búho abrió
más esos ojazos negros y redondos pero no decía nada.
Jaime hizo ademán de besarlo
y le acercó el pico… El búho estiró el cuello y con gran habilidad y
rapidez le zafó el pírsin. Soltamos la risa.
- Me alegro, dijo mi madre, ¿para qué se ponen esas tonterías en los
labios?
- ¡Chiiito! pidió Kárin en voz baja, vean que el cacique también usa un pírsin en la nariz, y de oro nada menos.
- Y ustedes que
se creían muy modernas…añadió mi madre,
y resulta que ese gancho ya lo usaban las tribus desde hace
siglos.
- Ahora entiendo
por qué se llama lechuza, comentó Karin: porque al que se le acerque le-chuza.
- Ay tan
chistosa, replicó Jaime, ahora quítale mi pirsin del pico, no vay se lo coma.
El búho soltó el anillo y
articuló palabras indígenas mezcladas con palabras españolas. Luego empezó a
reírse como lo haría una lora doméstica,
burlándose quizás de nosotros.
- Es una lechuza
bilingüe porque sabe dos lenguas, comentó Nubia. La secretaria de mi padre también
es bilingüe.
- Bilingüe no es
una secretaria que sabe dos idiomas, explicó Jaime por chiste, sino una secretaria que charla por dos. Le celebramos la ocurrencia.
La pareja de caciques había
cumplido con enseñarnos la maloca y con
ponerla a nuestro servicio, y ahora se
disponían a retirarse. Les agradecimos y les dimos a entender que nosotros queríamos acompañarlos a su vivienda, y aceptaron. Ellos caminaban adelante, y
nosotros detrás, con todo respeto y hablando en voz baja.
Por el camino mi hermano Jaime
no se aguantó las ganas de ir junto a Zulay, la princesita, y se atrevió a ir junto a ella como su edecán.
De pronto vemos que la niña Zulay lo toma de la mano disimuladamente…
- ¡Se cuadraron! dije yo. Se rieron mis hermanas.
Jaime debió sentirse en la gloria y parecía que no tocara el suelo, que fuera levitando. De ahí en adelante mi hermano se embobó, quedó perdido, todo eran ojos para contemplar a su sardina.
Jaime debió sentirse en la gloria y parecía que no tocara el suelo, que fuera levitando. De ahí en adelante mi hermano se embobó, quedó perdido, todo eran ojos para contemplar a su sardina.
- ¡Tan feo que es
estar enamorado, comentó Karin; miren a Jaime cómo se dejó
esclavizar de esa india!
- Todo lo
contrario, le repliqué yo, estar enamorada es delicioso, es el supremo placer sobre la tierra. ¿Acaso los curas no nos sermonean diciéndonos que Dios es Amor y que el primer
mandamiento es el amor?
- Ya estás
enamorada y sin tener de quién, replicó Karin. ¡Cómo será cuando te encuentres de verdad con otros lindos ojos azules.
- Otros lindos
ojos azules no hay en el Amazonas, le aseguré yo, los de Zulay son una excepción.
- ¿Y qué tal que
Zulay tenga un
hermano gemelo?
Quedé muda y pensativa, no se me había ocurrido esa dichosa
posibilidad, y desde ese momento perdí la paz y el sosiego y solo anhelaba encontrarme con un Príncipe Azul de ojos turquesas.
El cacique, su esposa y la
niña, como iban adelante, llegaron primero a su cabaña y entraron. Cuando
nosotros nos íbamos acercando salió a recibirnos Zulay, sonrisa de hoyuelos. Se
me dirigió a mí personalmente, mirándome con esos ojos divinos y, lo que yo
menos esperaba, me besó en la frente.
- ¡Gracias,
Zulay! le dije emocionada.
- Yo no soy
Zulay, contestó esa belleza, yo soy Samir,
hermano gemelo de Zulay.
Me ruboricé como nunca, se me quemaban las mejillas. Y al fin
se me desgranaron las lágrimas y me apoyé en mi
madre. Ella procuraba tranquilizarme diciéndome:
- ¡Mija, por Dios, respira hondo, relájate! Entremos y
te sientas.
Mientras tanto el joven o
niño Samir, después de saludar a mamá y a Nubia y a Karin, entró a la cabaña y al
momento volvió a salir de gancho con
Zulay. Los dos gemelos vestían exactamente igual, peinado igual, sonrisa igual. Y, por supuesto, ojos iguales, ojos
turquesas. Mirando yo a los dos mellizos tuve la impresión de haberme vuelto
bizca porque veía doble imagen.
Y me asaltó una duda: ¿Cómo
distinguirlos de ahora en adelante? Los dos mellizos sonreían como
preguntándonos Adivinen quién es Samir y quién Zulay.
Nosotros aguzábamos la vista para descubrir alguna diferencia entre
los dos gemelos, pero no la había o no la descubríamos (a la
niña Zulay todavía no le apuntaban los
pechitos).
- ¡Ya la vi! gritó Nubia entusiasmada y se adelantó a examinar
el brazo izquierdo de Zulay.
- ¿Ven este lunar? ¡Esa es la diferencia! Efectivamente,
Zulay lucía un lunar en el brazo izquierdo, Samir no.
En esas oímos otra vez ruido
de avión y alzamos la vista al cielo. ¡Venía nuestra avioneta! Hicimos una
venia para despedirnos de la familia real y corrimos al potrero de aterrizaje.
Agitábamos manos y pañuelos para darle la bienvenida a mi papá, las niñas
brincábamos y brincábamos.
La avioneta descendió y al
fin potrerizó.
Se abrió la portezuela y salió el indio que había llevado mi padre al puesto de salud. Salió sin necesidad de
ayuda, venía muy restablecido. Nos saludó con una sonrisa de gratitud y se dirigió a su rancho. Corrimos
a saludar a mi papá, pero él no se bajaba de la avioneta sino que por la
ventanilla nos invitó diciéndonos:
- ¡Súbanse y nos vamos!
- ¿Te ascendieron
a instructor de pilotos? le preguntó
mi madre.
- Aplazaron el
ascenso, respondió papá.
- ¿Por qué sería?
- Después te
explico, es largo de contar. Y volvió a invitarnos:
- ¡Súbanse y nos vamos!
- Papá, yo no me quiero
ir de aquí, le aseguró Jaime.
- No entiendo…contestó papá.
- Después te
explico, respondió mi hermano.
- ¿Y por qué no
me lo explicas ahora mismo?
- Es largo de
contar.
- ¡Porque Jaime está enamorado! gritó Kárin.
- ¡De una india! completó Nubia.
Jaime se puso rojo y para disimular
hacía que se abotonaba la camisa, le temblaban las manos. Papá notó esa turbación
y se mostró preocupado. Se quitó los guantes y bajó de la avioneta; lo saludamos de beso y abrazo y lágrimas.
- No les hagas
caso, le dijo mi madre a papá, hoy
es día de inocentes y les gusta chancearse.
- Ah, bueno, menos
mal, dijo mi padre
tranquilizándose, no ha pasado nada. Sin
embargo someteremos todo a un referendo.
A continuación invitamos a
mi padre a la maloca, donde habíamos dejado
el talego con los disfraces. Una
vez allí, nos sentamos en unos banquitos de madera. Mi padre inició:
- ¿Conque Jaime
no quiere continuar el vuelo al Brasil?
- Yo tampoco
quiero irme de aquí, afirmé yo, Susi.
- ¿Y eso…? interrogó mi padre.
- Después te
explico.
- ¿Por qué no me
explicas ahora mismo?
- Es largo de
contar
- ¡Porque Susi también está enamorada! me delató Karin.
Yo enrojecí de vergüenza.
- ¿Por qué tanto
empeño en quedarse aquí en la selva? preguntó
papá, ¿acaso han encontrado aquí diamantes, esmeraldas o turquesas?
- Diamantes y
esmeraldas no, pero turquesas sí, afirmé yo
pensando en los ojos verde-mar de la
niña y del niño.
- ¡Tráiganmelas ahora mismo! (quizás mi padre alcanzó a pensar en piedras de
verdad), ¡Tráiganme,
por favor, esas turquesas!
Jaime y yo salimos de la maloca y corrimos a la cabaña
del cacique. Regresamos con la niña y el
niño y nos colocamos delante de papá y mamá. Yo, de gancho con Samir. Jaime de gancho con Zulay.
- ¡Aquí están
las turquesas! les dije a mis padres.
Papá y mamá quedaron
fascinados ante semejantes turquesas…Extasiados admiraban aquellos ojos divinos
de color aguamarina.
- ¡Con razón! pensó mi padre.
- ¡Con razón! pensó mi madre, con razón se enamoraron mis hijos.
Entonces mi hermana Karin quiso volverlo todo comedia,
se ubicó en frente de nosotros los enamorados, y remedando a un pastor o a un sacerdote, nos
dijo muy solemne:
- Yo los declaro
marido y mujer, pueden besarse.
Samir y yo nos besamos,
Jaime y Zulay se besaron, solo faltó una cámara. Mis padres se reían...Claro,
pensaban que era un sainete de niños, no se imaginaban que la procesión iba por
dentro, que nuestro amor juvenil era tan poderoso y que nos atraíamos
mutuamente con la fuerza con que se atraen dos imanes. En ese preciso
momento se acercan el cacique y su mujer, que habían presenciado la escena desde
la puerta de la maloca, y habla el cacique:
- Indios permitir
casamiento desde 12 años, pero novios aguantar separados hasta próximo apagón de luna.
- ¿Oyeron lo que
dijo el cacique? nos advirtió mi padre reprimiendo la risa. Que ustedes ya están casados, pero que no pueden vivir juntos sino cuando se produzca un eclipse total de luna.
- ¿Y cuándo será
ese eclipse? pregunté con ansiedad.
- Me parece que a
fines del año entrante, respondió papá,
según el almanaque Brístol.
- ¡Muy lejos está
todavía ese eclipse, lástima! lamentó mi hermano.
Nubia y Karin sacaron
rápidamente dos disfraces de la bolsa, se desvistieron delante de todos y se disfrazaron de bailarinas. Había que
celebrar la boda con danza y fiesta. El cetro del cacique resultó ser al mismo tiempo una flauta, su
dueño inició una melodía indígena. La cacica empezó a cantar en su dialecto. Nubia y Karin bailaban. Los demás nos sentamos
en las butacas de palo, a mirar y a escuchar.
Llegan dos indiecitas de la
cabaña del cacique, de unos 13 años de edad, descalzas, y vestidas únicamente
con flecos de palma en la cintura, nada más, los pechitos al aire (las indias
no tienen malicia). Trae cada una un
tiesto vidriado, y en el tiesto luce un provocativo panal de miel silvestre… Se
nos volvió la boca agua y procedimos a desgajar trozos del panal a mano limpia y a
masticar esa delicia de chicle selvático.
El cacique no pudo tocar más
su instrumento porque también se le
volvió la boca agua, la cacica dejó de cantar, las niñas de bailar. Nos
dedicamos a exprimir a muela tan exquisito manjar de cera y almíbar. Lo saboreábamos también con las manos. Nubia,
lamiéndose los deditos, me preguntó en voz baja:
- ¿Esto será lo
que llaman luna de miel?
- Claro, mi amor,
¿no ves que ya está saliendo la luna?
Ya era tarde para pensar en
reanudar el vuelo al Brasil, mis padres tuvieron que resignarse a pasar con
nosotros la noche en la maloca. Nosotras, las tres niñas hermanas, corrimos a disfrutar
de las hamacas o chinchorros. Nubia y Kárin se acostaron en una de ellas; yo
las mecía con todas mis fuerzas… ellas reían y gozaban.
Yo me acosté en otra hamaca
y le pedí a Jaime que me impulsara; él me batía demasiado fuerte, me dio miedo
y le dije: ¡No más, no más! Y él se fue a otra hamaca a mecerse. Mis padres, cada uno en
un chinchorro, se mecían suavemente, dialogando en voz baja. Oímos que comentaban lo de nosotros, o sea nuestro enamoramiento prematuro, mi padre dijo:
- ¡Qué problema
con nuestros hijos tan enamorados!
- Es por herencia
tuya y mía, le contestó mi madre.
- Más tuya que
mía, contraatacó papá. Soltaron la risa.
- Pensar que ya
están casados, comentó mami, no
lo puedo creer.
- ¡Cuentos! exclamó papi, eso fue un sainete de niños, y el cacique
también es bromista. Y eso del eclipse de luna… un mito, la luna no se mete en nuestras vidas.
Yo no podía conciliar el
sueño, suspiraba y lloraba. Y como solía recitar versos para dormirme, en esta ocasión se me vino el primer verso de
un poema y lo dije en voz alta creyendo que nadie me escuchaba:
- ¡Todos llevamos
en el alma un niño!
- Claro, comentó Nubia
desde su hamaca, el niño que tú llevas en
el alma es Samir.
Sentí una fruición muy dulce
al escuchar el nombre de Samir
pronunciado por mi hermanita y
le pedí que me lo repitiera. Nubia repitió:
Samir… Samir… Samir… Para mí era una
música, era un nombre divino (se necesita estar
enamorada). En esas protestó Jaime desde su chinchorro diciéndonos:
- ¡Dejen dormir, yo no llevo en el alma un niño!
- Sino una niña, le gritó Karin.
- ¿Qué niña? le preguntó Jaime, y lo que ansiaba era oír
pronunciar el nombre de su novia.
- Karin
repitió: Zulay… Zulay…
Zulay…
Así seguimos charlando y
bromeando fraternalmente hasta que
fuimos quedándonos callados y quedándonos dormidos. A media noche sentí que alguien se acercaba a mi
chinchorro en la oscuridad, me asusté al entrever a mi
lado la figura de una persona y le
pregunté:
- ¿Eres tú, Jaime?
- No soy Jaime. Soy Samir, tu esposo.
- ¿Qué haces tú aquí? le reproché alarmada, ¡Vuélvete para tu choza! ¿Cómo se te ocurre
venir a mi hamaca, solo y de noche?
- Tranquila,
vengo a contarte un secreto.
- ¿Qué secreto?
- Que mi papá no es mi papá.
- ¡Cómo así!
- Ni mi mamá es
mi mamá. Después te explico. Se inclinó, me
besó en la frente y se fue.
Quedé yo muda, pensativa y
temblorosa. Me levanté y caminando a tientas me dirigí a la
hamaca de mi hermano para contarle. Por el camino sentí que me llamaban: psss…creí
que era otra vez Samir, pero era Zulay, que había venido a decirle a Jaime lo
mismo, o sea que ellos dos no eran de
verdad hijos del cacique ni de la
cacica. Zulay también me besó en la frente, se dirigió a la puerta de la maloca y salió. Mi
hermano me dijo:
- ¿Por qué tenían
que venir a contarnos esto a media noche y no de día?
- Será que ellos en el día están muy vigilados, le contesté.
- ¿Que no son
hijos del cacique ni de la cacica? replicó Jaime.
Lo sospeché desde un principio.
Lo sospeché desde un principio.
- Bueno, dije, yo me
vuelvo a mi hamaca no vay se despierten las
niñas.
Amanecerá y veremos. Chao.
Volví a mi chinchorro, me tendí de nuevo y procuraba dormir; pero
imposible, eran demasiadas las impresiones del día. ¿Yo, Azucena, de 13 años y ya
casada…? ¿Y con Samir de 12? Esto parece un cuento de hadas. ¿Qué tal que lo lleguen a saber mis compañeras de colegio? Ellas tienen
que esperar hasta los 18 para casarse. ¿Mi hermano Jaime, también de 13, casado con Zulay de 12? Y los dos noviazgos no habían durado sino un par de
horas.
Y lo peor de todo: ¿No poder
yo convivir desde ahora y bajo el mismo techo con mi legítimo esposo? ¿Ni Jaime con Zulay? ¡Y solo por un agüero ridículo, dizque la
condición para vivir juntos es que se cumpla un eclipse de luna! Tonterías, un eclipse es una sombra, y una sombra no es nada.
¡Qué condición más absurda, pero la acataremos!
En esas me asaltó una idea
feliz, un chispazo genial, un plan delicioso, fantástico y romántico. Pero eso sí, muy arriesgado. Salté del chinchorro y corrí en
puntillas a decírselo a mi hermano. Cuando llegué a su hamaca, Jaime estaba
sentado en ella, pensativo, con los pies colgando, y me dijo:
- Como tú y yo
somos gemelos, se nos ocurren las mismas cosas en el mismo instante. Apuesto a
que tú estabas pensando lo mismo que yo estoy pensando ahora. Se puso de pie y me secreteó al oído:
- ¡Fuguémonos! ¡Fuguémonos con Samir y con Zulay!
Fue tanta nuestra emoción
por haber coincidido en pensamientos, que nos abrazamos y besamos apretadamente.
Tomados de la mano salimos en puntillas y nos dirigimos a la choza del cacique
para sonsacar a Samir y a Zulay, que estarían despiertos todavía, y escaparnos
con ellos. ¿Escaparnos para dónde? Ya lo veríamos.
Mientras caminábamos noté que nuestras sombras en el suelo no eran nítidas sino borrosas. Miré a la luna, y ¿qué veo?
Mientras caminábamos noté que nuestras sombras en el suelo no eran nítidas sino borrosas. Miré a la luna, y ¿qué veo?
- ¡Eclipse, eclipse! grité emocionadísima y le mostré a mi hermano.
Efectivamente, se iniciaba
un eclipse de luna. Ya una sombra negra y curva ingresaba en el blanco disco de la
luna llena. Volvimos a abrazarnos y besarnos apretadamente y se me saltaron las lágrimas.
- ¡Se cumplió la condición! exclamé gloriosamente.
- Ya no
dependemos de nuestros papás, afirmó Jaime.
Ni nuestros cónyuges dependen ya de los caciques.
- ¡Somos libres! añadí yo y saqué la siguiente conclusión:
- Ya no hace
falta que huyamos a escondidas porque estamos en
nuestro derecho. La condición era el eclipse de luna, y se cumplió.
nuestro derecho. La condición era el eclipse de luna, y se cumplió.
- Sin embargo, replicó Jaime, emprenderemos la fuga.
- ¿Pero fuga ya para qué, no ves que ya no hace falta?
- Será una fuga
legal, y ya no se llamará fuga.
- ¿Cómo se
llamará entonces? le pregunté.
- Se llamará…se llamará…Luna de miel.
- Se llamará…se llamará…Luna de miel.
En seguida Jaime, de pura
dicha, comenzó a bailar un bambuco, entonando nuestra romántica guabina:
Ven,
ven, niña de mi amor,
ven
a mi ranchito
que
te espera con ardor,
que
te espera con ardor.
Luego nosotros dos tomados de la mano revolábamos cantando:
Nuestro
viaje emprenderemos
de
la aurora al despertar,
y
ante la Virgen
bendita
nos
iremos a postrar.
Y a pedirle con fe viva
que bendiga nuestro hogar.
Y a pedirle con fe viva
que bendiga nuestro hogar.
Se acercaba el amanecer. En
esto salen de la cabaña del cacique
Zulay y Samir, que también habían visto el eclipse. Yo me abalancé hacia mi Principito,
nos abrazamos y besamos apretadamente, con dicha y lágrimas. Jaime abrazó y besó a su
Princesita, y también con dicha y lágrimas. Y nos dirigimos de gancho las dos
parejas hacia la maloca para recibir la bendición de nuestros padres. Ellos
confirmarían nuestro enlace con su aprobación. Íbamos haciendo caballitos…En
fin éramos niños y fiesteros. Yo repetí:
- Todos llevamos
en el alma un niño.
- Yo llevo una
niña, declaró Jaime, y la
llevo aquí en mi mano. Y apretaba y besaba la mano de Zulay. Yo apretaba y besaba la mano de Samir.
Llegamos a la maloca. Papá y
mamá, Nubia y Karin nos salieron a recibir disfrazados. Soltamos la
risa y nos apresuramos a reburujar en la bolsa de los disfraces para escoger
unas prendas. Las escogimos y nos disfrazamos, y disfrazamos también a Samir y
a Zulay. Ahora esto parecía un carnaval. Confiábamos en que a los pocos minutos
se presentarían los caciques; él con la flauta y ella con su canto, para
empezar nuestro baile de bodas. Pero…
Llegan cacique y cacica muy
serios y nos saludan de venia,
respondemos de venia. Habla el cacique:
- No cumplirse
condición para matrimonio. Luna llena no se ocultó por entero, faltó un borde
para entrar en sombra toda.
O sea, que había sido un eclipse parcial y no total. Mi padre, imitando
el dialecto del cacique, también sentenció en contra de nuestro matrimonio
diciendo:
- Hijos nuestros no tener todavía edad para pedir mano y casarse.
- Ni tener
bendición de sus papás, añadió mi
madre.
Se me vinieron las lágrimas.
A continuación los caciques les hicieron
una seña a sus hijos y se los llevaron para su real choza. Jaime y yo
nos abrazamos a llorar. Mi padre añadió:
- En todo buen
matrimonio el esposo debe ser de mayor edad que la esposa, pero aquí Azucena es mayor que Samir; no conviene.
- Papá, le objeté, tú eres menor que mamá. Mi madre sonrió
y aprobó con una venia.
- Además, insistió mi
padre, ustedes querían huir
clandestinamente, y esa no es garantía de felicidad. Mi hermano Jaime les
recordó:
- Papacitos,
ustedes se casaron a escondidas y han sido
muy felices.
- Para un
matrimonio serio y responsable, contraatacó papi, debe preceder también un noviazgo serio y responsable, o sea que
siquiera dure unos 6 meses.
- Papacitos, les dije, el noviazgo de ustedes duró solo una semana.
- Bueno, sentenció mi madre, somos cristianos, para la validez del
matrimonio se necesita un pastor o un cura.
- Mija, le objetó mi
padre, en esto sí permíteme que te
contradiga. Los que se casan son los novios con su consentimiento mutuo; el
cura es solo un testigo. Y donde no hay cura ni obispo ni pastor como en esta selva
amazónica, el testigo es el pueblo y el
sacerdote Dios.
- ¡Entonces sí estamos casados! grité yo entusiasmada, porque aquí en la selva no hay
cura ni obispo.
- Aguántate,
mija, cuando cumplas siquiera los 14; te falta solo
un año.
En esas entró a la maloca la mamá de las desnuditas
con sus dos niñas morenas y gemelas pero ahora vestidas con las prendas que
Nubia y Karen les habían regalado. Entró con ellas el indio a quien mi padre había llevado al puesto de salud,
venía restablecido y alegre. Nos traían un sancocho en cazuelas para tomarlo con cuchara de palo.
Jaime y yo, a pesar de
nuestra gran contrariedad y aflicción por el aplazamiento de nuestro
matrimonio, procuramos no ser aguafiestas, no entristecer el almuerzo con
nuestro mutismo y lágrimas. Supimos charlar y reír y participar del piquete amazónico.
Teníamos demasiada hambre, pues ni habíamos cenado anoche ni hoy desayunado. Por eso el sancocho nos
supo a gloria.
Al terminar el piquete Jaime
y yo lavamos los tiestos en la quebrada vecina y les dimos las gracias a la
mujer y al indio. Besamos a las niñas gemelas, y Nubia y Karin, además de
haberles regalado interiores, les
regalaron también exteriores, o sea
unos disfraces. Las nenas lloraban de la dicha.
- Ahora
desvístanse, nos ordenó mi padre.
- ¿Qué nos desvistamos…? ¿Aquí delante de las indias…?
- ¿Qué nos desvistamos…? ¿Aquí delante de las indias…?
- Quiero decir
que se quiten ya esos disfraces y se vistan como Dios manda, y seguimos el vuelo al Brasil.
- ¿Y por qué no
nos vamos disfrazadas? sugerí yo; en el Brasil ahora están en carnavales,
y todo el mundo anda disfrazado.
- Bueno, está
bien, aprobó mi padre.
Cuando nos dirigíamos al potrero de aterrizaje para
abordar la avioneta, empezaron a caer goterones, inmediatamente
regresamos a la maloca. Tronó un rayo terrible y se desgajó un aguacero
acompañado de un recio vendaval. Pero como el sol se estaba ocultando por el occidente, nos llegaban sus últimos rayos oblícuos y dorados.
En esas, en pleno chubasco, llegan los principitos pero casi desnudos, o
sea con la vestimenta de indígenas, que consistía en flecos de palma en la
cintura, nada más, y descalzos. Chorreaban agua, pero felices. Y, lo más
particular, ya no eran morenos sino blancos, el aguacero les había lavado la tintura
gris con que los indios los protegían
contra el sol y los zancudos. Jaime y yo nos secreteamos, yo le dije en voz
baja:
- Ahora sí que
menos parecen hijos de indios, mira el
color de la piel y mira esas facciones de europeos. Jaime añadió con
picardía:
- Y ahora ya no hace
falta buscar y ver un lunar en el brazo izquierdo para saber cuál es la niña. (Claro, ahora
ya lucían al aire los pechitos de Zulay).
De pronto a Jaime y a mí nos dio la ventolera de disfrazarnos con flecos de palma en la cintura, y como en la maloca se veían colgados por ahí unos cinturones de flecos, cambiamos nuestros disfraces de ciudad por vestimenta indígena, Nubia y Karin también, y salimos al potrero, a recibir la celestial ducha que nos caía desde las nubes. Tomados de la mano por parejas y haciendo caballitos correteábamos por la pradera enlagunada, felices y dichosos, cantando aquellos versos:
Lloviendo
y haciendo sol
son
las gracias del Señor.
En esto brilló y tronó un nuevo rayo fuertísimo que destrozó un cedro y nos tumbó al pasto, quedamos aturdidos, llorando de
angustia. Nos fuimos levantando poco a poco, y tiritando de frío y de
miedo nos dirigimos a la maloca. Al entrar nos acogieron nuestros padres
ofreciéndonos toallas secas (que venían con los disfraces) pero ¿qué sucedió? Que al
recibir las toallas sentíamos un corrientazo, porque la centella nos había electrizado,
aunque no electrocutado.
Pasó la tempestad, pero ni
pensar en alzar otra vez el vuelo en avioneta; el potrero estaba inundado, el
cielo encapotado y nosotros demasiado enamorados.
Jaime sacó a bailar a su princesa, yo a Samir, y previendo que tendríamos que
dejarlos en la selva, iniciamos aquel bolero tan sentimental y triste:
Nosotros, que fuimos tan sinceros
que desde que nos vimos
amándonos estamos.
Nosotros, que
del amor hicimos
un sol maravilloso,
romance tan divino.
Nosotros,
que nos queremos tanto,
debemos separarnos,
no me preguntes más.
Te juro que te adoro,
y
en nombre de ese amor
y por tu bien te digo adiós.
Como Jaime y yo éramos
gemelos, nos asaltó de pronto la misma corazonada, una locura juvenil: “Volarnos”…Y salimos corriendo hacia la avioneta,
yo llevando de la mano a Samir, Jaime a Zulay… Corríamos pantaneando por el potrero enlagunado. Mi
padre sospechó al momento que nos íbamos a fugar y quiso alcanzarnos y
detenernos pero se demoró poniéndose las
botas pantaneras que le quedaban demasiado ajustadas. Mientras tanto nosotros
abordamos la avioneta, las llaves del encendido estaban colgando en su lugar; me
senté en el puesto del piloto.
Como papá nos había enseñado
a manejar la avioneta, prendí el motor,
giró la hélice, la avioneta avanzó pesadamente, y seguimos navegando, la inundación casi
cubría las llantas. Imposible despegar, no podríamos tomar el suficiente
impulso. Segundo intento de fuga fracasado.
En esas vemos que Nubia y Karin vienen corriendo descalzas con
intención de oponerse a nuestro decolaje y se atraviesan en el pastizal delante
de nosotros. Naturalmente apagué, pero la avioneta siguió con el impulso… casi
golpeamos a las nenas. Ellas subieron rápido y se sentaron felices y dichosas.
Yo volví a prender, giró la hélice, y me dediqué a pasearlas por la laguna
improvisada. Las niñas rompieron a cantar, y no un bolero melancólico sino una alegre barcarola, porque les parecía estar
navegando en bote por el mar… La ilusión
es el alma de la vida.
Por fin se detuvo la avioneta,
nos bajamos y corrimos a la maloca. Abrazamos y besamos a papá y a mamá que
sonreían llorosos porque sospechaban que
nuestro intento de fuga había sido intencional y fríamente calculado. (Intencionalmente
sí; y fríamente también, porque había sido en plena lluvia fría).
- Pásenla por
inocentes, les dijimos.
- Que no se
repita esta chanza, dijo muy serio mi padre.
Había pasado la lluvia, las
dos parejas de adolescentes descalzos, de mano cogida y vestidos de flecos, resolvimos ir a pasear a pie por un senderito
del bosque. Sería un romántico paseo de
novios. Espontáneamente mi hermano y yo entonamos aquella
balada tan sentida:
¡Qué
bonito es amar,
qué
bonito es querer;
y
un amor encontrar
que
sepa comprender!
Nada
importa sufrir,
nada
importa llorar;
todo
tiene su fin,
solo
eterno es amar.
Se acabó el sendero, seguimos
caminando sueltos. Samir y Zulay nos conducían
por entre la maraña, no sabíamos hacia dónde nos llevaban ni con qué
intenciones. Penetrábamos malezas, se nos atravesaban bejucos colgantes,
cruzábamos arroyos cristalinos que rodaban entre musgo. Por fin llegamos a un lugar
medroso donde había ocurrido un accidente y ¿qué vemos? La oxidada chatarra de una avioneta; latas
retorcidas, asientos calcinados.
Samir nos invitó a encaramarnos encima de un ala de aluminio cubierta
de hojarasca, subimos y nos sentamos.
Zulay nos dirigió primero una mirada azul celeste pero humedecida por el
llanto, luego empezó:
- Aquí fallecieron
papá y mamá. Nuestra madre era judía, nuestro padre alemán. Como Hítler los
perseguía, se refugiaron con nosotros dos, mellizos, en este rincón del mundo de la selva
amazónica. Samir completó:
- Mi padre alemán
les enseñó a los indios a refinar la corteza de un árbol para elaborar quinina, y el gobierno de Colombia clandestinamente le
pagaba este servicio a mi papá. Temiendo que los espías de Hítler nos
descubrieran y nos mataran, nuestros padres nos confiaron a la custodia de
estos buenos caciques, que son ahora nuestros padres adoptivos. Zulay volvió a
tomar la palabra y dijo:
- Al fin los espías nazis se informaron de la
existencia y negocios de nuestros padres, y un día en que mi papá regresaba del
Brasil piloteando esta avioneta en
compañía de mamá, le dispararon y la derribaron. Además de morir en el
accidente, se quemaron por el incendio de la avioneta. Samir completó la narración:
- El cacique dice
que los indios recogieron los cadáveres y los sepultaron en un lugar secreto y
remoto de la selva que ni ellos mismos ahora reconocen. Quedaron perdidos para siempre.
- ¿Por qué
ustedes tienen esos nombres tan bonitos de Zulay y Samir?
- Nuestros padres
nos buscaron esos nombres que no parecieran judíos ni alemanes. Decían que eran
nombres persas, sacados de “Las mil y
una noches”.
- ¿Qué idiomas
saben ustedes?
- Hebreo, alemán,
español y portugués. Y algo de indígena.
- ¿Este sitio
donde estamos pertenece a Colombia, al Perú o al Ecuador?
- Probablemente
al Brasil, la selva es enteriza, sin fronteras. Mi papá decía que las fronteras las inventaban los hombres. Vámonos ya, ¿les parece?
Bajamos del ala del avión
donde nos habíamos sentado y nos disponíamos a regresar por entre la maleza,
porque no había camino. Yo le tenía fastidio a ese regreso por entre el bosque;
otra vez espinas, otra vez rasguños, otra vez maraña, bejucos, raíces y quizás
serpientes venenosas.
- ¿Tenemos que
volver por donde vinimos? les pregunté.
- Hay otra vía, contesto Zulay,
pero acuática. Tendríamos que salir a pie a un brazuelo del Amazonas y
por ahí navegar hasta una ciénaga y entrar de nuevo a nuestro caserío.
- ¿Navegar en
qué?
- A caballo en un
tronco de palma.
Jaime y yo preferíamos no regresar
por donde habíamos venido sino ensayar la otra vía, la del brazuelo del
Amazonas. Y empezamos a abrirnos paso por entre malezas. Entonces recordé
aquellos versos:
Caminante,
no hay camino,
se
abre camino al andar.
- Tengo sed, dijo
mi hermano.
- Aguántate, le dije, aquí no hay agua.
- Sí hay agua, replicó Samir, pero agua vegetal, de un bejuco.
Dicho esto Samir y Zulay empezaron
a echar ojo a lado y lado a ver si daban con el tal bejuco, de pronto
exclamó Samir: ¡Véanlo!
Era una liana colgante. Samir se acercó a ella y empezó a morderla a puro diente. De pronto salió un chisguete de agua limpia. Samir bebía con gusto de esa agua. Pasamos luego los demás, por turno, a beber. El sabor era como de agua de manantial. Samir pasó a tomar agua por segunda vez. Pasé yo nuevamente al chorrito, no tanto porque tuviera sed, sino porque tenía una ilusión secreta: suponía yo que si bebía del sobrado de Samir se me volverían los ojos azules... (Ja ja, se necesita estar enamorada).
- Los indios nos enseñaron, declaró Samir, nos enseñaron a conocer este bejuco y a distinguirlo de otro llamado "yagé", que produce un jugo estupefaciente.
- Los indios nos enseñaron, declaró Samir, nos enseñaron a conocer este bejuco y a distinguirlo de otro llamado "yagé", que produce un jugo estupefaciente.
A continuación reemprendimos
la marcha por el bosque abriéndonos camino.
Pero se presentó otro problema: me sangraba un pie. Me senté en el suelo a
mirarme la herida. Zulay la examinó de
cerca y dijo:
- Ya te traigo el
remedio.
Vimos que la niña buscaba
algo entre los matorrales, ¿qué buscaría?
Por fin encontró una telaraña color gris-plateado, la desprendió del
chamizo y la trajo. Se acurrucó y me la
aplicó en la herida; la sangre se estancó.
- Aguardemos que cuaje, añadió Zulay.
Pasados unos minutos vimos
que la telaraña se había convertido en una costra protectora sobre la herida,
ya podíamos reanudar la marcha, y la reanudamos. Caminábamos en silencio. De pronto brilló la
superficie del río, habíamos llegado al
Amazonas, aunque no al cauce principal sino a uno de los brazos, un brazuelo de
unos 20 metros
de anchura. No fue difícil encontrar un tronco de palma en el que íbamos a
cabalgar, pues los indios suelen dejar esos troncos a la orilla para
utilizarlos como flotadores.
Empujando entre todos
hicimos rodar un tronco hasta echarlo al agua y nos montamos a caballo en él, provistos
de palos como remos. Íbamos remando y charlando. Entre otras cosas nos contó Samir:
- A papá le oímos
decir una vez que existe un brazo del Amazonas llamado Casiquiare, que comunica el Amazonas con el Orinoco, y que por ahí se puede pasar a Venezuela y salir por último al Océano Atlántico.
- ¡Genial, exclamé yo entusiasmada con semejante revelación, escapémonos por ese brazo y no paremos hasta desembocar en el Océano. Samir
soltó la risa y dijo:
- También decía
mi papá que de aquí al Atlántico por ese
camino hay más de cuatromil kilómetros. Dejémonos de pensar en huir tan
lejos. Además, por allá nos puede perseguir Hítler y
matarnos.
- Mi amor, le aseguré, Hítler murió hace años, la guerra ya pasó, ya
no hay que temer más persecuciones.
Después de remar durante más
de una hora el brazuelo del río se acabó, terminó en unos juncales, y el agua
no corría en ninguna dirección. ¿Qué había sucedido? Que ese brazuelo ya no se comunicaba con el
río por ninguno de sus extremos, el río había cambiado de cauce, lo cual es muy
frecuente en los ríos de llanura; dejan
abandonadas en la selva largas curvas de
agua que pueden medir kilómetros. ¡Qué
chasco! Fracasó por tercera vez nuestro intento de fuga.
Con gran pesar y vergüenza
tuvimos que renunciar al proyecto de fugarnos, las dos parejas de adolescentes.
¡Y pensar que aspirábamos a recorrer 4.000 kilómetros
de Orinoco a caballo en un tronco de palma y llegar hasta el Atlántico, y
quizás hasta Europa, según me
imaginaba! Dejamos en la orilla el
tronco flotante que nos sirvió de trasporte fluvial y nos iba a servir de trasatlántico.
Y tuvimos que regresar a pie
por otro camino mucho más largo, y ahora la víctima fue mi hermano Jaime, a
quien picó una abeja en un hombro desnudo.
- No hay mal que
por bien no venga, comentó Jaime. Yo
venía sufriendo de una neuralgia en ese
hombro, y ya esa neuralgia desapareció, o sea que la picadura de abeja me
sirvió de acupuntura.
A la maloca regresamos
rendidos, hambrientos, sedientos y avergonzados. Nuestros padres nos acogieron con cariño y comprensión;
sin embargo…
- ¿Se puede saber
en dónde andaban? Preguntó muy
serio mi padre.
- Después te
explico, respondió mi hermano.
- ¿Y qué andaban
haciendo? preguntó mi madre.
- Después te
explico, respondí yo, toda llorosa y
apenada, y en seguida me arrojé a sus brazos suplicándole:
- ¡Mamá perdóname, y perdona también a Jaime, fuimos
locos!
- Tranquila hija,
respondió
mi madre, tranquila que yo también fui niña loca y enamorada.
- Podeis ir en paz, dijo mi padre, pero si se vuelven a escapar, procuren
no salirse del Trapecio Amazónico de Colombia. Soltamos
la risa.
Como no teníamos mudas para
cambiarnos, volvimos a disfrazarnos. En esas oímos y vemos cruzar por el cielo un
helicóptero de los guardabosques. Tenía
pintada, ya muy borrosa y desteñida, la
cruz gamada, insignia de Hítler. No
le habían borrado esa ignominia.
Eso que ven Samir y Zulay, y se vuelan para su rancho a
esconderse, porque recordaron que así era la cruz que mostraban los autogiros nazis, autogiros que sobrevolaban las selvas
buscando judíos, y buscando también alemanes disidentes que no querían ir a la
guerra.
Jaime y yo corrimos a la choza
del cacique a buscar a Samir y a Zulay. Se habían escondido en el zarzo y habían retirado la escalerilla para evitar sospechas.
- ¡Bájense y nos vamos! les grité.
- ¿Nos vamos para
dónde? preguntó Zulay
- Para el Brasil con papá y mamá y nosotras,
le respondí.
Jaime y yo sabíamos que ya
ese miedo a Hitler no tenía razón, que ya no era probable una nueva persecución
por parte de los nazis. Que no peligraban los niños si se quedaban con el
cacique en la selva. Pero quisimos
aprovechar ese miedo para convencerlos de que aceptaran venirse con nosotros. (Mis padres también podrían
adoptarlos como hijos, pensaba yo para mis adentros). Se bajaron del zarzo, nos abrazamos y nos
besamos; temblaban de miedo, y fuimos a
dialogar con el cacique, le hablé así:
- Señor cacique, niños
tener miedo a nazis; nosotros llevarlos
a Brasil. El cacique respondió:
- Llevarlos pero traerlos.
- Despídanse, les dije a los niños.
Samir y Zulay les hicieron
una venia a sus padres adoptivos y se vinieron con nosotros hacia la
maloca. En la maloca mis padres y mis hermanas ya estaban listos para el viaje. En el potrero había menguado la inundación.
- Adelántense a
la avioneta, nos dijo mi padre, mientras
Alicia y yo vamos a despedirnos del
cacique y a darle las gracias por el hospedaje en la maloca.
Papá y mamá se dirigieron a
la choza de los caciques, nosotros al potrero de aterrizaje. Abordamos la avioneta y
nos acomodamos en los asientos. Samir y Zulay observaban todo con esos ojos
turquesas. Como papá y mamá se demoraban, se me ocurrió poner a calentar el
motor, me senté en el puesto del piloto, le di vuelta a la llave del encendido, y ¿qué sucedió?
Que no solo prendió el motor
sino que arrancó la avioneta, yo inmediatamente quise apagar pero se trabó la
llave, y la avioneta aceleraba por el potrero…¡Al final nos esperaban unos árboles, no había más
remedio que despegar y alzar el vuelo… y lo alzamos! Mis hermanitas se santiguaron, Samir y Zulay
observaban por las ventanillas. Jaime se levantó del puesto y se me vino de
copiloto; me aconsejó al momento:
- El todo es no perder
de vista el Amazonas ni el potrero, porque nos despistaríamos.
- Échale ojo al
caserío, le pedí yo, para que no se nos
confunda con otro. ¿Cómo vamos de gasolina?
- Regular, contestó Jaime.
Desde el aire avistamos un gran
barco de guerra que remontaba el
Amazonas. Era un portaaviones japonés, pero sin aviones, la cubierta vacía.
- Intentemos aterrizar en ese barco, me sugirió
Jaime.
- Lo intentaré, le respondí y
accioné el timón de profundidad…
La avioneta bajó bruscamente,
Samir y Zulay gritaron del susto. Nubia y Karen lloraban. Jaime se salió del asiento porque no se había
abrochado bien el cinturón. Yo maniobré lo mejor que pude y aterricé en el
borde del portaaviones… recorría la
pista...recorría la pista…se acortaba la pista…no pude apagar y se acabó la
pista, la avioneta salió por la otra
punta del barco y ascendió a los cielos. Respiramos. El problema consistía en
que se había trabado el acelerador.
- Déjame
pilotear, me pidió Jaime. Nos cambiamos.
Jaime intentó repetir la maniobra de aterrizar en la cubierta
del barco, pero recibimos una ráfaga de ametralladora que
perforó nuestras alas; pensarían que llevábamos droga. No había manera de sacar
bandera blanca. ¿Cómo darles a entender
que éramos gente de paz? Se me ocurrió
soltar una descarga de la fumigación de fertilizantes; disparé una blanca neblina que cubrió el barco. Claro, esa era la mejor
señal de que éramos gente de paz. Dejaron de bombardearnos.
De pronto la avioneta empezó
a descender…a descender… comprendimos que debido a las perforaciones. Acuatizar
en el río sería suicidarnos, arborizar en la selva lo mismo, el potrero estaba
lejos.
- ¡Caigámosle otra vez al barco! le aconsejé a Jaime, y aterrizamos de nuevo en la cubierta y ahora sí pudimos apagar y detenernos. ¡Qué dicha, respiramos tranquilos!
- ¡Caigámosle otra vez al barco! le aconsejé a Jaime, y aterrizamos de nuevo en la cubierta y ahora sí pudimos apagar y detenernos. ¡Qué dicha, respiramos tranquilos!
Inmediatamente se nos
acercaron unos marineros de uniforme blanco y cuello azul y nos indicaron que bajáramos de la avioneta. Una vez que
estuvimos en tierra, digo en cubierta, dos de ellos entraron a la cabina para requisar.
Un marinero nos preguntó algo en un
idioma que sería ruso, japonés o irlandés. Quedamos perplejos, sin entender
nada. Llamaron a otro marinero que nos habló en otro idioma, tampoco entendimos. Llamaron a otro…llamaron a otro…
Por fin el último nos reclamó diciéndonos:
- ¡Os papéis! y nos
tendía la mano derecha como exigiendo algo.
Interpretamos que quería
decir Los papeles. Jaime subió a la avioneta y sacó los documentos de propiedad y la licencia de navegación aérea.
El marinero los recibió y se retiró con ellos probablemente para enseñárselos al Capitán del barco. Los demás marineros nos miraban
con simpatía; éramos niñas y niños, y todos disfrazados; les caímos en gracia. Nos
invitaron a entrar al portaviones y nos acompañaron hasta dejarnos en la
oficina del Capitán, quien sabía español.
El Capitán nos saludó con una venia y nos invitó a sentarnos. Nos sentamos en
semicírculo delante de su escritorio. Empezó diciéndonos:
- Cuéntenme, por favor, su aventura.
Jaime comenzó:
Jaime comenzó:
- Mi papá es
fumigador de arrozales. Íbamos en vuelo hacia el Brasil, pero se nos presentó una emergencia en el vuelo y
tuvimos que aterrizar en un potrero de la selva.
- ¿Cuál fue la
emergencia en el vuelo? preguntó el Capitán.
Jaime y yo nos miramos perplejos,
nos daba vergüenza pronunciar cierta
palabrita delante del Capitán, a
mí se me subieron los colores a la cara. Por fin me atreví a confesar:
- Porque a mi
hermana menor le dieron ganas de hacer chichí.
- ¿Qué es chichí? preguntó muy serio el
capitán.
- Chichí es…titubeé yo.
- Chíchí es…titubeó Jaime.
- Es ir al baño, afirmó resueltamente Karin,
y nos libró de angustias.
- Está bien, respondió el Capitán, ¿y después de aterrizar qué pasó?
- Está bien, respondió el Capitán, ¿y después de aterrizar qué pasó?
En esas llegó un maromero,
digo un marinero, con una bandeja y vasos de limonada. El capitán nos invitó
a tomar el refresco. Alzamos los vasos y
empezamos a beber…No era simple limonada sino un coctel con vodka llamado
caipiriña en Brasil. No podíamos
hacer un desaire y lo bebimos todo. A los pocos segundos Nubia y Karin
empezaron a cabecear…
El Capitán le hizo una seña a un marinero y este salió de la oficina y volvió enseguida acompañado de dos enfermeras de blusa blanca y cofia en la cabeza. Las enfermeras alzaron en brazos a las niñas y se las llevaron, probablemente a un camarote. Yo continué la narración y dije:
El Capitán le hizo una seña a un marinero y este salió de la oficina y volvió enseguida acompañado de dos enfermeras de blusa blanca y cofia en la cabeza. Las enfermeras alzaron en brazos a las niñas y se las llevaron, probablemente a un camarote. Yo continué la narración y dije:
- Después de
aterrizar en un potrero de la selva fuimos a la maloca de unos indios. Allá comimos, allá dormimos, y
hoy continuamos el vuelo al Brasil, pero se trabó el acelerador de la hélice, quedó hundido
y no podíamos aterrizar.
- ¿Por qué
intentaron aterrizar en nuestro barco?
- Para ver si
podíamos apagar el motor.
- ¿Por qué no
siguieron volando?
- Porque ustedes
nos dispararon y nos perforaron las alas.
- ¡Qué pesar,
creíamos que eran del narcotráfico, disculpen! Les repararemos el daño,
nuestros mecánicos arreglarán los desperfectos. Tranquilos, pero no sabemos
cuánto tiempo se invertirá en las reparaciones.
- Muchas gracias, Señor Capitán, le dijimos. El Capitán todavía nos preguntó:
- ¿Por qué están
disfrazados?
- Porque estamos
en Navidad.
- Este barco es
solo para víctimas de guerra.
- Señor Capitán, le dijo Samir, mi hermana y yo somos huérfanos. Hítler
mandó matar a mi madre porque era judía, y a mi padre alemán porque desertó de la guerra.
- Entonces el
barco es de ustedes, bienvenidos. Pueden pasar al vestíbulo, el edecán los
guiará. Nos despedimos del Capitán con una venia y nos retiramos.
- ¿Qué será vestíbulo?
me
preguntó Jaime por el camino. Le
respondí:
- Debe ser un vestier
para vestirse y desvestirse.
Nos condujeron a un salón
donde resonaba música movida y donde una pandillita de niñas y de niños, también disfrazados, bailaban de lo lindo. De pronto una pelada prendió a Samir por
la cintura y quería obligarlo a bailar.
- ¡A Samir no me lo quita nadie! dije para
mis adentros, toda celosa. Me
acerqué a Samir y le dije al oído: ¡Usa tus poderes!
Los poderes de Samir
consistían en que tenía una fuerza especial en esos ojos verdes y con mirar
fijamente a una persona la dormía.
Samir aceptó bailar pero miraba fijamente a la pelada. Ella inclinó de pronto la cabeza, Samir la condujo
a una poltrona y la sentó, y allí quedó
ella hipnotizada. Yo me alegré. Samir se me vino y me invitó a bailar.
Bueno, ¿por qué unas veces
hablo de ojos azules y otras de ojos verdes?
Porque tal es la propiedad del
color aguamarina, que unas veces
parece azul y otras verde; como el mar, que cambia de colores. Nos mezclamos
con los demás niños y niñas que bailaban locamente. Muchos querían bailar con
Zulay, pero Jaime no la soltaba, ni ella se
apartaba de su lado.
En esas nos acordamos de
nuestros padres, que estarían esperándonos
en el potrero de aterrizaje; quizás mamá
lloraba pensando que nos habíamos accidentado. Como Jaime y yo éramos mellizos,
casi siempre se nos ocurrían las mismas cosas en el mismo instante. Corrimos a
la oficina del Capitán. Jaime de la mano de Zulay, yo de la mano de Samir.
- Señor Capitán, le dije, ¿no habrá manera de comunicarnos con
nuestros padres? Ellos están con un cacique en la selva, y allá no hay
teléfono.
El Capitán sugirió:
El Capitán sugirió:
- Una manera
sería por medio de algún amigo de
ustedes que tenga avioneta y vaya por ellos. ¿Quién es el mejor amigo de
ustedes?
- Papá Noel,
respondí. El Capitán soltó la risa y dijo:
- Ese amigo no
nos sirve. Papá Noel es un personaje legendario, inexistente, de cuentos
infantiles. Necesitamos un amigo de
carne y hueso.-- Papá Noel es de
carne y hueso, le respondí, lo
podemos localizar, sabemos de memoria su teléfono: 342 25 14
Los marineros que
acompañaban al Capitán hacían esfuerzos para no reírse. El Capitán acercó el
teléfono y marcó: 342 25 14. Pasados unos segundos llegó la respuesta, no solo al teléfono
del Capitán sino también a los bafles públicos que colgaban en la pared, y
se oyó en voz alta:
- Aló, a la orden,
le habla Papá Noel, ¿con quién tengo el honor?
- Con el Capitán
de un barco portaaviones que remonta el Amazonas. ¿Usted conoce por casualidad
a los niños Jaime y Azucena?
- Sí señor Capitán, conozco a esos niños, y no por
casualidad sino porque son mis sobrinos.¿Dónde se encuentran esos niños?
- Aquí en mi
barco en el Amazonas. Por favor véngase
en su avioneta, le doy las coordenadas de nuestra posición geográfica para que
nos localice. Apunte por favor en su libreta:
latitud sur 5 grados, porque estamos casi
sobre la línea equinoccial o sea muy cerca del ecuador
terrestre.
- Longitud
occidental 65 grados, continuó el Capitán; 13 minutos, 48 segundos.
A lo cual contestó Papá Noel:
- No tengo avioneta sino helicóptero. Salgo ya para
ese sitio, pero antes quiero hablar con los niños, pásemelos
por favor al teléfono.
Jaime y yo
corrimos a un micrófono y hablábamos atropelladamente:
- ¡Tío Noel,
buenos días, aquí la estamos pasando cheverísimo, el Capitán es un amor!
El tío Noel respondió:
- Pásenme a Wilson, si está por ahí cerca.
El tío Noel respondió:
- Pásenme a Wilson, si está por ahí cerca.
- Mi papá está
lejos, le contesté, donde unos indios en la selva, es largo de contar. Véngase y aquí en el
barco le contamos todo. Y tráiganos hartos bombones y caramelos porque aquí hay
muchas niñas y muchos niños que quedaron sin padres en la guerra.
- ¿Por qué ustedes viajan en un barco de guerra?
- Era de guerra
pero ya no es, ahora está convertido en colegio flotante y fluvial, para educar
a niños huérfanos.
- Ya salgo para allá, pero antes debo tanquear y llenar la bolsa de caramelos. Tendré que hacer escalas por el
camino, así que tardaré horas. Mucho juicio, adiós.
Volvimos a donde el Capitán del barco.
Volvimos a donde el Capitán del barco.
- Gracias Señor Capitán, le dijimos. ¿Y esta noche dónde
dormiremos?
- Si desean, en
el dormitorio corrido de niños y niñas, pero tenemos un problema con el aire acondicionado. Así que mejor duerman a la intemperie, en la cubierta del barco, abanicados por la brisa del río.
- ¡Preferimos en la cubierta! exclamamos, nunca
hemos dormido en una cubierta descubierta. Primera vez que montábamos en
barco.
Nos despedimos del Capitán y regresamos al salón felices y dichosos. Yo de gancho con Samir, Jaime de gancho con Zulay, y en trayecto nos dábamos besitos; era nuestro paseo de luna de miel.
Nos despedimos del Capitán y regresamos al salón felices y dichosos. Yo de gancho con Samir, Jaime de gancho con Zulay, y en trayecto nos dábamos besitos; era nuestro paseo de luna de miel.
En el salón ya había pasado el baile infantil y estaban presentando fonomímica y dramatizaciones en el escenario. Un grupo
de sardinas carialegres en trajes de
seda de preciosos colores y batiendo abanicos andaluces de conchanácar, interpretaba el pasodoble:
Ni
se compra ni se vende
el
cariño verdadero;
no
hay en el mundo dinero
para
comprar los quereres…
Terminado el pasodoble
resonaron los aplausos. En seguida salieron del camerino unas porristas muy bellas y ágiles agitando pompones, corriendo, brincando, dando saltos mortales,
luciendo lindos brazos y lindas piernas,
y empezaron a realizar su rutina, o
sea una bellísima diversidad de movimientos rítmicos y
artísticos. Formaron dos grupos separados
para lanzar a dos niñas a lo alto, o sea catapultarlas.
Y esas dos niñas eran Nubia y Karin. A la una, a las dos, y alas tres, las dos niñas volaron hacia el
techo, abrieron y cerraron piernitas y cayeron en brazos de las otras. Aplaudimos y gritamos.
Toda la mañana se nos fue en
representaciones teatrales. De pronto sonó un carillón invitando al almuerzo,
acudimos en alegre camaradería. Éramos 25 niñas y 25 niños. Estando
en el almuerzo toqué yo mi vaso golpeándolo con una cucharita, se callaron
todos, me puse de pie y les dije:
- Amigas y
amigos, tengo el gusto de informales que hoy nos visitará Papá Noel en persona,
y lloverán dulces del cielo. Tan pronto escuchen el motor de un autogiro,
favor subir todos a cubierta. Aplaudieron y
gritaron.
- ¡Oigan, oigan
gritó alguno, ya
suena el autogiro!
Sin terminar el almuerzo
salimos en desbandada y subimos a cubierta. Venía el helicóptero, todos
gritábamos y aplaudíamos, las niñas brincaban y brincaban. El aparato se
estacionó a unos 15 metros de altura. Suspenso, expectativa…
De pronto vemos que del
autogiro va descendiendo, colgada de un cable, una gran bolsa transparente, llena de bombones, caramelos y chocolatinas. Arreció la gritería.
Entendimos que era una piñata. Un
marinero nos facilitó un bate de béisbol. Jaime lo agarró a dos manos y sin esperar a que le vendaran los ojos, le dio un
garrotazo a la bolsa, la despedazó y
llovieron dulces…
Mientras toda esa
chiquillería gateaba recogiendo caramelos a dos manos, el autogiro aterrizó en
un extremo de la cubierta y salió Papá
Noel. El Capitán había subido por la
curiosidad de entrevistarse con un Papá Noel de carne y hueso. Se saludaron los
dos personajes, carialegres, y conversaban chanceándose.
Jaime y yo y mis dos
hermanitas y Samir y Zulay nos acercamos
inmediatamente y saludamos a mi tío Noel
de beso y abrazo. Los demás niños y niñas se
admiraban de nuestra familiaridad y también se atrevieron a besar a
nuestro tío, el cual, después de que saludó a todos, les dijo:
- Misión cumplida, podeis ir en paz.
- Demos gracias a Dios, gritaron todos y corrieron otra vez para el salón, digo para el comedor,
porque no habían terminado de almorzar.
Cuando quedamos solos en la
azotea del barco, junto al helicóptero, Papá Noel nos dijo, delante del Capitán:
- Mis queridos
sobrinos Jaime y Susi, Nubia y Karin, les traigo una sorpresa, mejor dicho dos
sorpresas, aquí están... Se abrió la portezuela del helicóptero y salieron papá
y mamá. Corrimos a besarlos y abrazarlos llorando de felicidad.
Como Papá Noel ya nos había
visitado en la selva cuando nos llevó
los disfraces, él ya conocía ese sitio sin necesidad de que le dieran
las coordenadas para orientarse. Tan pronto le dijimos por teléfono que nos
trajera dulces, él pensó: lo más dulce es
la madre, y resolvió, en su vuelo hacia el barco, hacer una escala en el
caserío de los indígenas y recoger a nuestros padres. Mamá besó con cariño a
Samir y a Zulay y les dijo:
- De ahora en
adelante, mi esposo y yo seremos los
padres adoptivos de ustedes.
- ¡Y nuestros suegros! gritamos Jaime y yo soltando la risa y nos
lanzamos a abrazar y besar, yo a Samir, Jaime a Zulay. La dicha es fácil.
Era un secuestro de amor, y
un secuestro al revés, ¿Cómo así? Pues
que un secuestro ordinario consiste en sacar gente de la ciudad y llevarla al
monte, y aquí era lo contrario: sacábamos niños del monte para llevarlos a la
ciudad. El Capitán les dijo a mis padres:
- La avioneta de
ustedes no está reparada todavía, los invitamos a permanecer con nosotros en el
barco hasta mañana. Aplaudimos y gritamos.
Mis padres agradecieron y
aceptaron la invitación; de todas maneras no podíamos reemprender por ahora el
viaje al Brasil. Papá Noel se despidió del Capitán, de mis padres y de
nosotros, subió al helicóptero y alzó el vuelo por encima del río y de la selva…Lo
vimos empequeñecerse y desaparecer.
Esa tarde la empleamos en
conocer todas las dependencias de lo que había sido un portaaviones japonés de
la segunda guerra mundial. Portaaviones de 300 metros de longitud,
o sea tres cuadras de barco. Ahora estaba convertido en un colegio especial,
ultramoderno. Era una ciudadela de niños, ciudadela aislada de toda otra ciudad,
porque si estos niños volvieran a sus respectivas patrias, serían inficionados por de las ideas y ambiciones de todos los adultos, y
con seguridad el día de mañana estos jóvenes declararían la tercera guerra mundial.
La coordinadora de los eventos
infantiles nos invitó
a participar en la función de la noche, y aceptamos. Nosotros, los
recién llegados al barco, presentaríamos un show muy simpático y exótico.
Se llegó la hora de la
función. Subió al escenario Samir, cuyos ojos verdes tenían el poder de dormir a
una persona. Pidió una voluntaria; subió una quinceañera, se sentaron frente a
frente. Samir empezó a mirarla… A los
pocos segundos la chica dobló la cabeza y
se durmió. Aplausos y gritería. Llegaron dos enfermeras con una camilla
y se llevaron a la muchacha para el camarote, pero antes la pasearon por la
platea del teatro, donde sus compañeras le hacían cosquillas y la pellizcaban para despertarla,
pero no se despertó.
Samir pidió ahora que subieran
diez voluntarias al escenario. Subieron
diez chiquillas y se colocaron de pie contra la pared del fondo,
mirando al público. El Capitán subió a la tarima y prometió regalar una
bicicleta para la niña que no se dejara dominar del sueño. Samir fue paseando la
mirada por enfrente de las niñas, y cada niña iba cayendo…y el público
aplaudiendo. Por último Samir fijó su vista en los ojos del Capitán, y el
capitán se vino al suelo. Resonaron los aplausos.
A continuación subió Zulay
al escenario. Los ojos de Zulay tenían
la facultad de atraer hacia sí a una persona. La sentaron en una silla y le
vendaron los ojos; y en frente, a una distancia de unos 6 metros , sentaron a Nubia
en una silla de ruedas, pero la niña con los brazos cruzados para que no se
impulsara ella misma. A la una, a las dos, y a las tres: quitaron la venda de los ojos de Zulay, la cual fijó los ojos en los de Nubia, e
inmediatamente Nubia empezó a rodar con
silla y todo hasta que las dos sillas se estrellaron. Aplausos y gritería.
Terminada la función de la
noche oímos una música, era la señal para subir a la terraza del barco. Los
astrónomos habían anunciado para esa noche una lluvia de estrellas. Estábamos todos acostados en el piso, bocarriba,
mirando al firmamento. De pronto empiezan a cruzar por el espacio negro unas ráfagas brillantes y doradas en todas
direcciones y en silencio…¡Qué belleza!
Nos fruncíamos pero no de miedo sino de sorpresa y de alegría. Una
profesora explicó:
- Las llaman estrellas fugaces
pero no son estrellas; son
fragmentos de astro que viajan a gran velocidad por los espacios vacíos,
y al entrar en la atmósfera terrestre se incendian por el calor del rozamiento.
- ¿Por qué no hay
lluvia de estrellas todas las noches? preguntó una niña.
- Solo hay lluvia
cuando la Tierra en su recorrido
anual atraviesa una zona por donde
viajan aerolitos o restos de un cometa.
La visión de las estrellas
fugaces duró una media hora. La
profesora concluyó diciéndonos:
- Niñas y niños:
si les gustó el espectáculo celeste, démosle un aplauso al Inventor.
¡Pla, pla, pla! resonaron los aplausos. El Inventor era Dios.
¡Pla, pla, pla! resonaron los aplausos. El Inventor era Dios.
Bajamos al dormitorio, un
gran salón; parecía un archipiélago de colchonetas de diversos colores y
tamaños. Cada niño y cada niña rezó en su idioma y nos tendimos sin cobijas; la cobija era el clima tropical de 40 grados a la sombra. A media noche Jaime comenzó
a cantar dormido y lo traicionó el
subconsciente, pues como dicen, "De lo
que hay en el corazón habla la boca". Jaime
entonaba aquella idílica balada:
Princesita,
la de ojos azules
y labios de grana;
mariposa
de lindos colores,
florecita
de alegres mañanas...
Se despertaron mis hermanas
y se despertaron otras niñas y escuchaban la canción admiradas, y una niña preguntó:
- ¿Por qué cantará
ese niño dormido?
- Porque está
enamorado, le respondí.
- ¿Enamorado de
quién?
- De Zulay
- ¿Quién es
Zulay?
- Es la niña de
ojos verdes que anoche arrastró a Nubia con todo y silla, y solo con la fuerza
de su mirada.
Otra niña me preguntó:
Otra niña me preguntó:
- ¿Tú también estás enamorada?
- También.
- ¿Y tu amor
también es de ojos verdes?
- También, es el
hermano gemelo de Zulay y se llama Samir. Es el niño que anoche durmió a diez
niñas y durmió también al Capitán. Sonreímos.
- Cántale un
bolero a Samir.
Yo le canté más bien una ranchera:
Yo le canté más bien una ranchera:
Aquellos ojitos verdes
¿con quién se andarán paseando?
Ojalá
que me recuerden
aunque
sea de vez en cuando.
- Son canciones
antiguas, comentó una chica, ¿Ustedes no saben canciones modernas?
- Las modernas también se harán antiguas.
- ¿Y ustedes por
qué se quieren tanto? preguntó desde su
colchoneta otra niña.
- Porque venimos en paseo de luna de miel, estamos recién
casados.
- No lo puedo
creer, tú tendrás máximo 13 años.
- Mahatma Gandhi
se casó de 13 años, le contesté, y por eso llegó a ser un gran personaje.
- ¿Dónde te
casaron de 13 años, para ir yo también
a que me casen?
- Nos casamos en
la selva, con ceremonia de indígenas, que no necesitan sacerdote ni obispo ni pastor. Solamente se necesita un eclipse
de luna.
Muchos niños y muchas niñas
se habían despertado y charlaban en francés, inglés, italiano, alemán, según las
naciones de donde procedían. Todos eran huérfanos de padre y madre, los papás habían
fallecido en bombardeos de la segunda guerra mundial.
Guerra que duró más de 5 años y en la que murieron 50 millones de personas. Y fue desatada por un solo hombre, Hítler, el cual acabó suicidándose. Ha debido suicidarse antes de empezar la guerra, y así habría muerto solamente un loco esquizofrénico, y no 50 millones de personas, mujeres, niños y ancianos. Mejor dicho, Hitler no ha debido nacer en este mundo.
Guerra que duró más de 5 años y en la que murieron 50 millones de personas. Y fue desatada por un solo hombre, Hítler, el cual acabó suicidándose. Ha debido suicidarse antes de empezar la guerra, y así habría muerto solamente un loco esquizofrénico, y no 50 millones de personas, mujeres, niños y ancianos. Mejor dicho, Hitler no ha debido nacer en este mundo.
Ya iba amaneciendo, ya
estábamos todos despiertos y fuimos levantándonos, unos a bañarse en ducha,
otros en la piscina del barco y otros a navegar en canoa por el Amazonas.
Fuimos a saludar de beso y abrazo a papá y a mamá, que habían dormido en
camarote.
- Bueno, dijo mi padre, hoy reanudaremos el vuelo al Brasil, la
avioneta ya está reparada.
- ¡Ay, lástima,
exclamó Karin, ya estábamos amañados aquí en el buque, y tenemos muy buenos
amiguitos!
- ¡Cómo! ¿tú
también te enamoraste?
- Sí papi, de un
niño que perdió la lengua en la guerra.
- ¿Perdió la
lengua?
- Sí señor,
quiero decir que es japonés y hablaba japonés, pero como aquí en el barco no
había más japoneses, se le olvidó hablar en su idioma. Por eso digo que perdió
la lengua. Sonreímos.
Samir y Zulay también
saludaron de beso a mis padres. Mi hermano Jaime hizo la siguiente
propuesta:
- Está bien que
sigamos nuestro vuelo al Brasil, pero después de las fumigaciones allá, podríamos regresar a este barco para una
visita de cortesía. A mis padres les pareció aceptable la propuesta.
Se oyó una melodía y subimos al desayuno. De inmediato apagaron el equipo y nos invitaron a oír otras
canciones ¿Canciones de quiénes? De los jilgueros, turpiales, alondras y ruiseñores. El barco se
había orillado y detenido junto a las selvas vírgenes del Amazonas.
Desayunamos aprisa y subimos a cubierta para saludar el
nuevo día. Arreboles incendiaban el cielo. Bandadas de pericos atravesaban el
espacio aturdiendo con su gritería. Parejas
de loras dialogando en el vuelo. Escuadrillas de patos-pisingos formados en V se dirigían a sus lejanas lagunas. Garzas de nieve alzaban
el vuelo desde los juncales y planeaban
abanicando la superficie del río. Flamencos rosados guardaban equilibrio y
silencio en una de sus zancas y se reflejaban temblorosos en el tranquilo remanso.
- ¡Papi, no nos vayamos nunca de aquí! le rogué a mi papá, ¡Este es el
Paraíso
Terrenal! ¡No salgamos nunca del Amazonas!
Y se me desgranaron las lágrimas… En fin, soy niña.
- Pero mija, respondió mi
padre, la fumigación en Brasil será cosa de una
semana, y también será a orillas del Amazonas. Este grandioso río mide 7.000 kilómetros
de longitud, 30 kilómetros
de anchura y 200 metros de profundidad. Regresaremos
a este barco, ayúdame a convencer a Nubia y a Karin, que se encapricharon con sus amigos y no quieren viajar hoy.
Karen se acercó a mi
madre para decirle un secreto, pero
todos entendimos lo que le decía:
- Mamá, a Nubia
no la llevemos en avión al Brasil.
- ¿Por qué dices
eso?
- Porque de
pronto le vuelven a dar ganas de hacer chichí. Sonreímos.
- Pero mija, ¿y
con quién se quedaría Nubia en este crucero?
- Con tú y conmigo.
- Mi amor, no
digas con tú, sino contigo.
A mi madre le hizo
gracia la ocurrencia de Karin y le pareció prudente no llevar a Nubia al
Brasil. Resolvió quedarse con ella y con
Karin en el barco. Mi padre aprobó, porque al regreso del Brasil vendríamos por
ellas. Papá y nosotros fuimos a despedirnos del Capitán del barco.
- Muchas gracias, Señor Capitán, le dijo mi padre. Gracias por su amable acogida, gracias por el hospedaje y gracias por la alimentación.
- Y gracias por las balas,
añadió
Jaime por chiste. Nos fruncimos de
vergüenza pero al momento Jaime dio la explicación diciendo:
- Sí, porque
gracias a las balas tuvimos que aterrizar aquí en el barco y disfrutamos de esta maravilla. El Capitán sonrió
complacido, y nos tendió la mano diciéndonos:
- No me digan adiós sino hasta luego. Esta es su casa, los espero.
NOS SECUESTRAN Y ENCARCELAN
Jaime y yo, Samir y Zulay,
quisimos despedirnos de la chiquillería y nos asomamos al polideportivo del barco. Cuando niñas y niños se dieron cuenta de que nos estábamos
despidiendo, protestaron al momento, se nos vinieron en grupo, y como habíamos
simpatizado con todos y con todas, nos besaban y abrazaban, hablando en inglés, francés, esperanto, alemán e italiano y quizás también en
ruso.
Finalmente nos condujeron a
otro sitio para escondernos. Por el
camino gritaban: ¡Al calabozo, al calabozo del barco! Y efectivamente, nos
metieron al calabozo; pero el calabozo era el ascensor del barco. Nosotros
cuatro no opusimos resistencia y nos dejamos encerrar con gusto y risas. Y una vez dentro del ascensor, oprimimos el botón de subida y nos escapamos... hasta llegar a la azotea del barco.
Tan pronto llegamos a la cubierta, vemos que la avioneta de papi aceleraba y ascendía a los cielos. Se fue mi padre.
Pero no se fue solo. Después
me contaban las niñas que al momento de abordar mi padre la avioneta se le acercó
una muchacha rubia ojiazul, y llorando
le suplicaba diciéndole:
- “Me acaban de
informar que mamá se está muriendo en
Brasilia, por favor lléveme”. (La que se estaba muriendo era ella, la
muchacha, muriendo de amor por mi papá). Durante el vuelo dizque le dijo a mi padre: Yo soy tu azafata.
- ¡Suba, señorita! le había dicho mi padre a esa usurpadora, tan ingenuo
y bienpensado.
Cuando las niñas me contaron
hasta ahí, yo al momento exclamé:
- ¡Pobre papito,
lo va a engatusar esa china ojiazul!
- Tranquila, me consolaron las niñas, tranquila que tu mamá también subió a bordo de la avioneta con tus dos hermanitas para acompañar y defender a tu papá. .
Me tranquilicé, pero empecé
a preocuparme por una simpleza: ¿qué tal que durante el vuelo al Brasil a Nubia le den otra vez ganas de hacer chichí…? Bueno, no faltará un potrero donde
aterrizar y donde Nubia se pueda acurrucar.
Ya dije que los niños y
niñas del barco eran huérfanos de padre y madre, víctimas de la segunda guerra
mundial. Sus edades, entre los 7 y los 12 años; entre ellos 25 eran varones y 25 niñas. Total, 50 personitas. La ONU
había declarado neutral este barco, mejor dicho internacional, y la NASA lo había reservado para un programa científico
y ultrasecreto, que parecía de ciencia ficción. Hasta hace unos años este buque
había sido un Portaaviones de guerra, de ahora en adelante sería un Portaniños de Paz.
Se trataba de hacer un gran
experimento para construir un Mundo Mejor, un Mundo sin guerras, sin hambre,
sin ricos ni pobres (sino iguales). Un Mundo sin ambiciosos de poder, sin políticos, sin ejércitos, sin
cárceles. Un Mundo sin ladrones (porque
no habría menesterosos). Sin envidias ni amenazas. Por fin un Mundo en paz y alegría.
A Jaime y a mí nos llamó la atención ver que esos 50 niños, provenientes de varios países
europeos, asiáticos y americanos, además de hablar en sus respectivas lenguas
de origen se comunicaban por medio de un idioma común, de facilísima pronunciación
y de facilísima escritura. Le preguntamos al Capitán en qué idioma hablaban sus niños y nos
respondió:
- En Esperanto, lo aprendieron en dos meses; ningún otro idioma es tan fácil ni tan práctico.
- Capitán, yo conozco la historia del Esperanto, le dije. El Esperanto lo inventó el doctor Ludovico Zamenhof, polaco, políglota, paisano de Copérnico. Zamenhof inventó ese idioma con el fin de facilitar al máximo las
comunicaciones entre todos los países del mundo y estrechar nuestros vínculos
de fraternidad. Esperaba que con unificar el idioma se unificaría la humanidad. El autor se firmaba: "Doctor Esperanto". Así empezaron llamar su idioma, y así se quedó: "Esperanto".
- Pero los jefes de las naciones, completó el Capitán, hicieron fracasar ese invento,
porque temían que el Esperanto desbancara sus idiomas. Le hicieron la guerra,
se burlaron, lo desacreditaron y lo desplazaron. El inventor debió morir de pena moral.
Yo sentencié con mucha seriedad:
Yo sentencié con mucha seriedad:
- En este mundo, quien presume
de redentor muere crucificado.
Así que nadie arreglará este mundo.
Así que nadie arreglará este mundo.
- Si el esperanto
ha sido un éxito en esta embarcación cosmopolita, añadió el Capitán; si niños de doce países y doce lenguas
distintas han podido entenderse y conversar en una lengua común, ¿por qué no
puede hacerse también entre los adultos y a nivel mundial? Porque los jefes de los estados son soberbios y egoístas.
La coordinadora nos indicó
salir al polideportivo del barco para un concurso de habilidad. Salimos
en alegre camaradería y nos dirigimos a las canchas; en el suelo se veía un cañoncito vertical que
parecía de oro, cañón como para disparar un cohete pirotécnico. La coordinadora
explicó:
- Lloverán del
cielo unos papelitos, en cada uno una letra. Ganará el niño o la niña que
primero forme su nombre y apellido con las letras. ¡Listos! Y empezó la cuenta
regresiva:
- Cuatro... tres...
dos…uno… cero…
Pum. Tronó un totazo, y el cañón
disparó al cielo un surtidor de papelitos de brillantes colores que descendían
aleteando como mariposas. Cien manitas de niños y de niñas perseguían y
atrapaban al aire esos papeles o los recogían del suelo y empezaban a formar su
nombre.
- ¡Gané, gané! gritó Zulay, y
mostraba en el suelo su nombre bien formado,
en mayúsculas fosforescentes: Z U L A Y
- ¡Falta el apellido! gritó alguno.
Jaime voló a lado de Zulay, le obsequió sus papelitos y le formó rápidamente el apellido: S C H N E I D E R
Aplausos y gritería de todos los concursantes, y se comieron a picos a Zulay.
Aplausos y gritería de todos los concursantes, y se comieron a picos a Zulay.
En los días siguientes disfrutaríamos
de varias excursiones y aventuras por el
Amazonas, por los caños y las ciénagas. Ciénaga es una laguna panda que se comunica con el río por medio de un caño
o brazuelo.
A la media hora 10 botes de
remos estaban recostados contra los flancos del Portaniños,
y frente a cada bote se descolgaba una
escalerilla de sogas desde la cubierta
del barco. Con agilidad de adolescentes descendimos por dichas escalas y
abordamos las barquetas. Sin salvavidas ni flotadores, porque precisamente se
trataba de ejercitarnos en la natación. En cada barca 5 tripulantes, niños y
niñas.
Las ciénagas son un desahogo
del río: cuando por causa de los aguaceros en las cabeceras aumenta el caudal
exageradamente, el río se desborda hacia las grandes llanuras bajas y las convierte en ciénagas. Y viceversa,
cuando desciende el nivel del río, las
ciénagas revierten toda esa cantidad de agua y la devuelven al río, juntamente
con los bancos de peces que se hayan reproducido
en
la represa.
Tan pronto nos alejamos del
Portaniños y remábamos felices y dichosos, descubrimos que lejos,
sobre la superficie del agua, venían hacia nosotros unos tiburones de río
(eso pensábamos). Detuvimos las barcas para prevenirnos… Los tiburones se aproximaban demasiado acelerados y temíamos que nos embistieran, pero cuando ya venían a poca distancia dieron un gran salto y pasaron por encima de
nosotros…Ver para creer. No eran tiburones sino delfines, y rosados nada menos.
Espontáneamente aplaudimos y
gritamos como si estuviéramos en el acuario de Disney World presenciando acrobacias de
focas y delfines. Pensábamos que los tiburones, digo los delfines, se habían
alejado, pero descubrimos que venían escoltándonos con los hocicos fuera del agua y parecían reírse luciendo su blanca dentadura. Otro aplauso y otra gritería.
Seguimos a remo y nos desviamos
por un caño hacia una ciénaga, y allá encontramos otra gran sorpresa, otra
maravilla natural: un archipiélago de victorias
regias, exclusividad amazónica, única en el mundo. Victoria regia es una hoja
circular flotante y gigante, de 2 metros de diámetro,
capaz de sostener a una persona sin hundirse. Sus grandes flores rosadas se
llaman lotos o nenúfares, y exhalan un perfume exquisito. Aplaudimos de nuevo y nos entraron ganas de
abordar esas grandes hojas verdes que parecían bandejas circulares de altos
bordes.
Zulay saltó a la primera victoria, y sentada en el centro
irradiaba besos, saludos y sonrisas.…Jaime
desde su barqueta simuló que le enfocaba una cámara. Todas las demás niñas, 25
en total, abordamos sendas victorias.
Aquello parecía “El lago de los cisnes”.
Navegábamos entre lotos rosados y flores de tarulla, que son unas violetas flotantes de un delicado color lila. En la
orilla un flamenco parecía posar para
una foto. Me acordé al punto de una poesía que había compuesto mi papá, y yo la sabia de memoria. Recité la tercera estrofa:
Un
rojizo flamenco sobre verdes juncales
equilibra
el embrujo de su ígneos rubores;
pensativo
en su zanca, solitario estilita,
se
refleja vibrátil diluyendo arreboles.
- ¡Esto es el Paraíso! grité yo entusiasmada,
¡No
nos vayamos nunca del Amazonas!
- ¡Quédate tú,
nosotros nos vamos! replicó Jaime
por broma, y remando se alejó en su barqueta.
Mientras las niñas nos
entreteníamos juntando lotos rosados, los niños en las diez barcas salieron de la
ciénaga y emprendieron el regreso por el caño. Querían jugarnos una chanza: aparentar que regresaban
al barco y que nos dejaban botadas en la ciénaga. Cuando los chicos ya iban río arriba aproximándose al buque, oyeron
una gritería de nosotras. Gritería de angustia.
- ¡Auxilio, auxilio! clamábamos agitando las manos mientras desfilábamos por el brazuelo hacia el río.
¿Qué estaba sucediendo? Que la
ciénaga se estaba desaguando por el caño hacia el río y se llevaba consigo
las 25 victorias con nosotras, las angustiadas
sirenas.
Inmediatamente los chicos,
alarmados, quisieron rescatarnos, pero ya era tarde, las bandejas flotaban río
abajo al garete por el caudaloso Amazonas. Ellos se apresuraron a remar con
todas sus fuerzas para alcanzarnos, pero no lograban acortar la distancia.
Entonces sucedió lo increíble. Una valla de palos medio sumergidos nos esperaba
más adelante, preciso por donde íbamos a pasar nosotras
arrastradas por la corriente.
Nos vamos acercando a la empalizada…nos vamos acercando…acercando…y llegamos. No eran palos, eran los delfines que habían acudido a detenernos. En seguida llegaron los chicos en sus barcas y empezó el trasbordo de sirenas. Nos salvaron los delfines.
Nos vamos acercando a la empalizada…nos vamos acercando…acercando…y llegamos. No eran palos, eran los delfines que habían acudido a detenernos. En seguida llegaron los chicos en sus barcas y empezó el trasbordo de sirenas. Nos salvaron los delfines.
Las victorias, ya sin niñas pero con la risueña carga de los rosados nenúfares, seguirían río abajo en un paseo primaveral y en silencio, como un desfile de floridas bandejas. Les aguardaban más de tresmil kilómetros de recorrido fluvial. Durante el viaje recibirían la visita de las mariposas azules, de turpiales, sinsontes, garzas, libélulas, alondras y pelícanos.
De regreso al barco yo venía
pensativa, me impactó la intervención y actitud de los delfines, nos habían salvado
sin conocernos, sin saber quiénes éramos nosotras. Y pensé: la inteligencia de
los delfines, y sobre todo su inteligencia emocional, es uno de los más
bellos milagros y misterios de la
naturaleza.
Regresamos felices y
dichosos al Portaniños. Arrimamos los botes a los
flancos del buque y trepamos otra vez por las escalas. Llegados a cubierta, nos
aguardaba un delicioso refrigerio de helados y otras golosinas. La dicha es
fácil.
- Favor dirigirse
al paraninfo, anunciaron por micrófono.
- ¿Qué será
paraninfo? me preguntó mi hermano, le
contesté:
- Paraninfo es un
muchacho que quiere mucho a su ninfa. Jaime y Zulay se
arrebolaron, pues se dieron por
aludidos.
- Mentiras, me apresuré a
explicar, paraninfo es lo mismo que
auditorio, o sea un salón de conferencias. Y hacia allá nos dirigimos. Al
entrar nosotros al salón, el conferencista iniciaba:
"Así como las células de la
memoria anidan en determinada parte del cerebro, y si se extirpan esas células la persona se
olvida de todo, de la misma manera en alguna
parte del cerebro anidan esos siete virus que llamamos soberbia, avaricia, lujuria,
ira, envidia, egoísmo y agresividad. Y si se extirpan esos virus la persona queda limpia de las siete pasiones criminales. Mientras no se extraigan esos siete monstruos, el género humano seguirá portándose peor que los animales. Seguirán las guerras, los odios, las venganzas, los homicidios, los robos, las mentiras, las calumnias y toda clase de maldades a nivel personal, familiar y mundial. Esa
operación limpieza la realizarán los científicos
del programa Nueva Humanidad.
“Ahora bien, seríamos muy
crueles si una vez angelizados estos niños los enviáramos de nuevo a convivir
con la sociedad humana, mejor dicho inhumana, en la que abundan los corruptos, los
ladrones, los avaros, los secuestradores, los terroristas y todo género de criminales.
Estos niños y estas niñas (a quienes llamaremos los elegidos) no volverán a convivir con los humanos.
“Estos elegidos irán a vivir en una isla remota, incontaminada, e
inaccesible para el resto de hombres y mujeres. Los elegidos iniciarán una Nueva Humanidad,
inocente, de la cual sí pueda decirse que
es “Imagen y semejanza de Dios”. Si no encontramos esa isla en los mares
de nuestro planeta, la buscaremos en el
océano infinito de los espacios siderales y de las galaxias. O sea, buscaremos un planeta sin estrenar, y por lo tanto sin
contaminar. - He dicho”.
Aplaudimos y gritamos y salimos en jubilosa camaradería.
Aplaudimos y gritamos y salimos en jubilosa camaradería.
Se llegó el día de partir en
busca de una isla remota. Se les dejó a los elegidos exponer sus propuestas. Tomó la palabra un niño y habló así:
- Una opción
podría ser esta, aprovechando que los ríos están interconectados: navegar
Amazonas arriba, pasar por el brazo Casiquiare al Orinoco, y por el Orinoco salir al Océano Atlántico,
donde buscaríamos una isla incontaminada y remota.
Inmediatamente objetó una chica:
Inmediatamente objetó una chica:
- Este barco de
300 metros de longitud y de gran calado,
no puede navegar sino en el bajo Amazonas, no en ríos pandos y de muchas curvas.
- Para eso
llevamos botes salvavidas, propuso un tercero. Pues naveguemos en este Portaniños hasta donde sea posible, y de ahí en
adelante trasbordamos a los botes y
seguimos río arriba.
- ¿Y la
alimentación? preguntó alguno. En los botes no caben víveres para un mes
ni habría cómo cocinarlos. ¿Y dónde dormiríamos? los botes salvavidas son para emergencias de
corto alcance, no para un viaje de crucero. Además, ese recorrido por agua
sería de unos cuatromil kilómetros, y a fuerza de brazos y de remos sería
imposible, impracticable.
- Pues entonces, propuso alguno, intentemos salir del Amazonas por el
Amazonas, o sea por su desembocadura en el Atlántico. Así como entró este barco
por el delta, pues también podrá salir
por el delta.
- ¿Qué es delta? preguntó una
niña.
- Delta
es la desembocadura de un gran río en el
mar.
- ¿Por qué se
llama delta?
- Porque esa
desembocadura suele ser ramificada en forma de triángulo, y la letra griega delta mayúscula también tiene forma de
triángulo. Por eso a la desembocadura de un río le dieron el nombre de esa
letra.
- Entonces no
debería decirse el delta de un río, sino la
delta, porque las letras son femeninas: la be, la ce, la che, la omega, la delta. etc.
- Bueno, es
cuestión de gramática, habría que consultarle a la Academia de la Lengua , porque aquí no
viajan lingüistas.
- ¿Que no viajan
lingüistas? Todas estas niñas son tan
lingüistas que no callan la lengua un minuto. Soltamos la risa.
- También este recorrido
por el Amazonas abajo hasta la
desembocadura en el Atlántico es larguísimo, tendríamos que navegar más de tres mil kilómetros.
- Prescindamos de
viajar por agua, propuso el Director. Realmente sería un viaje muy largo y muy lento. Pensemos viajar por
aire. Se me ocurre esta solución: sencillamente que nos faciliten un avión de guerra, ya que no hay guerra por
ahora. Y aquí en cubierta llevamos la pista de aterrizaje.
Resonaron los aplausos.
Resonaron los aplausos.
Corrimos a proponerle la
idea al Capitán del barco. Él estuvo tan de acuerdo que inmediatamente le pasó el
teléfono al Director del Programa y este llamó a la
OEA (Organización
de Estados Americanos). Llegó al momento la respuesta por los parlantes de a bordo:
- A la orden, habla con el Secretario Perpetuo de la OEA.
- Muchas gracias,
soy el Director del Programa Nueva
Humanidad. Nos encontramos a bordo
del que fue portaaviones Fugiyama y
ahora es Portaniños Gandhi. Debemos
salir ahora mismo para el Triángulo de las Bermuda. Por favor, le
agradeceríamos enviarnos un avión bombardero convertible. (Y el Director le indicó a la OEA la posición del barco en América del Sur, o sea le trasmitió las coordenadas del buque
para su localización).
- ¡Vuélense por los morrales! nos exhortó el Director del Programa.
Corrimos por los morrales, y
cuando subimos a cubierta ya el bombardero rugía encima de nosotros. Pasaba y
repasaba a demasiada velocidad y haciendo demasiado estruendo. ¿Cómo pudo ese
avión llegar tan rápido? Primero, porque esos aparatos son de
velocidad ultrasónica, o sea viajan a
mayor velocidad que el sonido. Y segundo, porque tal vez no estaba muy lejos de
aquí, en alguna pista secreta y cercana.
De pronto una metamorfosis: vimos
en el horizonte un punto que se acercaba lento… Creímos que era un helicóptero,
pero era el mismo avión, que había
inclinado sus chorros hacia abajo y podía
aterrizar verticalmente como un autogiro, sin necesidad de una larga pista. Esto
no era nuevo para nosotros, lo habíamos visto en televisión. Ya el avión-convertible (llamémoslo así) se
cernía encima del barco Portaniños y empezó a descender verticalmente. Los saludamos con una gritería ensordecedora, brincábamos y
brincábamos. Pero ¿qué sucedió?
Que cuando intentaba posarse
en cubierta, sus potentes ciclones nos barrieron hacia los lados y tuvimos que
acostarnos en el suelo, casi una niña se sale por la borda, gracias que un grumete la agarró a tiempo del vestido. Una vez pasado el susto y cuando ya el aparato se había posado y apagado, nos
acercamos a curiosear tan grandioso artilugio.
Y aquí otra sorpresa: como el avión-convertible venía sobrecargado de electricidad estática por el roce con la atmósfera, nos trasmitió esa electricidad. El cabello de las niñas se erizó que parecían brujas, nos sobrevino un ataque de risas y de nervios.
Se abrió la escotilla o portezuela
del avión y entramos en desorden y nos acomodamos en los
asientos. Tronaron las turbinas de retropopulsión y empezamos a ascender…
primero verticalmente hasta sobrepasar las
nubes, luego el avión-convertible enderezó sus chorros y avanzamos horizontalmente hacia las Islas Bermudas. El
fuselaje o cuerpo del avión no era de aluminio sino de cristal irrompible y
transparente, así que la visibilidad era magnífica en todas direcciones.
Una vez dentro del avión,
sentados y asegurados con la correa,
oímos las instrucciones del Director del Programa:
oímos las instrucciones del Director del Programa:
- Como todo el
mundo le tiene pánico al famoso Triángulo de las Bermudas, a lo mejor allá
encontremos una isla sin monstruos y podamos iniciar ahí la Nueva Humanidad.
- ¿Monstruos son
animales? preguntó alguno.
- ¡Nooo!
los animales son criaturas preciosas. Monstruos llamo a los hombres sin
conciencia y sin corazón, como los que siembran minas antipersonales, los secuestradores,
los terroristas, los narcotraficantes, los estafadores, los que siembran virus
en las redes de Internet y todos los demás
criminales del mundo. Esos son los monstruos, no los animales.
Sobrevolábamos una isla de
hermosa vegetación, pero lástima, se veían poblaciones, carreteras, vehículos,
fábricas y hormigueo de seres humanos, o sea, una isla ya contaminada por los monstruos.
- No podemos
aterrizar aquí, sentenció el instructor, porque donde quiera que hay civilización, hay monstruos.
Vámonos a buscar otras islas.
También este avión de
guerra, como el barco portaaviones, había sido acondicionado para el tiempo de
paz. Anteriormente, en las ventanillas de estos aviones de combate había
ametralladoras con teleobjetivos. Ahora se habían eliminado las ametralladoras
pero quedaron los teleobjetivos como pequeños telescopios recreacionales, o sea
para observar y apreciar paisajes y otras bellezas de nuestro planeta. Con ellos
se podía distinguir con toda claridad a las personas y sus oficios. Una niña, dirigiendo
su telescopio individual hacia tierra, exclamo:
- Veo un extenso
cafetal y mujeres cogiendo la cosecha.
- No es cafetal, le corrigió su
vecina, es un sembradío de coca.
- Veo un ingenio azucarero, comentó un chico, pero no veo la
cañadulce ni las pailas de la miel.
- Claro que no
hay miel ni cañadulce, le observó una niña. No hay miel sino ácido sulfúrico, porque tampoco es trapiche sino un
laboratorio de coca.
- Son las gracias
del Homo Sápiens… comentó Jaime
con ironía.
Homo
Sápiens son dos palabras latinas y quieren
decir Hombre Sabio. Así se autodenominaron los científicos del siglo
antepasado, dizque para distinguirse de los animales. Ja ja. (Y no me río porque tengo
el labio partido).
Nuestro Director les propuso
a los aviadores que nos dirigiéramos al Polo Norte, quizás allí encontraríamos
terreno para iniciar el Nuevo Género Humano,
lejos de toda civilización.
- En el Polo
Norte no hay tierra sino hielo, fue la
respuesta de los aviadores. El Polo Norte
es un témpano flotante, por debajo del cual puede atravesar un submarino. Como de hecho lo atravesó el "Nautilus".
- Entonces
vámonos al Polo Sur.
- En el Polo Sur
sí hay tierra firme, pero bajo la capa
de hielo, a 2.000 metros
de profundidad.
- Entonces vámonos para las Islas Vírgenes.
- Entonces vámonos para las Islas Vírgenes.
- No hay tales
Vírgenes, ya han sido profanadas por las potencias, que se las pelean. Todas las islas están
contaminadas de negocios, de empresas, de ambiciones y de trampas, porque a
dondequiera que llega el Homo Sápiens llega con su agresividad y su ambición.
- Ya está visto, declaró el
Director, que las naciones seguirán en
guerras, seguirán fabricando y vendiendo armas, seguirán explotándose unas a
otras en vez de ayudarse mutuamente. Porque así es el genoma del Homo Sápiens. Un
adulto respondió:
- No hay que
perder la fe en el hombre; claro que hay malvados, la prueba es que se tuvieron
que inventar las cárceles y otros castigos. Pero, como dijo Teilhard de
Chardin, “La Humanidad avanza siempre hacia delante y hacia arriba”.
- Claro, sí, dijo un chico
ironizando, los primitivos peleaban a
piedra y palo. Después inventaron las flechas, que van siempre hacia delante y hacia arriba. Luego escopetas y pistolas. Ahora misiles, que
también avanzan hacia delante y hacia
arriba. Ametralladoras, tanques de guerra, aviones de guerra, barcos de
guerra, submarinos de guerra, y por fin bombas atómicas. Claro que vamos avanzando hacia delante y hacia arriba. Ja, ja.
- No todo es
maldad; en Colombia por ejemplo, la inmensa mayoría son buenísimas personas,
honradas, trabajadoras, que no le hacen mal a nadie; los malvados son la minoría.
- Pero esa
minoría de malvados pone en jaque a todos los demás, a toda la nación.
Por culpa de esos pocos malvados la nación tiene que malgastar millones de
pesos y de dólares en armas, ejércitos y cárceles. Millones de dólares que
deberían invertirse en agricultura, ganadería, industrias, autopistas,
hidroeléctricas, clínicas, hospitales colegios y escuelas, es decir, en todo lo que sea progreso.
- Ni el ejército
dominará a la guerrilla, ni la guerrilla dominará al ejército. La solución no
está en las armas porque la violencia engendra más violencia.
- ¿Entonces cuál
es la solución?
- La solución
está en suprimir las causas del descontento, que son las injusticias
sociales
y la pésima distribución de las
riquezas.
El piloto dirigió el avión-convertible
hacia una lejana región desconocida, no sabíamos si sobrevolábamos Europa, Asia
o Africa. Por el camino se nos advirtió por los parlantes, que nos harían una
demostración de acrobacias aéreas; que íbamos a experimentar lo que es la ingravidez (o sea sentir que uno no pesa nada y que se va elevando). Que no nos fuéramos a asustar.
Recordemos ante todo que el fuselaje o cuerpo de nuestro avión no era de
aluminio sino de cristal irrompible, transparente en todas las direcciones
hacia donde miráramos: arriba, abajo, a derecha y a izquierda, o sea visible en todo el panorama. Panorama quiere decir visión total.
Primera sorpresa: la inmensa
llanura que sobrevolábamos empezó a balancearse
allá abajo, unas veces se asomaba por el lado derecho, otras veces por
el lado izquierdo, sin que nosotros nos ladeáramos (eso nos parecía). De pronto
la llanura se estabilizó a un lado, parecía un gran mapa en relieve colgado en la
pared; un mapa infinito por arriba y por abajo.
Segunda sorpresa: la tierra
se pasó para encima de nosotros (para lo que nos parecía que era encima). Me dolía la nuca de tanto
mirar para arriba. Y en esa tierra de
encima veíamos claramente las haciendas, los caminos, las autopistas con su tráfico de buses y de carros, veíamos los ríos, los pueblos, los montes, las
lagunas. Era que volábamos cabeza-abajo.
Tercera sorpresa: al mirar
para abajo, o sea a través del piso
transparente del avión, veíamos allá abajo el cielo azul y el sol y su rebaño de nubes. Impresionante ese fondo
azul oscuro, un fondo sin fondo, el infinito. Era que volábamos cabeza-abajo.
Cuarta sorpresa: notamos que
unas veces nos sentíamos pesados, pesadísimos, oprimíamos los resortes de los
asientos como si pesáramos toneladas. Otras veces nos sentíamos livianos, peso
pluma, casi levitábamos. Era que el avión realizaba el rizo o los rizos, que
consisten en describir grandes
círculos como un ensortijado. Todo eso lo habíamos visto en película, pero otra
cosa era la experiencia.
Quinta y última sorpresa: en
un momento en que nos sentíamos livianitos,
nos soltamos los cinturones y nos
fuimos elevando sueltos hacia el techo del
avión… flotábamos en el aire…gritábamos y reíamos...¡Era la deliciosa experiencia de la ingravidez! También habíamos visto flotar hombres y mujeres en los
entrenamientos para astronautas, pero ahora éramos nosotros los que
levitábamos.
De pronto caímos de nuevo en los asientos, nos abrochamos los
cinturones. La tierra ya no estaba
encima de nosotros sino debajo. El cielo azul y el sol estaban en su puesto, arriba. Todo había vuelto a la normalidad.
Continuamos el vuelo a
velocidad superior a la del sonido. Más
aún, superior a la de rotación de la
tierra. La tierra tarda 24 horas en dar una vuelta sobre sí misma, nuestro
avión le daba dos vueltas en el mismo día.
- En este preciso
momento (anunciaron por los
bafles), estamos sobrevolando las islas de Borneo y Sumatra, antípodas de Colombia. En estas islas están hoy
en domingo. En seguida volaremos sobre una región donde apenas están
en sábado, o sea que podemos retroceder en el tiempo.
¿Retroceder
en el tiempo…? Quedamos pensativos. ¿Y si volamos en sentido contrario estaremos en el mañana, o sea llegar
al futuro sin salir del presente…? En esas vemos que el Director sonreía
viéndonos perplejos. Había sido un
acertijo o chanza del piloto para despistarnos.
- Ahora vamos a
curiosear, nos avisó una voz por los parlantes del avión, vamos a curiosear un punto de la tierra a donde pocos han
llegado: el cráter de un volcán. Nos miramos con sorpresa y con miedo.
Y nos dirigimos a sobrevolar
cordilleras echándoles ojo a los volcanes. La mayoría estaban apagados pero no en todos los cráteres se podría
descender. En unos dormía una verde laguna, en otros todavía llameaban
fumarolas, en otros el olor de azufre era demasiado repugnante. Cráteres
visitamos cuyo piso era demasiado caliente y había peligro de
una repentina erupción; en otro la tierra dentro del cráter era demasiado
estéril, desértica, todo piedra pómez, paredes escarpadas, y sin gota de agua.
Descubrimos algo muy
ingenioso y muy práctico en cierto cráter junto a cierta población: un cable
aéreo llevaba en vagonetas la basura urbana y la arrojaba en el cráter; allí
las fumarolas se encargaban de incinerar y convertir esa basura en abonos
útiles. Así en la próxima erupción el volcán arrojaría cenizas fertilizantes
sobre una amplia extensión de cultivos. La población se libró de basureros y de
cinturón de miseria. Ahora la rodeaban prados, jardines y labranzas.
Por fin sobrevolamos un profundo cráter sin laguna, sin fumarolas y
sin azufre; en el fondo se veía tierra
plana dónde aterrizar. Iniciamos el
descenso. Confiábamos en que los chorros verticales de las turbinas servirían
de amortiguadores, pero no fue así y más
bien aumentaba la velocidad de caída…aumentaba…aumentaba…¡Y el avión cayó bruscamente, rebotamos en los asientos! ¿Por
qué eso?
Porque este cráter no había
sido causado por una erupción volcánica
sino por la caída de un gran asteroide que se profundizó en el subsuelo, pero
un fragmento metálico de varias toneladas había quedado superficial, casi a ras
de tierra. Ese fragmento superficial era de ferroníquel magnético. Lo supo el aviador porque las brújulas del avión se
enloquecieron y porque las luces
empezaron a parpadear. El aerolito con su potente magnetismo atrajo nuestra
máquina voladora, cuyos componentes eran en gran parte de acero.
Inmediatamente el aviador intentó
alzar el vuelo vertical como un helicóptero, pero el avión no despegaba. Los potentes chorros de sus turbinas arreciaban
su fragor, levantaban polvareda en torno, pero el avión-convertible
no se alzaba del suelo ni un centímetro. ¡Quedamos prisioneros de un
imán en el fondo de un cráter de paredes verticales, a 200 metros de profundidad! Gracias
que las niñas no se dieron cuenta de lo irremediable
de la situación, y si no habría sobrevenido el pánico y la angustia.
Una vez apagados los motores y asentado el polvo alrededor, se abrió la puerta del aparato y empezamos a salir con cautela, con mucha curiosidad y muchos nervios, y aquí vino una graciosa sorpresa. Las niñas sí podíamos caminar, correr y brincar; en cambio los niños no, sino que trabajosamente andaban, como si calzaran zapatos de plomo. ¿Y eso? Porque las niñas veníamos descalzas, y en cambio los hombres calzaban guayos de alpinista con puntas de acero. El aerolito imantado no atraía pies descalzos y sí atraía clavos de acero. Las niñas no pudimos menos de reírnos de los hombres y de felicitarnos de ser niñas descalzas. La dicha es fácil.
Una vez apagados los motores y asentado el polvo alrededor, se abrió la puerta del aparato y empezamos a salir con cautela, con mucha curiosidad y muchos nervios, y aquí vino una graciosa sorpresa. Las niñas sí podíamos caminar, correr y brincar; en cambio los niños no, sino que trabajosamente andaban, como si calzaran zapatos de plomo. ¿Y eso? Porque las niñas veníamos descalzas, y en cambio los hombres calzaban guayos de alpinista con puntas de acero. El aerolito imantado no atraía pies descalzos y sí atraía clavos de acero. Las niñas no pudimos menos de reírnos de los hombres y de felicitarnos de ser niñas descalzas. La dicha es fácil.
El aviador salió muy preocupado y se sentó en un pedrusco a observar y a pensar. Todos mirábamos las
zancas del convertible (ruedas no usan
estos aparatos porque no las necesitan). De pronto ¿qué vemos? Vemos que la
tierra debajo del autogiro empieza a
removerse, como si algún monstruo subterráneo quisiera levantarse.
El monstruo era el aerolito,
que salió y se pegó contra la plancha inferior de acero, sonó un fuerte golpe
metálico y el avión se estremeció. No
sabíamos si aplaudir o alarmarnos. El rostro del aviador se iluminó con una
sonrisa de esperanza, se levantó y entró al aparato para intentar de nuevo el
despegue.
- ¡Todos a bordo!
fue la orden. Entramos al avión, nos sentamos, nos ceñimos, y listos…
Nuestro aparato
prendió motores, rugieron las turbinas verticales, los potentes chorros levantaron una polvareda alrededor, y la
máquina se alzó del suelo con el bloque metálico adherido a sus pies, como
águila con su presa entre las garras. Veíamos
que por fuera de la nave las paredes
rocosas del cráter bajaban y bajaban mientras nosotros subíamos y subíamos
y al fin salimos de la cárcel de piedra.
Nuestra gritería de felicidad aturdió al Director, quien se tapaba los oídos
sin dejar de sonreír. Todos alzamos las manos con los pulgares hacia arriba.
¿Qué hacer con
este divino tesoro del espacio, el aerolito? ¿Qué hacer con este misterioso extraterrestre? No lo
estábamos buscando, él se adhirió a nuestra nave. De lo contrario habría quedado para siempre
inadvertido, allá en el fondo de un cráter a donde nadie descendería por los
siglos. Llevar este bloque metálico a una siderúrgica para que lo derritieran sería una profanación, un sacrilegio, sobre
todo si su precioso metal fuera a convertirse en armas.
Talvez llevarlo
a un museo, a un planetario, a una exhibición internacional, ya veríamos.
Mientras volábamos se me vinieron a la
mente las estrofas de un poema que mi
papá, astrónomo aficionado y poeta, le había compuesto a un aerolito:
¿De dónde, criatura inesperada,
de qué remota estrella,
de qué veloz galaxia
viniste a nuestra esfera?
Cruzaste los espacios
oscuros y vacíos,
extraviado fragmento
de casual cataclismo.
Tú eres una incógnita
y un mudo interrogante:
¿existen seres vivos
en planetas distantes?
Dentro de la
nave charlábamos alegremente preguntándonos para dónde iríamos ahora con este
inesperado polizón de ferroníquel
magnético. Sobrevolamos ciudades de encumbrados rascacielos. Pueblitos
apacibles en medio de encantadores paisajes. Autopistas con vertiginoso tráfico
de móviles. Vías férreas del tren-bala, pero ese tren parecía que más bien retrocediera, porque nuestra velocidad era muy superior, dos
veces ultrasónica. Sobrevolamos una erupción
volcánica de turbulento penacho llameante y vimos la incandescente lava rodar
montaña abajo incendiando bosques, trigales, cultivos y viviendas.
Devoramos la
encrespada llanura del mar, vimos el sol
ocultarse dos veces en el mismo día, y se ocultaba no por el ocaso sino por el oriente, puesto que viajábamos en contravía de la rotación de la tierra. Traspasamos la barrera del tiempo: nuestro
reloj señalaba miércoles, pero en el barco ya era jueves. O sea que habíamos
llegado al futuro sin salir del presente. (Acertijo).
El aterrizaje
sobre la cubierta del barco iba a ser de mucho riesgo, puesto que dicha
cubierta era una lámina de acero que atraería fuertemente al aerolito magnético y por lo tanto al avión. Se nos ordenó por los parlantes de a bordo que extendiéramos
al máximo los asientos reclinables, de
modo que quedáramos acostados bocarriba, como se les exige a los astronautas en
el momento del despegue.
Nos santiguamos y cerramos
los ojos. Empezó el descenso, y en vez
de menguar la velocidad aceleró… aceleró… y
PUMM sonó el golpe
contra la lámina de acero. Bueno, pasó el susto. Enderezamos los
asientos, se abrió la portezuela y salimos en desorden y haciendo algarabía.
Ahora el problema era cómo
despegar el aerolito magnético de las bases del avión. Llamaron al ingeniero electrotécnico del
barco y él opinó así:
- Hay que desimantar
el aerolito.
- ¿Pero cómo?
- Rodeándolo con un devanado y haciendo circular una corriente
de alto amperaje.
de alto amperaje.
El piloto aprobó, en cambio
el Capitán del buque meneó la cabeza, escéptico, pero ordenó al personal de la
termoeléctrica del barco ponerse a la disposición del ingeniero.
Dos empleados trajeron un largo cable eléctrico y lo
devanaron alrededor del aerolito convirtiéndolo en bobina, o mejor en un electroimán.
Al conectarlo a la corriente eléctrica se sintió un fuerte zumbido, se recalentaron
las espiras de la gran bobina y despidieron humareda; pero el aerolito se desprendió
de la base del avión; el magnetismo había desaparecido. Aplaudimos al ingeniero
de sistemas.
El piloto del avión
convertible, desde su puesto en la cabina, con máscara de oxígeno, se despidió
agitando la mano, prendió los reactores,
que nos ventilaron y casi nos tumban, alzó el vuelo y se fue.
Los electricistas
desenvolvieron la bobina y se llevaron los cables, quedó el aerolito desnudo ante
nosotros; despedía vapor, se había recalentado.
- ¡Bauticémoslo, propuso Jaime, pongámosle un nombre al aerolito. Aprobado
por unanimidad. Y empezamos a proponer
nombres:
- Extraterrestre
- Polizón
- Ferroníquel
- Astrolito
- Levanten la
mano los partidarios de Extraterrestre, pedí yo. Se levantaron 15 manos.
- Ahora los
partidarios de Polizón… 5 manos.
- Los de
Ferroníquel... 10 manos.
- Los de
Astrolito…20 manos. ¡Gritería triunfal, brincos y brincos! Quedó bautizado
“Astrolito”. Parecía un diminutivo cariñoso. Astrolito es lo mismo que asteroide y que
aerolito.
- Ahora, propuso un
chico, hay que traer una botella de
champaña y estrellársela, así bautizan los barcos.
En vez de champaña un mesero
trajo vodka en envase plástico y se lo entregó al chico. Rodeamos el bloque de
hierro.
- ¡A la una…gritó el niño empuñando
la botella, a las dos... y a las tres! Quebró el envase contra el aerolito y este
alzó una llamarada que le chamuscó el cabello y las cejas. Más
que risa nos produjo miedo.
- ¿Cometimos un
sacrilegio? preguntó alguno.
- Tranquilos, exclamé yo, no es nada sobrenatural, la explicación es
esta: sencillamente el vodka de la botella contenía demasiado alcohol, y el aerolito estaba
demasiado caliente por el corrientazo, por eso alzó la llamarada.
Inmediatamente las niñas nos
tomamos de la mano y empezamos a girar en ronda alrededor del asteroide, cantando y haciendo caballitos…
Vamos a la huerta de toro toronjil,
a ver al Astrolito comiendo perejil.
Natalia no está aquí, está en su vergel
abriendo una rosa y cerrando un clavel.
Ja ja - La dicha es fácil.
En esas llega un empleado
provisto de taladro eléctrico y nos informa que había que hacerle al aerolito
una pequeña trepanación para extraer limaduras y analizarlas en el laboratorio
del barco.
- ¡No, por favor, no lo profanen! protesté yo
interponiéndome para impedir que hirieran el cuerpo de Astrolito.
- ¿Te enamoraste ahora
de un simple trozo de metal? me reprochó Samir.
- ¿Y tú ya estás
celoso? le repliqué; no es
cualquier pedazo de metal, es un
asteroide, mensajero del Cosmos. A lo mejor nos trae noticias de más allá de las estrellas.
- Pues
precisamente hay que sacarle a la fuerza esas noticias, no hay más remedio que
taladrarlo y analizar las limaduras.
- Está bien, procedan,
respondí.
El mecánico se acercó
al asteroide, apoyó la punta de la broca
en el metal y prendió el taladro, que giraba y rechinaba… nos tapamos los oídos.
No solo no entraba la broca en el metal, sino que la broca se fue amellando,
recalentando y reblandeciendo como si fuera de melcocha. El mecánico apagó el taladro y botó la broca; la cambió por una de las que llaman "de acero rápido" y pidió agua helada; le trajeron una botella de
la nevera.
- El agua no es para mí sino para la broca, respondió.
Mientras con la mano derecha manejaba el taladro, con la
izquierda iba regando el agua fría en la punta de la broca para refrigerarla.
Ahora sí salieron limaduras. Con un pequeño imán recogió
esas chispas de hierro y las llevó al
laboratorio. Mañana nos darían el resultado de los exámenes, el diagnóstico
del asteroide.
Nos encariñamos de
“Astrolito”, lo mimábamos como a un pequeño extraterrestre,
inclusive nos daba pesar de que por la noche se quedara solo en la azotea del barco. Al
otro día supimos el resultado del análisis: las limaduras de ferroníquel
revelaban vagos indicios de carbón cristalizado próximo a convertirse en
diamante, debido a la altísima presión y altísima temperatura del astro de su procedencia. ¿Qué
había sucedido en su planeta de origen? ¿Se desintegró y volaron fragmentos en
todas direcciones? Enigma.
Acabábamos de regresar de un periplo alrededor de la tierra, habíamos
visitado islas, penínsulas, glaciares, continentes, mares, lagos y por último
cráteres de volcanes apagados; y no habíamos encontrado
la cuna que buscábamos para iniciar la Nueva Humanidad. Toda la tierra
estaba contaminada de civilización, o
sea de agresividad, egoísmo, soberbia, orgullo, avaricia, lujuria, ira,
envidia, odio y corrupción
administrativa.
Pero sobre todo guerras:
guerra entre países vecinos, guerra civil entre facciones de la misma nación,
guerra por el monopolio de las industrias, guerra dentro de cada familia, de
los esposos entre sí, de los hermanos entre sí. Malevolencia de los inquilinos
de un mismo conjunto; malevolencia y sabotaje y desfalcos de los socios de una
misma empresa. Todo maldad.
Y lo más cruel e inevitable:
guerra dentro de cada individuo, en que habitan las siete panteras capitales. Y
para colmo, el Homo Sápiens había instalado alrededor del mundo empresas
exclusivas del crimen: fábricas de armas, fábricas de minas antipersonales, fábricas
de drogas destructivas de la personalidad, clínicas de abortos, empresas de pornografía en cine, revistas e
Internet.
Escuelas expresamente instituídas
para amaestrar guerrilleros, o sea sicarios y secuestradores. El Homo Sapiens.
La única especie animal que milita contra sí misma, que procura eliminarse. Los
astrónomos ya no dicen “El Planeta Tierra” sino
“El Planeta Guerra”.
Entonces eligieron el exoplaneta número 2.435-YH. vislumbrado ya por los radiotelescopios en órbita. La
pareja niño-niña elegida sería primero hibernizada
(sometida a hibernación) y luego disparada con rumbo a tal exoplaneta, y allá
sería despertada y revitalizada.
Recordemos que las ardillas duermen y permanecen sin comer ni beber durante los tres meses que dura el invierno. Si el invierno se alargara más, las ardillas prolongarían también su hibernación. Las marmotas hibernan durante 7 meses. Entonces sí es posible detener las funciones vitales durante un largo tiempo y después reactivarlas. En las pirámides de Egipto se hallaron granos de trigo que habían permanecido 5.000 años en reposo; se sembraron y produjeron trigales. La vida es vida y tiende a perpetuarse, sea vegetal o animal.
Recordemos que las ardillas duermen y permanecen sin comer ni beber durante los tres meses que dura el invierno. Si el invierno se alargara más, las ardillas prolongarían también su hibernación. Las marmotas hibernan durante 7 meses. Entonces sí es posible detener las funciones vitales durante un largo tiempo y después reactivarlas. En las pirámides de Egipto se hallaron granos de trigo que habían permanecido 5.000 años en reposo; se sembraron y produjeron trigales. La vida es vida y tiende a perpetuarse, sea vegetal o animal.
Hoy son niño y niña; al entrar a hibernación se detendrá su crecimiento
pero al salir seguirán cumpliendo años. Afortunados él y ella, que estrenarán un planeta virgen e incontaminado
de humanidad, mejor dicho de criminalidad. Iniciarán el Nuevo
Género Humano.
Estrenarán un Paraíso quizás
también con fieras, pero no con fieras humanas. Del cerebro de estos niños ya se
habrán extirpado las siete bacterias
de la infelicidad humana, culpables de todas las desgracias, enumerémolas una vez más: soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, egoísmo y agresividad. Los iniciadores del Nuevo Género Humano engendrarán hombres
y mujeres limpios, para una Humanidad Feliz y en Paz, que se acredite a sí misma y
que acredite a su Creador.
Para lanzar al espacio el cofre
de cristal con la pareja niño-niña hibernizados
habrá que trasladarlos primero al Cabo Kennedy, donde serán instalados en la cápsula frontal de un cohete
y disparados luego hacia el exoplaneta
predeterminado. Exoplanetas quiere
decir fuera del sistema solar; son
mundos que orbitan alrededor de
otros soles.
Si miramos el cielo
estrellado en una noche despejada, todos esos puntitos luminosos que llamamos luceros o estrellas, son soles, muchos de ellos más grandes que nuestro sol. Alrededor de cada
estrella gira una familia de planetas, todos en incansable movimiento... Más
veloces mientras más cercanos a su respectivo sol. Nada está quieto en la creación, inclusive
las estrellas que llamaban fijas no son
fijas, son las más veloces. .
Entre los millones de planetas
hay miles de ellos habitables, o sea cuyas
condiciones de temperatura, luz, agua, oxígeno, carbono, presión atmosférica, rotación y fuerza de la gravedad son favorables a la vida. Y
esas condiciones ya se han descubierto por
métodos ultramodernos, además de los radiotelescopios que orbitan fuera de la
atmósfera y además de los espectro-telescopios gigantes. Así que este viaje no
es de ciencia ficción sino de realidad, tan real y tan factible como un viaje a
la luna.
Dije que todas las estrellas
que vemos en el cielo son soles, rectifico: excepto cinco, que no son
luceros sino planetas y que se distinguen
porque no titilan, son ellos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno,
visibles a simple vista. Los tres restantes son telescópicos: Urano, Neptuno y
Plutón. Nuestra Tierra, vista desde
Marte o desde Venus, también parece una estrellita…
Gran expectativa en el barco
Portaniños. La primera pareja ya estaba sorteada: Jaime y Zulay. Todos
llorábamos de angustia, de alegría, de temor y de esperanza. Despedirnos para
siempre…Sin posibilidad de retorno…Pero este sacrificio valía la pena, porque
era para iniciar una Nueva Humanidad sin
las fallas de la actual: sin guerras, sin odios, sin venganzas, sin maldades,
sin crímenes. Sin injusticias, y por lo tanto sin hambre y sin miserias.
Algunos filósofos modernos opinan que el actual género humano es apenas un proyecto, un borrador. Que Dios es libre de hacer experimentos. Parecería que la actual Humanidad se le salió de las manos, como el monstruo ideado y fabricado por Frankestein. La culpable de todos los males es la Libertad humana. Y parece que Dios la sigue respetando, no la eliminará. Nos convertiríamos en maniquíes teledirigidos.
Algunos filósofos modernos opinan que el actual género humano es apenas un proyecto, un borrador. Que Dios es libre de hacer experimentos. Parecería que la actual Humanidad se le salió de las manos, como el monstruo ideado y fabricado por Frankestein. La culpable de todos los males es la Libertad humana. Y parece que Dios la sigue respetando, no la eliminará. Nos convertiríamos en maniquíes teledirigidos.
Ahora bien, la manipulación
del cerebro y erradicación de los virus
mentales no se realizaría
en el barco, sino en los laboratorios de alta ciencia y tecnología aledaños a
las torres de lanzamiento de la
NASA en Florida,
Estados Unidos.
Llevábamos ya una semana en
el barco Portaniños. Mientras tanto mis padres, con mis hermanas menores Nubia y Karin, habían ido en avioneta al Brasil y habían cumplido con el contrato de
fumigar unos extensos arrozales.
De pronto sentimos ruido de
avión y subimos a la cubierta del barco. Venía nuestra avioneta... Brincábamos y
brincábamos. Tomó pista, desaceleró y paró. Corrimos a su encuentro, salieron
las dos niñas, salió mi mamá, por último mi padre. Nos abrazamos y besamos
apretadamente con risa y lágrimas. No se imaginaban ellos que iban a ser los
penúltimos besos y los penúltimos abrazos sobre el planeta Tierra….
Bajamos inmediatamente a
saludar al Capitán del barco y al Director del Programa Nueva Humanidad.
- Quedan
secuestrados, dijo por broma el Director. Mañana
saldremos para La Florida , Estados Unidos, a presenciar la exportación de la primera pareja humana con rumbo a las estrellas, lejos de las miserias de esta vida.
Mis papás creyeron que era una chanza y sonrieron complacidos. Jamás se imaginaron lo inimaginable.
Mis papás creyeron que era una chanza y sonrieron complacidos. Jamás se imaginaron lo inimaginable.
Los primeros nominados para
viajar a otro planeta eran Jaime y Zulay. Seguiríamos Samir y Azucena. Los demás niños nos acompañarían hasta la torre de lanzamientos y después
regresarían al barco Portaniños para seguir su formación y seguir cumpliendo años.
Esa noche nadie pudo dormir
ante la expectativa de semejante viaje, no solo a Florida sino viaje a las estrellas. Éramos
dos matrimonios sin estrenar, nuestro paseo de luna de miel sería rumbo a los
luceros...
Después de 20 años de viaje
a través del los espacios oscuros y vacíos, las dos parejas de adolescentes despertaríamos en mundos
distintos y distantes. Estrenaríamos paraísos
incontaminados y engendraríamos hijos felices y dichosos, liberados de las siete pasiones capitales. En cada exoplaneta
se iniciará otro Género Humano del cual Dios no se tendrá que arrepentir, como se arrepintió de esta
Humanidad incorregible que se le salió de las manos. Lo sabemos por el Génesis: “Y
Dios se arrepintió de haber creado al hombre”.
Amaneció el día de volar. Vimos y oímos acercarse por el cielo el mismo avión convertible y supersónico,
aterrizó verticalmente en la cubierta del barco y
aguardaba que nosotros lo abordáramos. Y lo abordamos. De pronto yo me
solté el cinturón y salí corriendo, todos se preguntaban qué se me habría
olvidado. Se me había olvidado despedirme de “Astrolito”. Me arrodillé delante
de él.
- ¡Chao mi amor, le dije acariciándolo. Me voy, mucho juicio, adiós!
Cuando me incliné para
besarlo me arrebató la medalla, se reventó la cadenilla, se la dejé en recuerdo mío. No era nada sobrenatural, sino que al bloque metálico le había quedado magnetismo
remanente y mi medalla era de acero niquelado, por eso fue atraída por el
imán. Subí de nuevo al avión.
La ciudadela flotante, o sea
el Portaniños, había cumplido su propósito: alojar a 50 huérfanos de la segunda
guerra mundial, pero no solamente brindarles hospedaje, alimentación, vestuario
y educación, (eso lo habían podido hacer en tierra firme). Sino principalmente aislarlos
de la contaminación de los
“civilizados” o sea de los
hombres y mujeres que solo piensan en sí mismos, en lucro, en llegar a los primeros puestos para dominar a los restantes, en hacer todo
el mal posible a los prójimos. Repito:
si estos huérfanos crecieran en el mismo ambiente de las naciones europeas,
ellos el día de mañana declararían la tercera y última Guerra Mundial.
Bueno, rugieron los motores
y alzamos el vuelo. Niñas y niños estábamos ilusionados y felices. Me acordé al momento de otra poesía
de mi padre y la declamé en voz alta:
¡Viajar!
La ilusión de mi vida.
Sentir
a mis plantas la tierra pasar y pasar...
Salir
de la inercia un instante
y
el diario recinto por anchas florestas cambiar.
Sentir
el placer de la brisa
y
el gozo que irradian los cielos, la tierra y el mar.
Sentir
que renacen mis alas
y
el último vuelo quisieran conmigo ensayar.
Avanzábamos por encima de
las nubes a velocidad supersónica y en menos de media hora llegamos a Florida,
pero no al aeropuerto civil sino al de los vuelos espaciales de la
NASA. Nos condujeron a las
dependencias de otra ciudadela, exclusiva para el entrenamiento de astronautas.
Jardines, piscinas, flores, frutas, pajaritos en los árboles; música de fondo,
pero música de verdad, no ruido ni estruendo.
Niños y niñas estábamos
ilusionados y felices, nos considerábamos
los seres más afortunados del mundo. No se trataba de ir sencillamente a
la luna, que en fin de cuentas no es más que un barranco esférico y estéril,
sin agua, sin aire, sin vegetación. Para ir a un desierto no hace falta ir a la
luna; aquí en la tierra tenemos los
desiertos del Sahara, de Chile,
de Australia y aun de los Estados Unidos.
La gracia será estrenar un
planeta ya con sus tres reinos de la naturaleza funcionando en perfecta
armonía: mineral, vegetal y animal. Y donde no haya aterrizado el Homo Sápiens, el máximo deforestador y
predador que ha existido. ¡Qué dicha convivir con las aves y las flores, inclusive con las fieras, pero sin la menor posibilidad de toparnos con el monstruo humano!
Jaime y Zulay habían sido
los primeros nominados para iniciar el tratamiento de la erradicación de los virus mentales. No describiré cómo fue
la despedida que les dimos porque se me vienen las lágrimas. Tuvieron que
hipnotizarnos a todos para que no cayéramos en histeria colectiva.
Jaime y Zulay pasaron a
cuidados intensivos, fueron anestesiados y fueron intervenidos (o sea se les extrajeron del cerebro las pequeñas células donde anidan los 7 virus culpables de la infelicidad. Repitamos por última vez sus repugnantes nombres: soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, egoísmo y agresividad.
Jaime y Zulay fueron hibernizados, o sea adormecidos, y sus funciones vitales detenidas. A los demás niños y niñas nos brindaron tizanas de toronjil y nos mandaron a la cama; teníamos que dormir tranquilamente para amanecer despejados y presenciar de cerca el lanzamiento del colosal cohete. Cohete que viajaría con rumbo al borde dela Galaxia
Jaime y Zulay fueron hibernizados, o sea adormecidos, y sus funciones vitales detenidas. A los demás niños y niñas nos brindaron tizanas de toronjil y nos mandaron a la cama; teníamos que dormir tranquilamente para amanecer despejados y presenciar de cerca el lanzamiento del colosal cohete. Cohete que viajaría con rumbo al borde de
¡Amaneció el grandioso día
del lanzamiento! Nos informaron que ya en el alto vértice del cohete Saturno habían instalado el cofre cristalino con
la pareja niño y niña, Jaime y Zulay, adormecidos. Salimos en tropel de la ciudadela de astronautas
y corrimos al espacioso campo de lanzamientos. El impresionante cohete metálico de 125 metros de altura estaba erguido, envuelto
en vapores que se escapaban del
hidrógeno líquido. Una fuerte vibración en tierra y un vago zumbido en el aire nos amedrentaba
como si fuéramos a presenciar la explosión de una caldera. Nuestros pechos vibraban de emoción, de expectativa y
de pánico.
Se oyó la cuenta regresiva: 9…8…7…6…5…4…3…2…1…0
Tronó un rugido
ensordecedor, tembló la tierra, nubarrones y llamaradas brotaron de la base del
cohete, y el coloso empezó a elevarse lento, majestuoso…Aceleró…aceleró…Lo
seguimos con la vista, brillaba el
revestimiento de platino contra el cielo azul. Pero lo más vistoso era la
rojiza cola de fuego que lo impulsaba con poderoso empuje hacia la
estratosfera. Y se nos perdió en el infinito. Jaime y Zulay despertarán dentro
de 20 años en algún remoto paraje feliz del Universo…
Regresamos a la ciudadela de
astronautas. Mañana nos tocará el turno a nosotros, Samir y Azucena. Dentro de
unos años a los demás niños, que ya serán adolescentes. El programa cuesta millones de dólares, pero colaboró la
ONU aportando lo que malgastaría en la restauración de postguerra.
De nada serviría contribuir con auxilios millonarios para salvar la economía de
las naciones de Europa. De nada serviría reconstruir las ciudades bombardeadas
si había de permanecer intacto el odio en el corazón de los hombres. Tarde o temprano estallaría la
tercera y última Guerra Mundial.
Para este programa, el de la purificación del cerebro y la
inauguración de la vida en otros planetas, colaboró el Japón, que, precisamente
por su amarga experiencia de las dos bombas atómicas, se convenció de la
monstruosidad de las guerras. El
emperador japonés declaró que él no era un dios sino un hombre mortal como
cualquier otro. El Japón se dejó de
armamentismos y se dedicó a la industria y al verdadero progreso de la Humanidad.
Hasta aquí escribí esta crónica
yo, Azucena, testigo presencial de todas
nuestras aventuras, desde cuando
despegamos de Colombia para ir a fumigar unos arrozales brasileños, pero que
por una emergencia infantil tuvimos que aterrizar en un potrero de la selva amazónica y luego en un portaaviones japonés.Y esa escala imprevista cambió por completo el rumbo de nuestra
existencia. Dejo ya este manuscrito en
manos de mi madre Alicia, quien
continuará la narración.
Mañana Samir y yo seremos
disparados hacia otro exoplaneta, que nos espera
en algún remoto confín de la Galaxia. Dentro de unos años emigrarán de la Tierra otras niñas y otros niños,
exentos ya de los virus propios del genoma humano. Las parejas iniciarán su respectiva Historia en planetas distintos y distantes, separados por millares de años-luz.
Adiós para siempre…
S
U S I
- ¡Mamá, estamos felices!
Yo, Alicia, mamá de Jaime y de
Susi, oí esta voz a media noche y no sabía si era del teléfono, del celular o
de la calle. Saqué el celular de debajo de la almohada y me lo arrimé al oído,
estaba sin minutos. Me levanté de la cama, prendí la luz y alcé el teléfono fijo... Nadie hablaba. Rebullí a mi esposo y le dije:
- Wilson, asómate
al balcón, parece que nos llaman. Wilson se levantó
en piyama, y medio sonámbulo se asomó al balcón. La calle estaba desierta.
- Te soñaste, me dijo, vuélvete a dormir.
Como se me había espantado
el sueño, permanecí despierta, sentada bajo la lámpara, esperando que me
hablaran de nuevo. Abrí una revista de modas y me puse a hojearla para
entretenerme. Wilson, que se caía de sueño, volvió a su cama y se acostó de
nuevo. En esas…
- ¡Papá, estamos felices!
Wilson y yo escuchamos
con toda claridad este saludo, pero él, creyéndose
sugestionado por mí, se levantó, y muy resuelto dijo:
- ¡Yo no creo en espantos! Desenchufó el
radio (que estaba apagado), desenchufó el televisor (que también estaba apagado),
desconectó todos los teléfonos. Bajó inclusive al comedor y a la cocina y desconectó el microondas y la
nevera.
- Te chiflaste, le dije, no
exageres, no es para tanto.
En esas salen de su pieza nuestras dos hijas Nubia y Karin, que ya eran profesionales
de 25 y 27 años respectivamente. Ambas
empiyamadas y ambas despelucadas y con ojos de
espanto.
- ¡Mamá, nos hablaron, afirmó Karin, y era la voz de Susi!
- Susi está
demasiado lejos de aquí, le recordé, incomunicada por completo de nosotros.
- Ni a la
velocidad de la luz, comentó
Wilson, ni a la velocidad de la luz
podría llegar a la Tierra un mensaje de las galaxias,
tardaría siglos.
- ¡Pero que llegó, llegó! dijo Nubia.
- Se me ocurre
una explicación, comentó Karin. Hay una velocidad
superior a la velocidad de la luz: la velocidad del pensamiento, es
instantánea.
- ¡Claro, reafirmó Nubia, la
telepatía!
Entonces caímos en la cuenta de que Susi nos había hablado por telepatía desde su remoto
planeta. La telepatía en fin existe, es una facultad del cerebro humano, aunque por completo
desperdiciada y descuidada.
- ¿Y ahora qué
hacemos? preguntó Karin.
- Volvernos a
dormir, sugirió Wilson.
Entonces nos acomodamos, mi
esposo, mis dos hijas y yo, en la espaciosa cama de matrimonio y nos dormimos. Y durante
el sueño no solo escuchamos sino que vimos a Samir y a Susi, que hablaban
sonrientes desde un paraje hermoso. Detrás de ellos se veía un prado florido, el viento agitaba
las ramas de los árboles y se oía el canto de los pájaros. A Susi ya se le
notaba un incipiente abultamiento…
- Tendremos
mellizos, comentó Azucena sonrojándose de pura alegría. Yo también me arrebolé de gozo y
de orgullo.
- Por fortuna
estamos bien lejos de la Tierra ,
añadió
Susi. Por fortuna el Género Humano ya no
tendrá tiempo de trasladarse a las
estrellas y contaminar otros mundos.
- ¿Por qué dices
que no tendrá tiempo? le preguntó Wilson.
- Porque todas las especies animales de la Tierra tienen fecha de vencimiento como les llegó a
los dinosaurios. El género humano es una de tantas especies animales, se
extinguirá. Además, el hombre adelantará
su propio holocausto suicidándose con su propia invención: la guerra nuclear.
- ¿Y qué les
sucederá, preguntó Nubia, qué les sucederá a las especies vegetales y animales que sobrevivan a ese holocausto? ¿Cómo
terminará la vida y todo lo demás en el planeta Tierra? Samir contestó:
- El sol, como
tantos luceros, estallará para
convertirse en estrella supernova, y
en su expansión relámpago devorará a sus planetas más cercanos: Mercurio, Venus, Tierra y Marte serán trocitos de combustible
para su incendio nuclear.
- Y si el sol no
estalla, intervino Azucena, se irá consumiendo inevitablemente, como inevitablemente se consume un cirio
encendido. El sol pierde cada segundo 4 billones de toneladas de su masa,
convertidas en energía. Por lo tanto, si el sol va perdiendo masa, irá perdiendo también su fuerza de atracción con la que
sostiene a los planetas en sus órbitas. Estos se le irán centrifugando en espiral, empezando por Plutón el más lejano, (ya se le han escapado otros periféricos). Y al fin saldrán todos los 9 planetas
disparados por la tangente hacia los
espacios oscuros y helados de la Nada.
Y en la Nada se congelarán y
seguirán viajando como témpanos de hielo por eternidad de eternidades…
Esto nos reveló Susi mientras
dormíamos, y en seguida esa
imagen y esa voz fueron
desvaneciéndose…Despertamos felices y dichosos y al desayuno comentábamos:
-- Bueno, empezó Wilson, nuestros hijos están felices, ¿qué más podemos desear?
-- Bueno, empezó Wilson, nuestros hijos están felices, ¿qué más podemos desear?
- ¡Lástima que
nosotras dos, lamentó Nubia, no hubiéramos
sido nominadas para viajar a las estrellas!
- ¿Sabes por qué
fue? respondió Karin, por no haber elegido nosotras unos buenos
novios de entre esos chicos de la ciudadela flotante.
- Éramos muy
tiernas, contestó Nubia, tú de 7 años, yo de 5.
En esas sonaron
simultáneamente todos los teléfonos de la casa, tanto fijos como celulares, a
pesar de que estaban todos desconectados.
Nos alarmamos y no sabíamos qué hacer, quedamos inmóviles como cuando empieza
un sismo y uno queda perplejo.
- Papitos buenos días, les habla Jaime.
Se prendió la pantalla del
televisor y aparecieron Jaime y Zulay en
un huerto de manzanas. Nos saludamos efusivamente, con dicha y lágrimas.
- ¿Cómo
nos contactaron, les preguntó Wilson, si están desconectadas todas las líneas?
- La telepatía es
inalámbrica, respondió Jaime, la telepatía no
necesita cables ni enchufes.
- Veo que voy a
ser abuela por segunda vez, dije al notar que Zulay también esperaba un
bebé.
- Tendrás otros dos
nietos, me contestó Zulay, porque yo también espero mellizos.
- Entonces ya
serán cuatro, comentó Nubia, contando los dos
de Azucena y Samir.
- Cuando nazcan y crezcan los
hijos de ustedes, les preguntó Karin, ¿con quiénes se casarán? porque allá
no hay más hombres ni mujeres.
- Como los hijos
de Adán y Eva, que se casaron entre hermanos, para empezar.
- ¡Descríbenos
cómo es la vida en ese planeta! le urgió Karin,
que no
se
aguantaba la curiosidad de saber algo del otro mundo.
- Estamos recién
llegados, contestó Jaime, todavía no hay historia en este planeta, la
historia la iniciaremos nosotros.
- Después de un
viaje de veinte años por el vacío, les preguntó Nubia, ¿ustedes ya tendrán más de treinta años de edad?
- Llegamos aquí
con la misma edad que teníamos al despegar de la Tierra , le respondió Zulay,
porque mientras estuvimos en hibernación no
crecimos, nuestro metabolismo se detuvo. Al despertar aquí fue tanta nuestra
fascinación y éxtasis ante estas maravillas, que se nos pasaron varios meses
(meses nuestros) sin acordarnos de trasmitirles a ustedes nuestro “aterrizaje”.
No sé cómo llamarlo, porque a este planeta no le hemos puesto nombre todavía,
lo estamos pensando.
- ¿Qué novedades
encontraron allá? les pregunté.
- Muchas, por
ejemplo: tenemos 2 lunas o satélites, una de ellas viaja al
revés, o sea que sale por el occidente y se oculta por el oriente. Eclipses de
luna cada 15 días, de sol cada mes; cometas
todas las noches. Aquí los días y los años son más cortos que en la Tierra.
- ¿Allá hay arco
iris? Interrogó Wilson.
- Naturalmente,
desde que haya sol y lluvia. Y no solo es arco-iris sino circunferencia-iris, preciosa!
- ¿Qué tal allá la fuerza de la gravedad?
- La mitad de la terrestre, porque nuestro planeta es
menor que la Tierra. Por lo tanto cada persona pesa la mitad de lo que pesaba en la Tierra. Aquí subir
lomas es delicioso y facilísimo, uno
casi vuela.
- ¿Qué
encontraron allá igual que en la
Tierra ?
- Todas las
maravillas: flores, frutas, árboles, arbustos, bosques, selvas, pájaros, cuadrúpedos, reptiles, peces,
metales, piedras preciosas, mares, ríos, quebradas, lagunas, cascadas, nevados,
nubes, arco iris, arreboles, aire, cielo azul, sol, estrellas, dos lunas,
cuatro estaciones, brisas, lluvias, nieve, rocío, llanuras, cordilleras, orquídeas, mariposas y luciérnagas. Y además miles de otras especies
vegetales y animales que ya no existen en la Tierra.
- ¿Y qué no hay en ese planeta?
- No hay ni
habrá: reyes, emperadores, zares, presidentes, dictadores, ministros,
gobernadores, alcaldes, congresistas,
concejales, diputados. Pero sobre todo, no habrá zánganos, es decir políticos. (Nos reímos). Jaime añadió:
- Tampoco hay ni
habrá: ejércitos ni policías ni cárceles,
porque nadie ofenderá a nadie. Todos disfrutaremos con inmensa gratitud y
alegría las maravillas de este planeta
paradisíaco, diseñado para nosotros por
Alguien Superior y Anterior al Universo.
- Un mensaje de
ustedes para los terrícolas.
- Ninguno, porque
ya la solución de todos sus problemas la enseñó con su palabra y con su ejemplo JESUCRISTO.
F I N
V O C A
B U L A R I O
Absurdo irracional, contradictorio
agüero superstición,
falsa creencia
aledaño colindante,
limítrofe
algarabía gritería
confusa
altruista quien
procura el bien ajeno a costa del propio
amperaje intensidad de la corriente eléctrica
antípodas habitantes de zonas
diametralmente opuestas
artilugio aparato sofisticado
asteroide fragmento
no esférico de un astro
auscultar explorar
el interior, sondear
autogiro helicóptero
avistar divisar,
percibir desde lejos
bejuco cierta
planta trepadora
bobina devanado
alámbrico en forma de carrete
butaca banquillo
tosco, de madera
calado parte
sumergida del barco
calcinar incendiar,
incinerar
camerino sitio
donde los artistas se revisten y preparan
cardumen banco
de peces
carillón juego
musical de tubos colgantes
carroña animal
muerto
cataclismo trastorno violento de un planeta
catapultar lanzar al aire a una niña porrista
cerciorarse asegurarse de que algo es cierto
cetro bastón
de mando
chip pequeño
circuito multifuncional
choza casa pajiza
clandestino secreto, oculto
cofia prenda de cabeza usada por las enfermeras
conchanácar madreperla
coordenadas líneas que determinan la posición de un punto
cosmopolita habitante de todo el mundo
cuajarse endurecerse
descifrar traducir,
interpretar
desertar abandonar
su milicia, empresa o partido
desfalco gran
robo en las finanzas de una empresa
disidente separatista
embrujo fascinación,
atracción misteriosa
ensortijado rizado, encrespado
equinoccial ecuatorial
escarpa pendiente
áspera del terreno
escudilla taza
de barro cocido, sin orejas
exhaustiva que agota las fuentes
exótico muy raro, muy especial
facciones partes
del rostro humano; bandos de un
pueblo
fauces garganta
fisco tesoro
público de un país
flanco lado,
costado
fluvial de
río
fruición goce,
complacencia
fumarola escape
de humo y gas en un cráter volcánico
garabatear escribir
con garabatos
gamada cruz
cuyos brazos son escuadras
garabato letra
deforme
garete (al) sin control
grumete marinero
aprendiz
hechizo encantamiento
hibernar pasar
el invierno en dormición
holocausto gran matanza de seres humanos
husmear rastrear
con el olfato
incipiente principiante
ingravidez ausencia de gravedad
jaque amenaza de ataque
jerigonza palabrería ininteligible
jocoso gracioso,
chistoso
lacio liso
(cabello)
legendario no histórico sino de leyenda
levitar elevarse
por fuerza desconocida
liana bejuco
lucro ganancia
maraña lugar
cubierto de malezas
medroso que
infunde miedo
metabolismo proceso de las funciones vitales
metamorfosis cambio de forma
mito persona
o cosa de gran estima
mutismo silencio
nazis partidarios
del nacional-socialismo alemán
ninfas fabulosas
doncellas silvestres
núbil en
edad de casarse
papiro plantas
de donde se originó el papel
periplo viaje
o recorrido circular
perplejo indeciso
políglota que
domina varias lenguas
polizón pasajero colado en un buque
pómez piedra
volcánica, esponjosa de color gris
prematuro inmaduro
quina corteza medicinal del quino
quinina sal
febrífuga del quino
referendo elección
popular, plebiscito
revirar responder
pronta y vivamente
romántico sentimental
sainete comedia
corta y festiva
sendos uno
cada uno (a caballo en sendos ponis)
sicario asesino
asalariado
sirena ninfa marina con busto de mujer y cola de pez
sonámbulo que camina dormido
subconsciente que no llega a ser consciente
talego bolsa
telepatía comunicación
a distancia de cerebro a cerebro
tiesto gran plato de barro cocido; vajilla de
cerámica
timonel quien
maneja el timón de la nave
troquelar cortar
con moldes
vendaval viento
fuerte y lluvioso
ventolera capricho repentino
vestíbulo antesala
vestier camerino
Vía Láctea nuestra galaxia
vidriado con barniz de material vítreo
C O N T E N I D O
La mañana del vuelo
Escala imprevista
Vestir al desnudo
Ojos celestes
Regresa papá
Una lora bilingüe
Amor a primera vista
Cuatro turquesas
Matrimonio de niños
Noche de insomnio
¡Qué chispazo más chispazo!
Nuestro gozo en un pozo
¡Qué lluvia tan chévere!
¡Qué lluvia tan chévere!
¡Volémonos!
Hallazgo imprevisto
Hallazgo imprevisto
Tercer intento de fuga
¿Y ahora qué?
Un secuestro de amor
Aterrizaje de emergencia
Embriagante coctel
¡Aló Papá Noel!
¡Que viva la fiesta!
Aquellos ojos verdes…
Mal de amor
Canciones silvestres,
canciones divinas
Nos secuestran y encarcelan
Una muchacha atrevida
El idioma Esperanto
Lluvia de letras
El Lago de los cisnes
Operación limpieza
Hoy es mañana
Habla la OEA
Hacia el Triángulo de las
Bermudas
¡El Homo Sápiens, qué risa!
Acrobacias aéreas
En el fondo del cráter
¿Y ahora qué?
Jugando el todo por el todo
Mensajero del Cosmos
Investigación exhaustiva
Manos a la obra
Regresan papá y mamá
Rumbo al Cabo Kennedy
Rumbo al Espacio
Veinte años después
Hablan Jaime y Zulay
Vocabulario
Antonio Silva Mojica
Fue un jesuita colombiano.
Escribió novelas y poesías para adolescentes.
Sus lectoras lo llamaban "El Poeta de las Niñas".
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